Si hemos entendido y abrazado el evangelio, es posible que aún en las situaciones cotidianas nos olvidemos de él e intentamos vivir por nuestras propias fuerzas. A veces podríamos vivir como si el evangelio fuera solo la entrada a la familia de Dios, pero después como si debiéramos amar a Dios con toda nuestra alma, mente y fuerzas (Dt 6:5), servirle con gozo y amar a nuestro prójimo como a nosotras mismas por nuestros propios medios.
Vivamos centradas en el evangelio
Cuando tratamos al evangelio como si este fuera solo la entrada a la vida cristiana, pero no las buenas noticias para toda la vida, la vida de fe podría convertirse en una pesada carga. Intentar obedecer cada mandamiento que encontramos en la Palabra de Dios por nuestras propias fuerzas es una tarea imposible. La buena noticia es que el evangelio no solo nos hace hijas de Dios, sino que nos capacita para vivir de una manera que agrada a Dios y trae gloria a Su nombre. La vida cristiana no es una carga, nuestro mismo Señor Jesús nos dice en Mateo 11:28-30:
Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados, y Yo los haré descansar. Tomen Mi yugo sobre ustedes y aprendan de Mí, que Yo soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para sus almas. Porque Mi yugo es fácil y Mi carga ligera.
El evangelio son “buenas noticias”. Evangelio era la palabra usada para darles las noticias al pueblo acerca del emperador. Algo así como decir “¡extra, extra!” con un periódico, o Breaking news. En el contexto del evangelio de Jesucristo, Pablo dice: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá” (Ro 1:16-17).
Enseñemos el evangelio
¿Cuál es el es el poder de Dios para salvación? El evangelio. No nuestros métodos dinámicos, ni nuestras palabras elocuentes, ni nuestro estilo, ni psicología o métodos humanos. Solo el evangelio. El evangelio es lo único que puede cambiar los corazones de las personas. “El evangelio” es el poder de Dios para salvación. Si el evangelio no es el centro de nuestro discipulado, entonces no estamos haciendo discípulos de Cristo, estamos haciendo discípulos de nosotras mismas.
Entonces debemos regresar a recordar lo básico del evangelio nosotras mismas cuando nos encontremos en diferentes situaciones y circunstancias de la vida. Y debemos enseñar y aconsejar siempre regresando al evangelio. Al enseñar a otras mujeres, hablemos de nuestra propia necesidad de la gracia de Dios no solamente para hacernos Sus hijas, sino para mantenernos firmes en la fe. Es solo la gracia de Dios la que nos sostiene, la que nos hace crecer y parecernos más a Cristo.
Hagamos discípulos de Cristo
Un discípulo es un seguidor de Cristo, uno que aprende constantemente a guardar todos los mandamientos de Cristo, uno que se ha arrepentido de sus pecados y ha puesto su fe en Jesucristo como su Salvador, uno que vive queriendo conocerle y agradarle. El discipulado es aprender a vivir siguiendo a Cristo y enseñar a otros a imitarle (Mt 28:19-20).
En nuestro discipulado debemos enseñar todo el consejo de Dios en Su palabra, todas las cosas que Cristo enseñó. El discipulado no se trata de crear seguidoras de mí misma, de mis propios estilos y manera de hacer las cosas, se trata de apuntar a otras hacia Cristo.
¡Qué gozo que la Biblia tiene algo que decir para cada etapa de la vida! Ésta nos enseña a cumplir con nuestro rol de mujeres, hijas, esposas, siervas de Cristo, madres, hermanas y nuestra posición en la iglesia y sociedad.
El apóstol Pedro nos recuerda que no necesitamos de enseñanzas fuera de la Palabra de Dios para poder vivir vidas plenas que honren al Señor y que traigan fruto. Ya todo se nos ha sido dado por medio del Hijo. Si hemos puesto nuestra confianza en Su sacrificio suficiente en la cruz, también hemos recibido al Espíritu Santo que mora en nosotras para guiarnos:
Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina (2P 1:3-4, RV60 énfasis añadido)
Debemos recordar el evangelio para nosotras mismas para cada área de nuestra vida, para cada problema, circunstancia y tentación. Debemos estar alimentándonos de Su Palabra constantemente anhelando como los niños recién nacidos están hambrientos por la leche de su madre. Esta Palabra es vida (1P 2:2).
Cuando el evangelio es el centro de nuestro discipulado, entonces estamos haciendo verdaderos discípulos de Cristo.