Nota del editor: este artículo es parte de la serie titulada Mujeres piadosas
“Asimismo, las ancianas deben ser reverentes en su conducta: no calumniadoras ni esclavas de mucho vino, que enseñen lo bueno, que enseñen a las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos, a ser prudentes, puras, hacendosas en el hogar, amables, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada” (Tito 2:3-5). La Palabra de Dios instruye que las mujeres mayores enseñen a las más jóvenes a vivir una vida de piedad. Así es como debe funcionar la iglesia con respecto a las mujeres, entendiendo que las que llevan mayor tiempo en la palabra de Dios han crecido no solo en conocimiento sino en sabiduría y en buenas obras. Las ancianas están llamadas a ejemplificar una vida de piedad que sea de beneficio para las más jóvenes, sus familias y la iglesia. El Señor ha permitido que mujeres a través de la biblia y la historia de la iglesia dejen un legado que nos ayuda a animarnos y a exhortarnos a vivir una vida para El Señor, “Hermanos, sed imitadores míos, y observad a los que andan según el ejemplo que tenéis en nosotros” (Fil 3:17). Es por esto por esto que este año tengo el deseo de compartir con ustedes acerca de algunas mujeres que obedecieron al Señor, que vivieron o viven para la gloria de Dios y que nos pueden animar. En esta primera entrega veremos cómo María, la madre de Jesús, vivió una vida piadosa. Por el trasfondo católico en Latinoamérica, a veces hemos descuidado el ejemplo que la Biblia nos da acerca de María. Ignoramos que ella es un ejemplo de piedad a seguir. Está claro que ella no es nuestra intercesora, fue una pecadora al igual que tú y yo, pero dependió de la gracia inmerecida y fue útil para los planes de Dios. Observa estos tres principios acerca de María que nos ayudan a ser mujeres piadosas.
María era una mujer que conocía la Escritura
“Entonces María dijo: Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la humilde condición de esta su sierva; pues he aquí, desde ahora en adelante todas las generaciones me tendrán por bienaventurada. Porque grandes cosas me ha hecho el Poderoso; y santo es su nombre. Y de generación en generación es su misericordia para los que le temen. Ha hecho proezas con su brazo; ha esparcido a los soberbios en el pensamiento de sus corazones. Ha quitado a los poderosos de sus tronos; y ha exaltado a los humildes; a los hambrientos ha colmado de bienes y ha despedido a los ricos con las manos vacías. Ha ayudado a Israel, su siervo, para recuerdo de su misericordia tal como dijo a nuestros padres, a Abraham y a su descendencia para siempre” (Lc 1:46-47). En los versículos anteriores vemos la respuesta de María a su prima Elizabeth al expresarle lo bienaventurada que era al ser la madre del Salvador. María está citando partes de los Salmos 34, 98, 118 107 entre otros. ¿Cómo es que María respondió bíblicamente? Porque ella conocía las Escrituras. Ella pudo responder bíblicamente porque tenía una vida estaba llena de las Escrituras. Seguramente no tenía la Biblia en la mano para leerla, pero el hecho de que la tuviera en su corazón demuestra que ella meditaba en la Palabra y la memorizaba. Pero más allá de esto, ella no solo la conocía y la memorizaba, sino que la creía plenamente y por tanto ante la situación que estaba sucediendo, su refugio fue la palabra de Dios. Como María, debemos estar empapadas de la Escritura, de tal manera que ella sea la respuesta en todo tiempo, en tiempo de gozo o de angustia. Hace unos meses una hermana de mi iglesia nos animaba a estar “empapadas” de la Biblia, ella nos comparaba como una esponja que va reteniendo la verdad de la Palabra o la mentira de Satanás y, por lo tanto, cuando esa esponja es exprimida sale lo que realmente hay en nuestro interior. Si estamos empapadas de la Escritura cuando pasemos por momentos de prueba, tentación, gozo, confusión, temor, nuestra respuesta, así como la de María, será la verdad única que está en la Palabra inspirada por Dios.
María era una mujer que conocía su condición delante del Señor
“Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador” (Lc 1:46-47) Al contrario de lo que algunas religiones creen, María, así como tú y como yo, necesitaba al Salvador. Ella sabía su necesidad de la gracia del Señor para salvación, a pesar de ser una mujer que seguramente vivía con estándares morales altos, ella conocía que no era digna. No estimó el hecho de que Dios la hubiera escogido para ser la madre de Cristo como algo que ella había ganado por mérito propio. María siempre agradeció por el privilegio y gracia que estaba recibiendo. Como María, debemos reconocer nuestra posición delante del Señor. Lo que tenemos es por gracia y solo por gracia (Ef. 2:9), no hay nada de que jactarnos. Recuerda que en donde el Señor te ha puesto no es por tu capacidad, es solo por gracia y en lugar de ser orgullosas lo que debemos hacer es agradecer al Señor. Recordemos “Así también vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que se os ha ordenado, decid: “Siervos inútiles somos; hemos hecho sólo lo que debíamos haber hecho” (Lc. 17:10). Lo bueno que hacemos es lo que debemos hacer, todos existimos para la gloria del Señor, esto es lo que tenemos que hacer.
María aceptó la voluntad del Señor, aunque esto le trajera dolor y vergüenza
Hace algunos días hablaba con una querida amiga acerca de María, a veces creemos que ella no sentía dolor, o no nos preguntamos mucho sobre su vida como esposa de José y madre de Jesús. Sin embargo, vemos algunos detalles en la Escritura que han llamado mi atención. En esa época era aún más vergonzoso que una mujer quedara en embarazo antes de casarse. Probablemente era digna de muerte según la ley de los judíos; la tarea a la que la llamó El Señor no era para nada fácil, traía vergüenza y temor. Aun esta mujer por obediencia a Dios estaba dispuesta a ser abandonada por su prometido. Quisiera que te pusieras por un momento en la piel de María, le anuncian que será madre en condiciones muy difíciles, y ella hubiera podido contestar “no quiero”, pero, por el contrario, ella respondió “He aquí la sierva del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra” (Lc 1:38). Otro de los llamados que le hizo al Señor era ser la madre del Mesías y esto, aunque era un privilegio enorme, traería a su vida mucho dolor. Él sería perseguido y al final asesinado por los judíos. No solo esto, su propio hijo sería muerto para pagar los pecados que ella también había cometido. Esto tenía que ser muy doloroso, y fue muy doloroso. No puedo imaginarme la escena de la crucifixión, una madre viendo a su hijo morir. Ella vivió la hostilidad de este mundo hacia el Salvador sin embargo ella dijo: “hágase tu voluntad”. María no era una súper mujer que no sentía dolor o temor, pero ella puso primero la voluntad y la gloria del Señor antes que sus propios deseos. María entendió que su vida no era para su propia gloria, o para sentirse cómoda; ella era solo una sierva para cumplir la voluntad de nuestro Señor. Como María, debemos vivir nuestra vida para la gloria de Dios, puestos nuestros ojos en la eternidad, viviendo por fe y no por vista, diciéndole al Señor que queremos hacer su voluntad y que nos de la gracia para hacerlo. María es un ejemplo para todas las mujeres y madres. Podemos imitar su compromiso con la Palabra, su reconocimiento de necesidad de Dios y su disposición a obedecer aun cuando esto traiga dolor. Estas características puestas en práctica en nuestra vida, pueden comenzar a crear en nosotras el carácter de una mujer piadosa.