El Sr. A es miembro de la iglesia. Fue bautizado hace años, todavía profesa la fe y asiste regularmente los domingos. Aunque no se le conoce por tener mucho amor a Jesús, ni mucho celo por las cosas espirituales, tampoco se le conoce por ser un pecador abierto. Es muy agradable. Sirve de vez en cuando y no evita entablar una conversación al salir por la puerta. Lucha con su conjunto de pecados, pero ¿quién no lo hace?
Se sienta en la misma banca cada semana y, sinceramente, no muchos notarían si se va. No es exactamente un modelo de un creyente ferviente. Pero sigue siendo un miembro: diferentes miembros tienen diferentes dones.
¿Está creciendo en santidad? Realmente no se sabe. ¿Está aumentando su conocimiento de Cristo? Es difícil decirlo. ¿Realmente ama a los hermanos? Bueno, ¿qué quieres decir exactamente? ¿Se calienta con el amor de Dios o se deleita en el Señor Jesús? Tal vez en lo más profundo. Has asistido a la iglesia con esta persona. Tal vez te has cruzado en un pequeño grupo con él. Pero, a pesar de todo eso, su corazón por su Señor no ha salido mucho a la superficie. Se mezcla en la banca de domingo a domingo como una planta falsa en la esquina del santuario.
Los años pasan. Cría una familia. Su hija canta en el coro infantil. Su esposa cocina ocasionalmente para las reuniones de la iglesia. Nunca comete inmoralidades graves. Nunca promueve herejías. Nunca deja de venir. Su lápida eventualmente lee: “Aquí yace el Sr. A., esposo cristiano, padre, hombre de iglesia”.
A lo largo de los años, he estado gravemente preocupado por este tipo de hombre. Me ha llamado la atención este hombre, probablemente porque solía ser como este hombre.
Iglesia para los no convertidos
Para decirlo claramente: creo que hombres como el Sr. A están demasiado cómodos en demasiadas iglesias mientras se duermen camino al infierno. El nominalismo o, si quieres la palabra bíblica, la tibieza, es peligrosa para el alma del profesante y con demasiada frecuencia se ignora en las iglesias. Considera algunas palabras de Jesús:
Por tanto, buena es la sal, pero si aún la sal ha perdido su sabor, ¿con qué será sazonada? No es útil ni para la tierra ni para el montón de abono; la arrojan fuera (Lc 14:34-35).
Cierto hombre tenía una higuera plantada en su viña; y fue a buscar fruto de ella y no lo halló. Y dijo al viñador: “Mira, hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no lo hallo. Córtala. ¿Por qué ha de cansar la tierra?” (Lc 13:6-7).
Yo conozco tus obras, que tienes nombre de que vives, pero estás muerto (Ap 3:1).
Así, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de Mi boca (Ap 3:16).
El que ama al padre o a la madre más que a Mí, no es digno de Mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a Mí, no es digno de Mí (Mt 10:37).
Uno que profesa la fe y no tiene sal es tirado lejos. Una higuera estéril es cortada. Una reputación vacía es expuesta. Un sorbo tibio de agua es escupido de la boca de Dios. Un amante tibio no es bienvenido como discípulo de Cristo.
Tiemblo al ver cuántos hombres y mujeres bajan por la suave pendiente del deber religioso, e incluso por la de la membresía en la iglesia, pacíficamente hacia el infierno. Estos centauros espirituales tenían cierto parecido con personas cristianas en la parte superior, pero tenían sus pezuñas hundidas en el amor de este mundo terrenal.
Respaldando a los falsos profesantes
Lo que me ha llegado a molestar, y lo que creo que debería molestarte a ti también, es que demasiadas personas parecen no tener una categoría para los profesantes sin vida en las iglesias. Parece que rara vez se les ocurre, incluso a algunos doctores en divinidad, que los directorios de iglesias pueden contener nombres de muertos. Y aunque ninguna iglesia local estará constituida perfectamente por los regenerados, mi problema es con las señales vitales no bíblicas que se asocian con tener vida, permitiendo que el camino ancho se convierta en una autopista que atraviesa las iglesias locales.
“Cuanto más vivo, y más cerca estoy del cielo”, escribe John Piper, “más inquietante es que tantas personas se identifiquen como cristianas, pero den tan poca evidencia de ser verdaderamente cristianas”. Este es mi corazón. “Mi tristeza crece”, continúa él, “cuando considero que puede haber millones de personas que se consideran a sí mismas como cristianas que se dirigen al cielo, escapando del infierno, pero no lo están; personas para quienes Cristo está en los márgenes de sus pensamientos y afectos, no en el centro transformador. Personas que escucharán a Jesús decir en el juicio: ‘Jamás los conocí; apártense de Mí’ (Mt 7:23)” (What is saving faith? [¿Qué es la fe salvadora?], 29).
¿A cuántas personas tenemos en nuestras iglesias que, año tras año, dan poco o ningún testimonio de ser verdaderos cristianos? ¿A cuántos llamamos “hermano” o “hermana”, los cuales colocan a Cristo en los asientos traseros de sus pensamientos y afectos? ¿Los notamos? ¡Oh, y pensar que tantos habrán perecido, no a pesar de las preguntas, súplicas y advertencias de la iglesia, sino felizmente en medio de una verdadera iglesia local con buenos hombres predicando! Se desviaron hacia el infierno sin que los santos que los rodeaban se preocuparan, sin ser conocidos ni perseguidos por sus pastores.
La tibieza debería ser objeto de arrepentimiento en nuestras iglesias, no reforzada con nuestra permisividad. El gran y primer mandamiento, nuestro privilegio por haber nacido de nuevo, es amar al Señor nuestro Dios con todo nuestro ser (Mt 22:37–38; Dt 30:6). Si desechamos este mandamiento por preferir nuestros propios estándares para la vida cristiana; si sostenemos a los perdidos religiosos, insinuando que el conocimiento de la cabeza y la asistencia regular hacen a un cristiano, las iglesias locales pueden convertirse, de todos los lugares posibles, en los más cómodos para los espiritualmente muertos.
Desbalance peligroso
¿Qué puede perpetuar este ciclo vicioso? ¿Qué puede contribuir a que los miembros nominales se sientan tan cómodos en las comunidades cristianas? Creo que una tendencia en la que las iglesias protestantes pueden caer es exagerar la justificación y subestimar la regeneración.
Exagerar la justificación
Cuando todo se trata de la justificación, cuando la historia se detiene en lo que Cristo ha hecho fuera de nosotros en Su muerte sustitutiva, podemos inclinarnos hacia estándares laxos para lo que constituye la membresía y el discipulado. Todo puede reducirse a un asentimiento cognitivo (estar de acuerdo intelectualmente con lo que él logró) y omitimos el énfasis en la “obediencia de la fe”, en dar frutos que demuestren arrepentimiento, o en la “fe que actúa por medio del amor” (Ro 1:6; Mt 3:8; Ga 5:6). En otras palabras, omitimos la vida y las acciones de una fe viva.
“¿De qué sirve, hermanos míos, si alguien dice que tiene fe, pero no tiene obras? ¿Acaso puede esa fe salvarlo?” (Stg 2:14). Muchos responden a este versículo diciendo: “Por supuesto que puede: la salvación es solo por fe. ¿Qué quieres decir?”. Al hacerlo, toleramos una fe muerta; una que asiste y dice que cree ciertos credos, evita el escándalo público, pero no trabaja alegre y temerosamente “en su salvación con temor y temblor” ni busca “la santidad, sin la cual nadie verá al Señor” (Fil 2:12; Heb 12:14), todo ello derivado de una verdadera justificación en Cristo solo por medio de la fe.
Una vida religiosa sin vida, sin pulso y sin pasión, evidenciada en una asistencia rutinaria a la iglesia. ¿Es este el poder de Dios para salvación? Nuestras confesiones responden claramente:
La fe, al recibir y reposar en Cristo y Su justicia, es el único instrumento de justificación; sin embargo, no está sola en la persona justificada, sino que siempre está acompañada de todas las otras gracias salvadoras, y no es una fe muerta, sino que obra por amor (Confesión de Westminster, 11.2).
Subestimar la regeneración
“En verdad te digo que el que no nace de nuevo no puede ver el reino de Dios” (Jn 3:3). Jesús trastornó el mundo de Nicodemo al enseñarle que, en esta era del nuevo pacto, el que no haya nacido de nuevo en la tierra no estará en el cielo.
Así es. Un cambio de corazón, un cambio de amor, un cambio de criatura debe ocurrir si estaremos en el cielo. Sin embargo, ¿cuántos conocen el poder de este cambio? Esperamos que sea la mayoría de los miembros en nuestras iglesias, pero nunca debemos perder de vista que el nuevo nacimiento se demuestra a lo largo del tiempo con frutos inconfundibles. Tal está vinculado a la promesa del nuevo pacto dada a Ezequiel:
Entonces los rociaré con agua limpia y quedarán limpios; de todas sus inmundicias y de todos sus ídolos los limpiaré. Además, les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes; quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne. Pondré dentro de ustedes Mi espíritu y haré que anden en Mis estatutos, y que cumplan cuidadosamente Mis ordenanzas (Ez 36:25-27).
Dios nos dará un nuevo corazón, un nuevo amor, una nueva lealtad en este nuevo nacimiento. Por lo tanto, Juan puede hacer afirmaciones tan tajantes en su primera epístola acerca de cómo nuestra seguridad como cristianos se relaciona directamente con nuestras vidas de obediencia y amor hacia otros creyentes (1Jn 2:29; 3:9–10; 4:7; 5:1, 18).
El pensamiento de “Una vez miembro, siempre miembro” es más ordenado, limpio y conveniente para pastores ya demasiado ocupados. Pero también es más incierto, tanto para ellos como para nosotros, en vista de ese gran día cuando estaremos junto a ellos y “rendiremos cuentas” por sus almas (Heb 13:17).
Muchos me dirán en aquel día
“Muchos” es una de las palabras más reconfortantes y una de las más aterradoras que proceden de los labios de Jesús en los Evangelios. Aquí se la vemos como la más aterradora:
No todo el que me dice: “Señor, Señor”, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de Mi Padre que está en los cielos. Muchos me dirán en aquel día: “Señor, Señor, ¿no profetizamos en Tu nombre, y en Tu nombre echamos fuera demonios, y en Tu nombre hicimos muchos milagros?”. Entonces les declararé: “Jamás los conocí; apártense de Mí, los que practican la iniquidad” (Mt 7:21–23, énfasis añadido).
Esfuércense por entrar por la puerta estrecha, porque les digo que muchos tratarán de entrar y no podrán (Lc 13:24, énfasis añadido).
Muchos hombres y mujeres perdidos irán a ese gran día de juicio creyéndose salvados. Fueron a la iglesia, hicieron obras en su nombre, y lo llamaron Señor. Deja que eso se asiente en ti un momento. ¿Puede haber algo más miserable, más impactante, más digno de compasión que la imagen de uno de nuestros miembros, o nosotros mismos, jadeando en total incredulidad mientras los ángeles los arrastran? “¡Pero Señor, tú eres mi Señor! ¡Soy uno de tus seguidores!”
Oh, antes de que sea demasiado tarde, resolvámonos ahora, en la medida de lo posible, a no dejar que nuestro pueblo se duerma camino al juicio. ¿No les diremos que estén alerta, que permanezcan despiertos? ¿No los llamaremos a ese discipulado que se encuentra en el Nuevo Testamento? ¿No velaremos por sus almas en oración sincera? ¿No los animaremos, exhortaremos, reprenderemos y tocaremos la trompeta de la palabra de Dios en sus oídos? ¿Oirán “Nunca los conocí” de la boca del Señor en el cielo después de que nosotros, sus pastores y compañeros miembros, no los conocimos en la tierra? ¿Seremos sus cómplices sin saberlo?
Oh, Señor, por nuestro bien y el de ellos, que no sea así.
Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.