El evangelio no se trata de algo que hacemos, sino de lo que ha sido hecho por nosotros; con todo y eso el evangelio produce toda una nueva forma de vida. Esta gracia y las buenas obras que resultan deben distinguirse y conectarse. El evangelio, sus resultados y sus implicaciones deben relacionarse entre sí con mucho cuidado, sin confundirse ni separarse. Uno de los dictados de Martín Lutero fue que somos salvos por fe únicamente, pero no por una fe que permanece sola. Su punto radica en que la verdadera creencia evangélica siempre y necesariamente lleva a las buenas obras, pero la salvación de ninguna manera se alcanza a través de las buenas obras ni por razón de ellas. La fe y las obras nunca deben confundirse la una con la otra, ni pueden tampoco separarse (Ef 2:8-10; Stg 2:14, 17-18, 20, 22, 24, 26).
Estoy convencido de que la creencia en el evangelio nos lleva a cuidar del pobre y a participar activamente en nuestra cultura, así como estoy convencido de que Lutero dijo que la verdadera fe lleva a las buenas obras. Pero, así como la fe y las obras no deben separarse ni confundirse, los resultados del evangelio nunca deben separarse del evangelio mismo ni confundirse con él. A menudo he escuchado a personas predicar de esta manera: “Las buenas noticias nos dicen que Dios está sanando y sanará al mundo de todas sus heridas; por lo tanto, la obra del evangelio es trabajar para que haya justicia y paz en el mundo”. El peligro de esta manera de pensar no está en que las afirmaciones sean falsas (no lo son), sino que confunde los efectos con las causas. Confunde lo que el evangelio es con lo que el evangelio hace. Cuando Pablo habla de la renovada creación material, declara que nosotros tenemos garantizados los cielos nuevos y la tierra nueva, porque en la cruz Jesús restauró nuestra relación con Dios como verdaderos hijos e hijas. Romanos 8:1-25 enseña de manera extraordinaria que la redención de nuestros cuerpos y de todo el mundo físico ocurre cuando recibimos “nuestra adopción”. Como Sus hijos, tenemos garantizada nuestra herencia futura (Ef 1:13-14, 18; Col 1:12; 3:24; Heb 9:15; 1P 1:4), y por causa de esa herencia, el mundo es renovado. El futuro es nuestro gracias a que en el pasado Cristo culminó la obra.
No debemos, entonces, dar la impresión de que el evangelio es simplemente un programa de rehabilitación divina para el mundo, sino más bien que es una obra sustitutiva ya consumada. No debemos representar el evangelio como algo que primordialmente une (el programa del reino de Cristo), sino más bien como algo que se recibe (la obra consumada de Cristo). Si cometemos este error, el evangelio se torna en otra clase de salvación por obras, en vez de salvación por fe. Como escribe J. I. Packer: “El evangelio nos trae soluciones a estos problemas [de sufrimiento e injusticia], pero lo hace resolviendo primero […] el más profundo de los problemas humanos, el problema de la relación del hombre con su Hacedor; y a menos que pongamos en claro que la solución de estos primeros problemas depende de que se solucione este último, estamos desvirtuando el mensaje y convirtiéndonos en falsos testigos de Dios”.[1]
Un asunto relacionado con esto tiene que ver con si el evangelio se propaga haciendo justicia. No solo la Biblia repite una y otra vez que el evangelio se difunde mediante la predicación, sino que el sentido común nos indica que las obras de amor, por importantes que sean como acompañamiento de la predicación, no pueden por sí mismas llevar a la gente al conocimiento salvador de Jesucristo. Francis Schaeffer argumentó correctamente que las relaciones cristianas mutuas constituyen el criterio que el mundo usa para juzgar si el mensaje es verdadero, así que la comunidad cristiana es la “apologética final”.[2] Nota de nuevo, sin embargo, la relación entre fe y obras. Jesús dijo que una comunidad llena de amor es necesaria para que el mundo sepa que Dios lo envió (Jn 17:23; comparar con 13:35). Compartir nuestro bien con los demás y con el necesitado es una señal poderosa para los no creyentes (ver la relación entre testificar y compartir en Hechos 4:31-37 y Hechos 6). Pero las obras caritativas, aunque encarnen las verdades del evangelio y no puedan separarse de la predicación del evangelio, no deben mezclarse con él.
El evangelio es ante todo la divulgación de la obra de Cristo en nuestro favor; constituye el porqué y el cómo; el evangelio es salvación por gracia. El evangelio es noticia porque trata de una salvación que se consumó por nosotros. Es noticia que crea una vida de amor, pero la vida de amor no es en sí el evangelio.[3]
Este artículo ha sido tomado del libro Moldeados por el evangelio, escrito por Timothy Keller. El texto corresponde a una parte del capítulo 1, titulado “El evangelio no lo es todo”. Puedes adquirir este libro a través de Poiema.
Referencias
[1] J. I. Packer, Knowing God [Conocer a Dios] (Downers Grove, Ill.: InterVarsity, 1973), p. 171.
[2] Francis Schaeffer, The Mark of the Christian [El sello del cristiano] (Downers Grove, Ill.: InterVarsity, 1977), p. 25. cf. Timothy George y John Woodbridge, The Mark of Jesus: Loving in a Way the World Can See [El sello de Jesús: Amando de manera que el mundo pueda ver] (Chicago: Moody, 2005).
[3] Ver Carson, “What Is the Gospel? – Revisited” [“Qué es el evangelio–Explorado de nuevo”], en For the Fame of God’s Name [Por la fama del nombre de Dios], p. 158.