¿Todavía puedes ser convencido? Por qué la sabiduría es dócil 

¿Te has preguntado si eres persuasible y abierto a cambiar de opinión? La verdadera sabiduría es dócil y abierta al cambio. Escuchar con humildad nos ayuda a crecer espiritualmente y a mantener relaciones saludables.
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En su ensayo “El problema con el señor ‘X’”, CS Lewis describe a aquella persona que suele hacernos la vida difícil. ¿Quién es aquella persona que te hace batallar? Tal vez sea tu cónyuge, un compañero de trabajo o un hermano en la iglesia. Puede ser que un amigo, al vernos malhumorados, nos haga preguntas al respecto hasta que finalmente soltamos la sopa de mala gana.

En ocasiones así, el amigo suele decir: “¿Por qué no hablas con ellos? ¿Por qué no vas y lo resuelven hablando? La gente suele ser razonable. Todo lo que debes hacer es conseguir que vean las cosas a la luz verdadera. Explícalo de forma tranquila, razonable y pacífica”. Pero nosotros, como sea que respondamos verbalmente, pensamos con tristeza: “Este amigo no conoce a ‘X’”. Nosotros sí lo conocemos, y sabemos lo imposible que es hacerle entrar en razón. En ocasiones hemos intentado una y otra vez hasta quedar hartos de tanto intento, en otras ni siquiera intentamos porque sabemos de antemano que será inútil (Dios en el banquillo, 52) 

Pero a diferencia de aquellos como “X”, a quienes Jane Austen describe como estando “más allá del alcance de la razón” (Orgullo y prejuicio, 57), Dios nos llama a ser “dóciles” (Stg 3:17, NVI). ¿Eres persuasible? ¿Estás abierto a cambiar de parecer? Consideremos esta descripción, buscando transformarnos nosotros mismos en personas dóciles, así evitando convertirnos en el señor «X» de otra persona.

En el camino de la vida cristiana, es necesario evaluar nuestros corazones y preguntarnos: ¿Somos persuasibles? ¿Estamos abiertos a cambiar de parecer? / Foto: Envato Elements

Sabiduría que viene de lo alto 

Aquello descrito como “condescendiente” en Santiago 3:17 no son las personas, sino la sabiduría. La sabiduría es el tema principal en el contexto circundante (Stg 3:13-18). Y no se habla de una sabiduría cualquiera, sino “la sabiduría que viene de lo alto” (vv 15, 17). Al puro estilo típico de Santiago, esta es una sabiduría que se demuestra por sus obras, no simplemente por sus afirmaciones (v 13).

Observa cómo Santiago no habla de la “majestuosidad” sino de “la mansedumbre” de este tipo de sabiduría (v 13). Este tipo de sabiduría es moral, no meramente intelectual. Se trata de cómo aprendes, no simplemente de lo que sabes. Afecta cómo te llevas con los demás, no solo lo que puedes enseñarles. Carecer de este tipo de sabiduría no es simplemente estar en ignorancia, sino ser “terrenal, natural, diabólica” (v 15). Su ausencia (y falsificación) está caracterizada por “celos amargos y ambición personal” (vv 14, 16).

Si puedes detectar la sabiduría del insensato por la rivalidad, el drama y el desorden que producen, entonces ¿cómo sabes cuándo te encuentras con aquélla que es de Dios? Santiago nos presenta con los siguientes descriptores de “la sabiduría que viene de lo alto” (v 17):

  1. pura 
  2. pacífica 
  3. amable
  4. condescendiente
  5. llena de misericordia y de buenos frutos 
  6. sin vacilación, o imparcial 
  7. sin hipocresía, o sincera 

Este es el contexto del pasaje. Otras traducciones traducen condescendiente como “complaciente” (RVA) o “dócil”. Quizás con estos términos adicionales se logre comprender un poco más lo que esto significa.

Aquello descrito como “condescendiente” en Santiago 3:17 no son las personas, sino la sabiduría. Y no se habla de una sabiduría cualquiera, sino de aquella sapiencia que viene de lo alto. / Foto: Jhon Montaña

Vivir con oídos cerrados

Tan pronto como empiezas a comprender lo que significa ser “condescendiente” o  “dócil”, también puedes ver por qué es importante. Importa porque la alternativa es una especie de terquedad de una mente cerrada que no solo nos vuelve más insensatos, sino que también destruye nuestras relaciones.

El problema con el señor “X” es que no se le puede enseñar nada. Como Nabal, es un hombre tan indigno que “ni hablar se puede con él” (1S 25:17, NVI ). A menudo tiene que ser rescatado por otras personas a su alrededor (como su esposa, Abigail), aunque a menudo ni siquiera se da cuenta, y ciertamente no te lo agradecerá. No puede tener amigos de verdad, porque la amistad requiere un toma y daca, y él no puede recibir. Solo puede dar parte de su reserva imaginaria de sabiduría. Cuando este tipo de persona tiene poder, tiende a ser un ogro, y la gente se regocija cuando es destituido (1S 25:39-42).

Cuando no tiene poder, tiende a ser una molestia. Es el hijo necio que es “tristeza para su madre” (Pro 10:1). Es la esposa necia que derriba su casa con sus propias manos (Pro 14:1). Es el empleado que no puede obedecer órdenes simples ni llegar a tiempo al trabajo, pero cree que podría dirigir la empresa mejor que el jefe.

Ser ignorante e inexperto no es el problema. Todos comenzamos de esta manera, ya sea como niños o comenzando nuevas etapas como adultos (al casarnos, al tener nuestro primer hijo o al inicio de una nueva carrera). El problema es no estar dispuesto a ceder, ser difícil de complacer y no ser razonables. Es un estado mental obstinado y suicida, como un jardín seco que se protege de la lluvia.

Ninguno de nosotros es autosuficiente. Por diseño de Dios, necesitamos el aporte de otras personas para convertirnos en personas sabias y fructíferas. Al ser persuasibles nos abrimos a la posibilidad de recibir el tipo de consejo que da viva y moldea nuestro carácter. Más que eso, por diseño de Dios también necesitamos la compañía de otros. Ser obstinado es una buena manera de acabar solo (Pro 25:24).

Esta virtud es vital dado el clima actual de polarización en el que vivimos. Pocas veces los seres humanos se han visto bombardeados con tanta información. Los algoritmos han hecho que sea más fácil vivir en una cámara de resonancia, donde nuestras opiniones son reafirmadas constantemente y nos vemos cada vez más incapaces de ceder o incluso escuchar a nuestros oponentes. Pero poseer más información no significa poseer más sabiduría y tener una mayor confianza en ti mismo no garantiza tener la razón.

Ninguno de nosotros es autosuficiente. Por diseño de Dios, necesitamos el aporte de otras personas para convertirnos en personas sabias y fructíferas. / Foto: Envato Elements

Recuperando el buen juicio 

Si queremos crecer en sabiduría, si vamos a buscarla como la plata y anhelarla como un hombre sediento anhela el agua, entonces no solo tendremos que aceptar, sino amar esta simple realidad: no somos Dios. Y como no somos Dios, nuestros modos no siempre son los mejores y probablemente nos equivoquemos en muchas cosas. Necesitamos meternos eso en la cabeza. Solo Dios tiene sabiduría perfecta; el resto de nosotros somos perfeccionables. Así que podemos comenzar pidiéndole a Dios el tipo de humildad que nos permita decir: “Lo siento” o “Esta vez intentémoslo a Tu modo”.

Esto significa estar dispuestos a escuchar ambos lados de la conversación antes de formarnos una opinión. “Justo parece el primero que defiende su causa, hasta que otro viene y lo examina” (Pro 18:17). En mi caso, yo estaba firme en mi arminianismo hasta que escuché los sermones de John Piper sobre Romanos 8 y 9. Yo era un partidario exclusivo de una cierta traducción de la Biblia al inglés hasta que escuché a James White cuestionar a los hombres que me habían instruido en eso. Yo estaba convencido de que la única forma correcta de traducir la Biblia era de forma “literal” hasta que leí a Mark Strauss y Dave Brunn.

La mayoría de nosotros deberíamos hablar menos y leer más, o, para citar a Santiago, ser “pronto[s] para oír, tardo[s] para hablar” (St 1:19). Algunas afirmaciones son evidentes (“¡Solo sé que el secuestro está mal!”). Otras afirmaciones no lo son (“Solo sé que esta vacuna funciona/no funciona”). Entonces, pregúntate: “Dado mi nivel de conocimiento, ¿tengo derecho a ser tan dogmático en este tema?”.

La mayoría de nosotros deberíamos hablar menos y leer más la Palabra de Dios. / Foto: Envato Elements

Esto no significa que debamos vacilar en nuestra doctrina. Algunas enseñanzas de las Escrituras son esenciales (y lo suficientemente claras) que no debemos ceder terreno en ellas. Dios quiere que seamos dóciles, pero no “sacudidos por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de doctrina” (Ef 4:14; 1Jn 2:24). Aun así, necesitamos distinguir cuestiones primarias, secundarias y terciarias, y estar más dispuestos a ceder en cuestiones de menor importancia.

Abierto a sugerencias 

Finalmente, si bien tener sabiduría significa cambiar de parecer ante buenos argumentos, también puede significar ceder ante solicitudes inofensivas, especialmente de amigos y familiares. Como lo expresa Douglas Moo, somos dóciles cuando manifestamos “una sumisión voluntaria hacia los demás cuando no están involucrados principios teológicos o morales inquebrantables” (The Letter of James [La carta de Santiago], 176). Como el amor, la sabiduría “no busca lo suyo” (1Co 13:5).

Por supuesto, hazte preguntas abstractas como: “¿Cuándo fue la última vez que recibí críticas sin ponerme a la defensiva?”, o “¿Solicito crítica constructiva con la esperanza de encontrar maneras de mejorar?”, o “¿Puedo expresar con claridad y de manera justa la posición de mi oponente?”. Pero también hazte preguntas más concretas como: “¿Qué tanta importancia le doy a seleccionar qué películas veremos en casa?”, o “¿Con qué facilidad cedo a mi esposa en triviales incluso cuando tengo una preferencia diferente a ella?”, o “¿Con qué frecuencia acepto hacer algo que mi niño pequeño me pide hacer aun cuando va en contra de mi comodidad o preferencia?”.

Como sugerencia final, intenta leer esa cita inicial de Lewis a algunos amigos y familiares en los que confíes y pregúntales: “En una escala del 1 al 10, ¿qué tanto les recuerdo al señor ‘X’?”. Eso debería indicarte dónde estás posicionado. Y ahí es donde Cristo te ayudará a mejorar.


Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.

Justin Dillehay

Justin Dillehay

Justin Dillehay (MDiv, The Southern Baptist Theological Seminary) es pastor de Grace Baptist Church en Hartsville, Tennessee, donde reside con su esposa y sus cuatro hijos.

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