En la primera parte de esta serie apuntamos al abandono que experimentó Jesús por parte de sus amigos. Ahora el segundo de los sufrimientos que vamos a considerar, es uno que no solo experimentó en la cruz sino también durante su vida y ministerio: el desprecio. El diccionario define la palabra despreciar como «desestimar y tener en poco». El profeta Isaías dijo que Jesús «fue despreciado y desechado de los hombres» (Isaías 53:3 LBLA). Y el salmista lo llamó el «despreciado del pueblo» (Salmos 22:6). Como dijimos antes, el menosprecio contra Jesús comenzó desde el inicio de su ministerio terrenal, porque el mismo Juan nos dice en su evangelio que «A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron» (Juan 1:11). Sus familiares lo cuestionaron, los escribas y fariseos lo resistieron y los sacerdotes lo rechazaron. Aun el menosprecio lo experimentó de una forma más cruel y violenta mientras iba camino a la cruz: «Y escupiéndole, tomaban la caña y le golpeaban en la cabeza. Después de haberle escarnecido, le quitaron el manto, le pusieron sus vestidos, y le llevaron para crucificarle» (Mateo 27:30-31). Mientras colgaba en la cruz, «Los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza» (Mateo 27:39). Luego «uno de los malhechores que estaban colgados le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros» (Lucas 23:39). Además, los soldados «repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes» (Lucas 23:34). Menosprecio, indiferencia y rechazo son palabras que describen muy bien lo que Jesús sufrió de parte de los hombres, aun estando en su agonía. Esta parte de los sufrimientos de Jesús merecen especial atención pues uno de los aspectos más difíciles de la experiencia humana es precisamente el sentimiento de rechazo y el desprecio. El hombre es afectado de una manera negativa por el menosprecio de otros. Más aún si se trata del rechazo que proviene de aquellos a quienes amamos. Por eso el profeta describe esta fuerte emoción, llamando a Jesús “varón de dolores» (Isaías 53:3).
Reaccionando ante el desprecio de los hombres
El aspecto más llamativo tiene que ver con la notable reacción de nuestro Señor ante el desprecio de los hombres. El profeta Isaías capta muy bien esta actitud cuando dice: «y como oveja delante de sus trasquiladores, enmudeció, y no abrió su boca…» (Isaías 53:7). Jesús fue menospreciado por los hombres, sujeto a las más cínicas y maliciosas burlas y aun así, guardó silencio y no respondió a las provocaciones. Por eso el apóstol Pedro hizo un llamado a todos los creyentes para seguir el ejemplo de Jesús: «Pues para esto fuisteis llamados; porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas; el cual no hizo pecado, ni se halló engaño en su boca; quien cuando le maldecían, no respondía con maldición; cuando padecía, no amenazaba, sino encomendaba la causa al que juzga justamente» (1 Pedro 2:21-23).
Despreciado por nuestros pecados
Jesús sufrió la burla, el escarnio, el desprecio y el rechazo de los hombres. Pagó el precio de nuestros pecados y sufrió lo que nosotros debíamos padecer por ellos. JC Ryle, un obispo anglicano del siglo XIX decía con respecto a los sufrimientos de Jesús: “Nuestros pecados fueron muchos y grandes. Pero un gran sacrificio se ha llevado a cabo por ellos». Y el gran sacrificio comprende necesariamente, no solo el dolor físico de los látigos y de la crucifixión, sino también el dolor del abandono y el menosprecio. Sus sufrimientos nos dan una perspectiva precisa de lo que merecíamos y lo que el pecado representa para Dios. El dolor emocional es un aspecto que no debemos separar de los sufrimientos de nuestro Señor. No olvidemos que el abandono de sus amigos y el desprecio de los hombres deben ser considerados cuando contemplamos el precio que se pagó por nuestra redención: «Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos» (Isaías 53:3 RVR1960). Nuestra salvación es la gran obra de un Dios que se hizo hombre, se humilló así mismo, se hizo obediente y se identificó con nosotros en todas las miserias de la experiencia humana. La meditación en ellas es deber del creyente, pues incrementan el amor, el respeto y la admiración por nuestro Salvador.