Luego de tener a mi primer hijo, y mucho más luego de tener al segundo, me preguntaba si habría terminado con el ministerio hasta que mis hijos crecieran. Me preguntaba cómo podría apretujar otra tarea en mi lista de quehaceres cuando no podía ni siquiera encontrar el tiempo para comer adecuadamente a menos que mi esposo estuviera en casa. Después de leer acerca de Ann Judson, quien dedicó su vida a alcanzar a las personas de Bruma desde el año 1800. Con tres embarazos en curso, a menudo con un bebé amarrado a su espalda, ella se comprometió con el ministerio del evangelio, el trabajo de traducción y el discipulado de los nuevos creyentes. Aún siendo una madre joven, el ministerio era innegociable porque su Salvador le dio un cargo para hacer discípulos en todas las naciones (Mateo 28:19). Ella no era ninguna supermujer; ella era un vaso de barro como el resto de nosotras. Pero porque amaba a Cristo, sus mandamientos no le eran una carga y todo en su vida se rendía a las prioridades de Él. El hacer discípulos pudo haberse visto diferente en sus diferentes épocas de maternidad, pero las demandas de la maternidad no podían obstruir el obedecer a Cristo. En lugar de limitar el hacer discípulos a tiempos y espacios específicos, podemos encontrar libertad, especialmente como madres, para ver el discipulado como relaciones intencionales y bíblicas con las personas en frente nuestro, donde sea que estemos. El hacer discípulos no está ligado a ningún lugar o programa en específico; está ligado a relacionarse. Es “el estilo de vida de una mujer redimida” , a medida que enseñan la vida modelo en Cristo (Tito 2:3-5).
Haz Discípulos de la Familia
En obediencia a la Gran Comisión de Cristo, podemos comenzar por buscar hacer discípulos a aquellos más cercanos a nosotros: nuestras familias. Podemos tener padres o hermanos inconversos, o tal vez un esposo inconverso; o puede que sean creyentes, pero podemos continuar amándolos y animándolos a crecer en la gracia y el conocimiento de Cristo. Aún si todos en la familia confiesan su fe en Cristo, nuestros hijos no nacen creyendo y, si se los deja a ellos mismos, no buscarán a Dios (Romanos 3:10-11). “Nuestros hijos serán discipulados por nosotras, ya sea en el Señor, o de acuerdo con nuestra elección de ídolos”. Ya que hacemos uso de una influencia significante siendo madres, nuestros hijos serán discipulados por nosotras, ya sea en Cristo, o de acuerdo con nuestra elección de ídolos. Los discipularemos hacia Jesús, “fuente de aguas vivas”, o hacia falsos dioses “cisternas agrietadas que no retienen el agua” (Jeremías 2:13). Dios nos ha encomendado a cada uno de nuestros hijos, ya sean biológicos, acogidos o adoptados, ya sea uno o sean muchos, para que hagamos discípulos al criarlos “en la disciplina e instrucción del Señor” (Efesios 6:4). Les enseñamos diligentemente en ritmos de vida comunes y corrientes (Deuteronomio 6:7), y también les mostramos cómo se ve seguir a Jesús en todos los aspectos de la vida, incluyendo en nuestro arrepentimiento. El hacer discípulos no termina cuando nuestros hijos o familias creen en Jesús. Mientras vivamos, o hasta que Jesús vuelva, oramos y trabajamos para su crecimiento y perseverancia hasta el fin.
Haz Discípulos de la Familia en la Fe
Cada madre creyente es parte del cuerpo de Cristo (1 Corintios 12:27). La maternidad no nos separa de su cuerpo para luego ser reunidas cuando nuestro hijos no toman más siestas, o se han graduado a la adultez. Como madres, aún somos partes del cuerpo y contribuimos para su crecimiento a medida que hacemos el trabajo del ministerio (Efesios 4;11-16). Discipularse el uno al otro hacia la igualación a Cristo ocurre, no solamente cuando la iglesia se reúne. Nos enseñamos unos a otros a observar todo lo que Cristo mandó (Mateo 28:20) aún cuando la iglesia se divide, al comer o beber o lo que sea que hagamos (1 Corintios 10:31). Para algunas de nosotras invitar a otros a nuestras vidas diarias puede ser uno de los desafíos más difíciles del discipulado. El hacer discípulos el sábado a la mañana desde las ocho hasta las diez en el café local es un territorio bastante seguro; el invitar a otros a las partes inestructuradas de nuestras vidas, especialmente en nuestros hogares, puede sentirse intimidante. Pero Dios es capaz de abrir nuestros corazones en vulnerabilidad y disponibilidad. Para madres con hijos más pequeños, o con necesidades especiales, el pensamiento de otra relación con la que hacer malabares puede verse abrumador, pero puedes comenzar desde lo pequeño. Invita a otra mujer regularmente para que pase tiempo contigo y tus hijos. Deja que la Escritura aplicada a tu vida diaria sea tu “curriculum”. Hablen juntas mientras doblas la ropa. Oren juntas y compartan las comidas, aún si tus hijos están untándose comida en su cabello. Compartan la vida tan profundamente que puedan “Lo que también habéis aprendido y recibido y oído y visto en mí, esto practicad, y el Dios de paz estará con vosotros” (Filipenses 4:9). Cuando mis primeros dos hijos tenían menos de tres años, me beneficié de la compañía regular de una hermana más jóven de la iglesia. Me ayudaba a reírme ante el hecho de que era mucho más sorprendente el encontrar nuestra casa ordenada y limpia que cuando “cosas de niños” cubrían el piso. Bendecía a mis hijos con su energía y sus habilidades de ingeniería para los Lego. Y cuando los niños dormían, estudiabamos el libro de los Hebreos y orabamos juntas. Ella venía a ser discipulada y aconsejada, pero yo también me iba discipulada y aconsejada también. Su amistad era un salvavidas en esa época de maternidad, y Dios usó nuestra relación para hacernos discípulas a las dos.
Haz Discípulos del Prójimo
En lugar de que las madres busquen solamente sus propios intereses, o los intereses de sus hogares y familias, Cristo nos da una mejor alternativa: buscar sus intereses (Filipenses 2:21) y los de otros (Filipenses 2:4), incluyendo los de los otros fuera de casa. Ponlo de otra manera, él nos llama a amar a Dios y al prójimo (Lucas 10:27). “¿Y quién es mi prójimo?” (Lucas 10:29). Jesús no responde con un código postal, o los nombres de personas a las que nos gustaría mantener cerca. En su lugar, responde con la parábola de un hombre que “cayó en manos de salteadores” (Lucas 10:30). Éste hombre compartía el camino con un predicador y un Levita, quienes lo vieron en un estado moribundo, pero valoraron sus propios intereses sobre su vida (Lucas 10:31-32). Si no hubiese sido por la misericordia de un Samaritano en el camino, podría haber muerto (Lucas 10:33-37). Como madres, compartimos el camino, por decir, con diferentes personas en nuestra comunidad. Podemos ver al prójimo mientras salimos a buscar el correo, un cajero de una tienda podría comenzar una conversación con nosotras, electricistas o plomeros podrían pasar por nuestras casas, podríamos conocer a otras cuidadoras en el parque, o podríamos compartir cubículo con una compañera de trabajo. Podemos deliberadamente entretejer relaciones con el prójimo en la vida diaria, o como el Samaritano, podemos detenernos para mostrar misericordia conforme a la de Cristo. Si tenemos niños pequeños, podemos invitar a otros a caminar con nosotras, hacer mandados con nosotras, o acompañarnos a donde sea que vayamos. Ya sea que tengamos un minuto o veinte para dar, podemos recibir la presencia de nuestro prójimo como una oportunidad y no como una interrupción. El hacer discípulos ocurre en la intersección del amor por Dios y por el prójimo. Madres, la proximidad de nuestros vecinos a nosotras no es casualidad, ya que Dios es quien ha determinado “sus tiempos señalados y los límites de su habitación, para que buscaran a Dios, si de alguna manera, palpando, le hallen” (Hechos 17:26-27). ¿Cómo sabemos que el prójimo en nuestro camino no ha sido puesto allí para encontrar a Dios a través de nosotras?
Haz Discípulos de los Extraños
No estamos limitadas a las relaciones que tenemos frente a nosotras; podemos procurar hacer discípulos más allá de nuestro hábitat natural entre personas que son en realidad extraños para nosotras. Algunas madres podrían comenzar a buscar más allá aún cuando los niños son jóvenes. Dios puede llamar a algunas de nosotras a adoptar. Puede llamar a algunas a ir más allá de los parámetros de la cultura e idioma a gente sin alcance. Puede llamarnos a entrar al mundo del prisionero, el refugiado, o el adicto en recuperación, para que hagamos discípulos de ellos también. Algunas de nosotras podríamos buscar a los ancianos en nuestra comunidad para que vengan junto con otros en amistad. Algunas podríamos abrir nuestros hogares a estudiantes internacionales. Aún las madres con niños pequeños pueden romper la rutina y llevar la cena a la mesa de alguien más, o ayudar a sus hijos a dormir la siesta mientras leen la Escritura juntos. Podemos orar por el nombre de aquellos siendo alcanzados y disciplinados por otros, y nuestros esposos e iglesia también pueden ayudarnos a rescatar tiempo de concentración para el ministerio fuera de nuestras rutinas comunes. Cada madre es diferente, por eso no podemos comparar los horarios, capacidades, o llamados individuales, pero todas podemos preguntarle a Dios dónde más podemos buscar relaciones con intenciones de evangelizar. Si el amor propio rige nuestras vidas, el hacer discípulos no encontrará lugar en nuestras prioridades, no importa cuántas ideas se nos ocurran. Pero si el amor de Cristo nos controla (2 Corintios 5:14), amaremos a aquellos hacia quienes no tenemos obligación u afinidad natural, y nos haremos siervas de todos para ganar más para Cristo (1 Corintios 9:19). Oraremos: “Señor Jesús, no hay nada que quiera más en mi vida que lo que sangraste para obtener”. “Madres, tenemos tanto tiempo como un suspiro en la vida. Las aflicciones de la maternidad son pasajeras, pero las almas alrededor nuestro son eternas”.
Madres Que Hacen Discípulos
Nuestros hijos crecerán rápidamente, y eventualmente, las demandas diarias de la maternidad se desvanecerán. Pero el encargo de Cristo de hacer discípulos no cambia. Hoy es el día de salvación (2 Corintios 6:2). Hoy es el día para exhortarse el uno al otro (Hebreos 3:13). Ann Judson derramó su vida para hacer discípulos porque ella estaba convencida de que “esta vida sólo es temporal, una preparación para la eternidad” . Madres, tenemos tanto tiempo como un suspiro en la vida. Las aflicciones de la maternidad son pasajeras, pero las almas alrededor nuestro son eternas.