Quiero que imagines que, al menos durante un tiempo, al Señor le pareciera conveniente involucrarnos en la selección de las providencias que recibiríamos de Su mano. Quiero que imagines que uno de Sus representantes, un ángel quizás, se acerca a nosotros para preguntarnos cómo preferiríamos servirle a Él. En otras palabras, quiero que imagines que durante un tiempo Él decide transferir Su soberanía y subcontratarla con nosotros. Supongo que podría ser algo como lo siguiente.
Llegó un día cuando uno de los ángeles de Dios apareció ante un grupo de cristianos que, como iglesia local, adoraban juntos. Él se presentó ante ellos y dijo: “El Señor me pidió que distribuyera algunos de los dones de Su providencia, dones que te equiparán para servir a otros en Su nombre. Te he escuchado cantar Que mi vida entera esté, y pensé que este sería el tiempo adecuado”.
“Así que, en primer lugar, tengo el don de la generosidad. ¿Hay alguien aquí que querría servir al Señor en la distribución de una vasta suma de dinero?”. Él echó un vistazo al portapapeles que tenía en sus manos y añadió, “debo señalar que este don viene acompañado de una gran suma de dinero, parecen 10 o 12 millones de dólares, y eso es solo para empezar”.
Casi todas las manos se levantaron. El ángel apuntó hacia una pareja que, con una gran sonrisa en sus rostros, se acercaron a recoger su don.
“Ahora tengo por distribuir algunos talentos poco comunes”. Hojeando rápidamente las páginas dijo, “tengo un intelecto sobresaliente, un gran atletismo y una gran capacidad de liderazgo. ¿Quién quisiera estos?”.
Una vez más una gran cantidad de manos se levantaron y una vez más un grupo de personas se acercaron al frente del salón para recibir lo que habían elegido. A cada uno el ángel dijo, “tomen esto y encomiéndenlo para la gloria de Dios y para el bien de Su pueblo”. Todos asintieron solemnemente mientras tomaban lo que ahora era suyo.
“El siguiente don que tengo es una posición de alto rango. Parece que alguien aquí está destinado a los pasillos del poder. ¿Quién quiere liderar de esta manera?”. Quizás esta vez se levantaron menos manos, pero, aun así fueron muchas.
Y así continuó con los dones de personalidad magnética, la habilidad en la predicación y el talento musical hasta que solo quedaban unas pocas personas, unas pocas personas que, aunque habían levantado sus manos muchas veces, todavía no habían recibido su don, su llamado especial del Señor.
“No se preocupen. Definitivamente, tengo algo para cada uno. Y parece que lo siguiente en mi lista es… cuadriplejía. ¿A quién le gustaría esto?”.
Tras un primer suspiro de sorpresa, las personas permanecieron en silencio, con las manos a los lados y con la mirada fija en el suelo.
“¿Nadie quiere este don? ¿Todos conocen de Joni Eareckson Tada, no? ¿No están agradecidos por su ministerio? ¿No han sido bendecidos e inspirados por ella? ¿No ha sido su gozo un impulso para su fe? Seguramente, alguien está dispuesto a servir en la forma en la que ella lo hace”.
Todas las manos permanecieron abajo.
“Supongo que tendré que volver a considerar esto. ¿Qué tal les parece una pérdida grave? ¿Quién está dispuesto a ser afligido para ser de bendición para otros cristianos que sufrirán su propia pérdida? Ya saben, como Elisabeth Elliot, sé cuánto aman su historia. ¿Quién está dispuesto a perder a un ser querido y permanecer firme en su fe, para mostrar a otros que amas a Dios no solo por las cosas buenas que te ha dado, sino porque Él es muy digno de tu amor?”.
Todavía el salón permaneció en silencio.
“Amigos, escuchen, ¿nunca han sido confortados en sus aflicciones por alguien que había soportado la misma pena? ¿no se sintieron agradecidos de que Dios proveyera alguien que verdaderamente entendió su pena y que pudo confortarles con el consuelo que ellos habían recibido de Dios? ¿No están dispuestos o incluso ansiosos por ser eso para otra persona?”.
A lo lejos, un cortacésped chisporroteaba, pero, no se oía nada más, aparte de alguna tos nerviosa. El ángel, quizá ahora un poco apenado, comenzó a hojear rápidamente las hojas de su portapapeles.
“¿Infertilidad? ¿viudez? ¿persecución? ¿aborto natural? ¿no quiere nadie tomar uno de estos? ¿nadie los aceptará? “.
Finalmente, desde la parte de atrás del salón una voz rompió el silencio incómodo: “¿Tienes más de esos talentos raros o puestos altos?”.
La realidad, por supuesto, es que Dios no pregunta qué dones de Su providencia nos gustaría recibir de Su mano. Sin embargo, Él nos escucha cuando cantamos “que mi vida entera esté consagrada a ti, Señor”. Él toma en cuenta nuestra palabra cuando cantamos “Todo a Cristo yo me entrego, con el fin de serle de fiel”. Él escucha y responde cuando hacemos eco de Jesús para decir “no sea mi voluntad, sino la tuya”. Él distribuye los dones de Su providencia en maneras que favorezcan Su causa y bendigan Su pueblo.
Y al recibirlas de Su mano, podemos descansar seguros de que en la vida de los cristianos no hay dos clases de providencia, una buena y otra mala. No, aunque algunas sean fáciles y otras difíciles, todas son buenas porque todas, de alguna manera, emanan de Su mano buena y paternal y todos, de alguna manera, pueden ser consagrados a Su servicio. Porque no nos pertenecemos, pero sí le pertenecemos a Él en cuerpo y alma, en vida y muerte, en gozo y dolor, en las circunstancias que habríamos elegido de todos modos y en aquellas que habríamos evitado a toda costa. A nosotros nos corresponde recibir lo que Él nos asigna, recibirlo con confianza en Su bondad y en Sus propósitos, dispuestos y deseosos de administrarlo todo fielmente para el bien de Su amado pueblo y la gloria de Su gran nombre.
Este artículo se publicó originalmente en Challies.