Ya vas tarde al trabajo. Te apresuras, pero te tocan todos los semáforos en rojo. Caminas de regreso a tu auto después de un largo día de trabajo y alguien se estacionó tan cerca de ti que te ves en la necesidad de entrar por el quemacocos. Estás enojado. Dejas una nota en el otro auto que no habla precisamente del evangelio.
Luego, debes recoger dos artículos del supermercado de camino a casa. Entras en la caja rápida. “Diez artículos solamente”, dice el letrero. ¡La dama que tienes delante tiene diecisiete! Los has contado tres veces y no puedes creer que haya sido tan grosera como para entrar en la línea rápida y hacerte esperar; la miras de mala manera para que sepa que sabes que lo que está haciendo está mal.
Llegas a casa, revisas las redes sociales y te horroriza la publicación de otro cristiano que consideras que está en el lado equivocado de la historia. Entonces, expresas tu frustración con un comentario sarcástico y muy bien elaborado; se lo merece.
¿Cómo reaccionas en situaciones como estas? Si respondes ante circunstancias de prueba o personas desafiantes enojándote o enfadándote, entonces eres fácilmente irritable. Pero tengo buenas noticias para ti. Gracias a Jesús, los creyentes podemos tener actitudes piadosas incluso cuando se pone a prueba nuestra paciencia. Y, cuando no tenemos las actitudes correctas, no necesitamos poner excusas de autojustificación; podemos confesar nuestro fracaso como pecado, sabiendo que Jesús nos perdona.
Corintios de la modernidad
Si hay una iglesia del Nuevo Testamento que me recuerda a la iglesia moderna, es la iglesia de Corinto. Cuando no les gustó lo que les dijo el apóstol Pablo, lo llamaron frágil y le dijeron que no podía predicar (2Co 10:10). ¡Ya te podrás imaginar el intercambio de palabras que hubo entre ellos! Al igual que solemos hacer nosotros, los corintios andaban en “grupos” (1Co 1:12) y peleaban entre ellos (1Co 3:4).
A esta iglesia —y a todo creyente—, Dios ha mostrado un mejor camino para responder a personas desafiantes y circunstancias difíciles. En 1 Corintios 13, el capítulo clásico de Pablo sobre el amor, se le enseña a la comunidad lo que el verdadero amor hace y lo que no hace. Justo en medio de la descripción de Pablo, leemos: “[El amor] no se irrita” (1Co 13:5). Incluso cuando las cosas no suceden de acuerdo con nuestras expectativas, debido a que el Espíritu mora en nosotros, los creyentes podemos responder de una manera justa y amorosa.
Ahora, ¿qué podemos hacer en la práctica? La Escritura nos muestra tres formas para evitar la irritabilidad y enfrentar los problemas correctamente.
1. Acepta la responsabilidad de tu actitud y recuerda el evangelio
La palabra “irritable” describe a alguien que es provocado o se enoja fácilmente. La ira no es simplemente una emoción en piloto automático; la elegimos como nuestra reacción a las personas y circunstancias que no cumplen con nuestras expectativas.
Pero, ahora que estamos en Cristo, podemos optar por no entregarnos a la impaciencia, el enojo o un espíritu de disputa; somos capaces de elegir responder de manera no incendiaria. Debido a que el amor de Cristo se derrama en nuestros corazones, los cristianos ahora podemos elegir ser pacientes, dar el amor que cubre una multitud de pecados, y conducirnos con cortesía y amabilidad. Pero ¿qué hacemos cuando somos tentados a la irritabilidad?
¡Debemos recordar el evangelio! Sabemos que, a pesar de ser pecadores culpables, hemos recibido paciencia y gracia inconmensurables de parte de Dios. No solo nos unimos a la caja rápida con más de diez artículos, fuimos descorteces al conducir, estacionamos demasiado cerca de otro vehículo y publicamos algo tonto en las redes sociales; además, hemos hecho cosas mucho peores, con las cuales hemos deshonrado al Dios del universo. Pero, en Cristo se nos ha mostrado infinita misericordia (Lc 6:35-36).
Entonces, ¿cómo no hemos de dar esa misma misericordia a otros? ¿Cómo no vamos a perdonar las ofensas insignificantes cuando nosotros fuimos grandemente perdonados? (Mt 18:23-35). Como iglesia, tenemos una audiencia: el mundo nos está mirando (Jn 13:35) y también nuestro Dios. Se nos exhorta a no atacar a la iglesia en las redes sociales. Debemos tener cuidado de no menospreciar a la novia de otro hombre, especialmente cuando ese otro hombre es el Juez de todos, Jesús, el Dios hombre.
2. Crece en sabiduría y gracia
Los creyentes no somos víctimas de nuestra irritabilidad; somos responsables de controlar nuestras actitudes por medio de la gracia de Dios. Cuando Pablo habla sobre las actitudes que deben tener las ancianas, los ancianos, los jóvenes y los siervos, da la razón por la cual es posible rechazar los deseos pecaminosos: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres, enseñándonos, que negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente” (Tit 2:11-12).
Una vez estuvimos muertos espiritualmente y ahora Cristo nos ha dado vida. Eso significa que, al igual que los demás organismos vivos, podemos crecer; los creyentes nos volvemos cada vez más semejantes a Cristo al ser alimentados por la Palabra (1P 2:1-3) y clamar por gracia ante el trono de la gracia (Heb 4:16).
Entonces, ¿qué debes hacer cuando te sientes tentado a irritarte? Primero, pedir a Dios que te conforme a una mayor semejanza a Cristo, de manera que tus actitudes sean como las Suyas: “No hagan nada por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de ustedes considere al otro como más importante que a sí mismo… Haya, pues, en ustedes esta actitud que hubo también en Cristo Jesús” (Fil 2:3-5).
Segundo, debes recordar lo que dice la Palabra acerca de la irritabilidad:
- La ira del hombre no puede lograr los fines justos de Dios (Stg 1:20).
- Hacerse juez, jurado y verdugo contra alguien que no cumple con tus expectativas usurpa el papel de Dios como juez; la venganza es Suya, por lo que no dejará sin castigo al culpable (Ro 12:19).
- El alivio momentáneo de ceder al arrebato carnal de ira palidece en comparación con rendirte para ser testigo de la misericordia y la gracia de Dios (Ro 8:18).
- No somos buenos jueces. Somos demasiado orgullosos y tenemos aires de superioridad; no conocemos todos los hechos; no sabemos por qué alguien se nos atravesó en la autopista —puede que se apresure a llevar a su esposa embarazada al hospital— (1Co 6:1-6).
Busca la gracia de Dios para crecer en paciencia y humildad, de manera que llegues a extender el mismo tipo de gracia que Él te ha brindado en Cristo.
3. Enfrenta los problemas reales con rectitud
Ser como Cristo significa ser paciente, amable y bondadoso, pero eso no significa que los cristianos nunca deban molestarse. La Biblia ordena a los cristianos: “Enójense, pero no pequen” (Ef 4:26). Ya que Dios ama la justicia y odia el pecado, necesitamos una categoría para la ira justa. Cuando las personas y las circunstancias enojan a Dios, los que están preocupados por el nombre de Dios tienen razón en enojarse.
Sin embargo, cuando los cristianos optan por enojarse, también debemos prestar atención a la segunda mitad de Efesios 4:26-27: “No se ponga el sol sobre su enojo, ni den oportunidad al diablo”. Eso significa que la ira no nos tiente a pecar. La ira es como el fuego: se puede usar para bien, pero se puede propagar rápidamente y destruir innumerables bendiciones y años de buen trabajo.
En Atenas, Pablo fue “provocado” (la misma palabra para “irritar” en 1 Corintios 13:5) por los muchos ídolos que vio (Hch 17:16). Entonces, ¿qué hizo? Predicó el evangelio a los atenienses y les enseñó que Dios podía ser conocido por medio de Jesús, quien murió y resucitó. Si bien se enojó, no procedió a irritarse, sino que solucionó el problema con justicia.
El amor es mayor a la irritabilidad
Quisiera finalizar con un importante recordatorio: de todas las virtudes que tenemos a nuestra disposición para lidiar con la injusticia, ninguna es más poderosa que el amor (1Co 13:13) y ninguna respuesta es más poderosa que el evangelio, que proclama que Dios envió a Su Hijo a morir por pecadores para salvarnos de la ira que merecemos (Hch 17:30-31; Ro 1:16).
Mientras estaba intensamente concentrado en tratar de terminar este artículo (con mis audífonos con cancelación de ruido y escuchando música de ambiente del océano), mi hermosa, escandalosa y emocionada hija de 15 años irrumpió en mi habitación. Mi meditación serena se evaporó. Tan rápido como pudo, me contó todo sobre una competencia que tenía la escuela y cómo su grupo estaba empatado por el primer lugar. Luego, tan rápido como apareció, sonriente y feliz, se dio la vuelta y se alejó rápidamente.
Eso sí, realmente no quería que me interrumpieran. Por eso me encerré en mi habitación con mis auriculares especiales. ¡Estaba decidido a terminar este artículo! Su interrupción fue una verdadera tentación para irritarme. Pero —alabado sea Dios—, en lugar de irritarme, me reí, disfruté de la bendición de mi alegre hija adolescente y pensé que tal vez este es un buen lugar para terminar. El amor de Cristo es mayor que la irritabilidad. Para Su gloria y el testimonio de la Iglesia, dejemos que la gracia de Dios nos enseñe eso.