¿Qué hacemos cuando nuestro hermano peca contra nosotros? 

Hay una forma bíblica de llegar ante un hermano que ha pecado contra nosotros.
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¿Al igual que yo, también has descubierto que puede ser mucho más fácil orar por tus propios pecados que lidiar con los pecados que otros cometen contra ti? 

Con nuestros pecados, podemos confesarlos a nuestro Señor, apropiarnos de una de Sus tantas promesas de perdón y recibir la restauración de nuestras almas. Con los pecados de otros, el proceso puede ser un poco más inconveniente, más difícil. 

Con pecadores que nos traicionan, nos avergüenzan y nos lastiman en ese lugar en el que somos más vulnerables, el decirles que los perdonamos puede sentirse como escalar una montaña, y es mucho más difícil perdonarlos “de corazón” (Mt 18:35). 

La mente caída tiene la tendencia a reproducir involuntariamente las ofensas de los demás contra nosotros. Ves nuevamente la escena, escuchas las palabras, sientes la misma puñalada repetidamente. Como un gusano, la ofensa tiende a excavar más y más profundo dentro de nosotros. El shock inicial se convierte en un creciente ¿Cómo pudo hacerlo?, y cuanto más cercana es la relación, mayor es la oportunidad de infección. David lo sabía muy bien: 

Porque no es un enemigo el que me reprocha,

Si así fuera, podría soportarlo;

Ni es uno que me odia el que se ha alzado contra mí,

Si así fuera, podría ocultarme de él;

Sino tú, que eres mi igual,

Mi compañero, mi íntimo amigo (Sal 55:12-13). 

Tal vez te han enseñado qué hacer con tus pecados contra Dios, pero ¿está tu corazón bien instruido en cuanto a qué hacer —y qué no hacer—, cuando otros, especialmente los demás cristianos, pecan contra ti?

La mente caída tiene la tendencia a reproducir involuntariamente las ofensas de los demás contra nosotros. / Foto: Getty Images

Ayuda antigua para el dolor que persiste 

Se esperaba que hubiera amor desde el comienzo. Desde el principio de la historia de Israel bajo el pacto que Dios había hecho con Moisés, el amor estaba consagrado en la ley, y se había heredado a las generaciones venideras: 

No odiarás a tu compatriota en tu corazón; ciertamente podrás reprender a tu prójimo, pero no incurrirás en pecado a causa de él. No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el SEÑOR (Lv 19:17-18). 

Encuentro este pasaje extremadamente útil al soportar la aflicción de los pecados de otros contra mí.

Primero, me dice que no debo odiar a mi hermano en mi corazón. Puedo pensar que, si no respondo físicamente en el momento o no reacciono de manera poco amable o fría, eso equivale a no haberlo hecho en mi corazón. Autocontrol no es lo mismo que amor. Puedes practicar el autocontrol y albergar un gran desprecio en tu corazón. Este mandamiento me prohíbe aferrarme a los pecados de mi prójimo como una ardilla se aferra a una bellota, guardándolos en mi corazón y mente.

Segundo, me dice que puedo pecar contra otros en cómo respondo a su pecado. “No odiarás a tu compatriota en tu corazón… pero no incurrirás en pecado a causa de él”. Dios está más preocupado aquí por tratar mi pecado presente o futuro que el pecado pasado de la persona que me hizo mal. Esto es desafiante. Puedo ser, como muchas veces he sido, simultáneamente, una víctima y un culpable en la misma situación por cómo respondí.

Y cuando traigo a la memoria una y otra vez los pecados que han cometido contra mí, contando y anotando internamente sus crímenes, eso me lleva a los otros dos frutos podridos del odio que describe este pasaje: la venganza y el rencor. Siento la necesidad de emparejar los puntos (venganza) o de negarme a superarlo (mantener rencor). Y observa, de paso, al pueblo contra el que tú y yo estamos tentados a guardar rencor o buscar venganza: el pueblo de tu Dios. Sus hijos. Sus santos. Tu propia familia.

Cuando traemos a la memoria una y otra vez los pecados que han cometido contra nosotros, contando y anotando internamente sus crímenes, eso nos conduce hacia la venganza o el rencor. / Foto: Unsplash

Cómo olvidarlo y seguir adelante

Sin embargo, lo que más me llama la atención en este texto no son las formas pecaminosas en que puedo responder a los pecados de los demás: guardar la ofensa en mi corazón, tener rencor, buscar venganza. Lamentablemente, conozco demasiado bien esas respuestas. Lo que me golpea más fuerte son las alternativas de Dios.

1. No lo odies; ve a él

No odiarás a tu compatriota en tu corazón; ciertamente podrás reprender a tu prójimo, pero no incurrirás en pecado a causa de él (Lv 19:17).

“No odiarás… en tu corazón”. Aquí está el camino angosto: debes hablar con la persona que pecó contra ti. (Asumo aquí circunstancias normales en las que no hay una amenaza razonable de daño físico que pueda impedir ir solo). 

Ve cerca de él; no lejos de él atesorando los pecados en tu corazón. Ve cerca de él; no lejos de él para publicarlo en Twitter o para chismear con otros. Ve a él. “Si tu hermano peca, ve y repréndelo a solas; si te escucha, has ganado a tu hermano” (Mt 18:15, énfasis añadido).

No vayas a él para herirlo, para vengarte, para acumular más fuerza para tu rencor. Puede que no sea sabio hablar el día que ocurre la ofensa, haz la “tarea del corazón” necesaria sobre ese pecado antes que el sol se ponga: Enójense, pero no pequen; no se ponga el sol sobre su enojo, ni den oportunidad al diablo” (Ef 4:26-27).

Si quieres dejar al diablo entrar en tu vida, retrasa tu responsabilidad y niégate a resolver tu enojo hacia otros. Nunca hables con esa persona. Deja que el sol se ponga antes de calmar tu corazón en oración y confesión delante de Cristo.

Aquí está el camino angosto: debes hablar con la persona que pecó contra ti. / Foto: Getty Images

2. No lo odies; razona francamente con él

Ciertamente podrás reprender a tu prójimo (Lv 19:17).

¿No es increíble que la alternativa a odiar a tu hermano en tu corazón sea hablarle? No voy a masticar la ofensa y el sinsabor como un caramelo; más bien, lo voy a dejar salir por medio de hablar la verdad en amor (Ef 4:15).

He cometido el error de entender “reprende a tu prójimo” como “asume que has interpretado las cosas correctamente y díselo a esa persona”. En su lugar, he aprendido a decir: “Percibo que has hecho esto” o “creo que has pecado contra mí y contra Dios”. Estos han demostrado ser comienzos más fructíferos. Pero sé honesto. No minimices su pecado, sino háblale en amor.

Para algunos, esto será muy difícil. Desprecias el conflicto. Desprecias el hecho de no agradarle a las personas. Preferirías que tu hermano o hermana continúen en patrones de pecado contra Dios; preferirías cultivar las semillas del resentimiento en tu interior; preferirías cubrir sus pecados en injusticia que tener una conversación incómoda. Tu auto protección, al final, equivale a odio hacia tu hermano.

La mitad de las veces, aunque esperas una disculpa, tu hermano no tiene ni idea de que pecó contra ti. Tu amargura silenciosa le roba la oportunidad del arrepentimiento, y te priva a ti de la oportunidad de crecer en valentía, en obediencia, en muerte al yo, en conciencia sobre ti mismo y en arrepentimiento si estás equivocado. Apuesto a que el resentimiento silencioso ha causado aún más daño entre nosotros que la contención que sigue a una conversación abierta.

La mitad de las veces, aunque esperas una disculpa, tu hermano no tiene ni idea de que pecó contra ti. / Foto: Unsplash

3. No lo odies; ámalo como a ti mismo

No odiarás a tu compatriota en tu corazón… sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo (Lv 19:18). 

¿No es así como generalmente lidiamos con nosotros mismos?

Nadie ha hecho un daño peor que el tuyo. Nadie ha ofendido de una forma peor, nadie ha causado más problemas, nadie ha hecho tu vida más difícil que tú mismo. Nuestro pecado, no el pecado de otros en contra de nosotros, es siempre el problema más grande. No es “ese de allá” o “esa persona”, sino yo. Los pecados de otros no pueden llevarme a la perdición. Los pecados de otros no pueden arruinar mi alma (sin mi permiso).

Pero, aunque nuestro mayor problema somos nosotros mismos, todavía nos amamos, ¿verdad? Pocos andan por ahí con rencor de sí mismos, conspirando venganza contra sí mismos, negándose a dar compasión a sus propios pecados contra los demás.

Entonces, ¿cómo amamos a nuestro hermano en la fe? Así. Como comenta Matthew Henry: “A menudo cometemos errores hacia nosotros mismos, pero rápidamente nos concedemos el perdón, y eso no minimiza nuestro amor por nosotros mismos. De la misma manera, debemos amar a nuestro prójimo”.

En vez de odiar al prójimo, ámalo como a ti mismo. / Foto: Pexels

No guardes sus pecados en tu corazón 

El tratar clara, honesta y rápidamente con nuestros hermanos y hermanas en Cristo les muestra un amor como el que nos damos a nosotros mismos y con el cual hemos sido amados. ¿Acaso no son escasas las comunidades cristianas que tratan mutuamente sus faltas con amor? ¿No es más bien terrible e infrecuente que un creyente te lleve aparte y te cuente los errores que has cometido? Y aquí está la pregunta importante: ¿debería ser así de extraño o terrible?

Esto no busca incentivar a aquellos que encuentran faltas en otros a vociferar los pecados que ven, liberando así las plagas de moscas y ranas en todas partes. Esto tampoco elimina el llamado real y hermoso a cubrir los pecados de otros en amor (Pro 10:12; 1P 4:8). En cambio, este es un mensaje para promover una conversación donde ha habido silencio amargo, valentía donde ha habido cobardía, y amor donde ha habido odio.


Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.

Greg Morse

Greg Morse es escritor del personal de desiringGod.org y se graduó de Bethlehem College & Seminary. Él y su esposa, Abigail, viven en St. Paul.

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