La mujer sabia edifica su casa,
Pero la necia la derriba con sus manos (Pro 14:1).
Al leer este versículo, todas quisiéramos estar en el primer grupo, el que edifica su casa. Pero ¿cómo asegurarnos de que no estamos “derribando” nuestro hogar? Las alternativas son claras: o estamos edificando nuestra casa o la estamos derribando; no hay una opción intermedia. De hecho, el libro de Proverbios utiliza contrastes muy fuertes para darnos lecciones. Por ejemplo, uno de los contrastes más memorables es el de la suave respuesta:
La suave respuesta aparta el furor,
Pero la palabra hiriente hace subir la ira (Pro 15:1).
A lo largo de este libro vemos que el principio de la sabiduría es el temor al Señor (Pro 1:7). Una mujer sabia es, entonces, aquella que teme al Señor, que tiene un respeto y una reverencia profunda hacia Su Creador y Su Palabra. Así, Proverbios 14:1 sugiere que una mujer que se somete al Señor edifica su casa como resultado de ese temor reverente.
Sin embargo, eso suena muy abstracto. En la práctica, ¿cómo se ve el edificar la casa? Bueno, por cuanto la sabiduría está en temer al Señor y Sus preceptos, necesitamos considerar lo que la Escritura dice acerca de la mujer y el hogar. Por eso, en este artículo quisiera mostrar cuatro características de una mujer sabia que edifica su casa. Quizás no son las únicas, pero son un buen punto de partida.
1. La mujer que edifica su hogar abraza con gozo el rol que Dios le ha dado
Primero, una mujer sabia entiende que Dios le ha dado un rol particular. El apóstol dice que las mujeres mayores debían enseñarles a las más jóvenes sobre su rol: “[Instruyan] a las más jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos, a que sean prudentes, puras, hacendosas en el hogar, amables, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada” (Tit 2:4-5). Este rol del hogar es verdaderamente hermoso y fue concebido por Dios mismo.
Lamentablemente, este mundo quiere desechar ese rol. En nuestros tiempos, ser ama de casa o ser una mujer que tiene como prioridad servir a su familia es algo absurdo. En cambio, hoy nos dicen en todo lugar que la mujer solo encuentra su verdadera “realización” o “valor” si se desarrolla en un contexto empresarial, político, económico o social, siempre fuera de casa.
Pero el mundo siempre ha llamado a lo malo bueno, y a lo bueno malo (Is 5:20). Aunque trabajar fuera del hogar no es algo malo en sí mismo, lamentablemente muchas mujeres han creído la mentira de que servir a Dios en el hogar no tiene valor, y dejan lo que Dios les ha dado para ir a buscar el “éxito” fuera de su familia. A la hora de edificar tu hogar debes preguntarte: “¿Es sabio descuidar a mi familia por encontrar éxito en el ámbito laboral?”. Busquemos ser luz en un mundo de oscuridad (Mt 5:13-16).
2. La mujer que edifica su hogar rebosa de gratitud
Segundo, la mujer sabia rebosa de gratitud. En un mundo insatisfecho, caracterizado por la ingratitud (2Ti 3:2), esta mujer ha entendido que todo lo que tiene lo ha recibido por la gracia de Dios y da gracias por ello, siendo completamente contracultural.
La gratitud de una mujer sabia se origina en su conocimiento del evangelio. Esta mujer sabe que su mayor problema ya fue resuelto hace más de 2000 años en la cruz. Ella comprende que lo único que merecía era la muerte eterna, pero que Dios le ha dado vida por medio de la sangre de Cristo, y por esto cualquier cosa que suceda en su vida, por más difícil que parezca, es recibida como una muestra de gracia de Dios para su crecimiento (Ro 5:1; 8:28).
En la tarea de edificar el hogar hay días extenuantes y momentos en los cuales no se ve el resultado del esfuerzo. Quizás es difícil servir a unos hijos pecadores y a un esposo imperfecto. Quizás las tareas de la casa son agotadoras. Quizás el desánimo y la monotonía le añaden dificultad a tu labor. Sin embargo, la mujer sabia agradece por todo (1Ts 5:18), toma ánimo y continúa con su tarea de edificar el hogar.
3. La mujer que edifica su hogar tiene una vida de oración
Tercero, la mujer sabia depende del Señor y lo demuestra con su vida de oración. Esta mujer se presenta delante de su Padre celestial y expone su necesidad, debilidad y agradecimiento, obedeciendo la exhortación del apóstol a “orar sin cesar” (1Ts 5:17).
La oración es una muestra de humildad. Al orar, reconocemos lo necesitadas que estamos del Señor para poder caminar en las buenas obras ya preparadas de antemano para nosotras (Ef 2:10). Cuando no oramos, estamos siendo autosuficientes, creyendo que nuestro conocimiento es suficiente y que no necesitamos la gracia que viene de lo alto.
El llamado a edificar el hogar no es fácil de cumplir, y justo por eso necesitamos dedicar más tiempo a la oración. Como dijo Jesús, separados de Él no podemos hacer absolutamente nada (Jn 15:4-5). También el salmista nos recuerda que:
Si el SEÑOR no edifica la casa,
En vano trabajan los que la edifican (Sal 127:1).
Solo podemos edificar el hogar si Él es el que hace la obra. ¿Cómo vamos a hacer las tareas del día a día, priorizar nuestro tiempo, amar y agradar a nuestros maridos, amar e instruir a nuestros hijos, y lograr que nuestra casa tenga un ambiente pacífico? Orando al Señor. Como lo dice el apóstol Pablo: “Dios es quien obra en ustedes tanto el querer como el hacer, para Su buena intención” (Fil 2:13).
4. La mujer que edifica su hogar glorifica al Señor en todo
Cuarto, la mujer sabia hace todas las cosas para la gloria del Señor. Toda vocación dada por Dios es una vocación santa que debe hacerse exclusivamente para Él. Como cristianos, tendemos a cometer el error de dividir la vida en lo espiritual (leer la Biblia, orar, congregarse, etc.) y en lo terrenal (trabajar, hacer las tareas de la casa, etc.). Sin embargo, la Biblia muestra que todo tiene un valor espiritual y puede glorificar a Dios, incluso algo tan sencillo y aparentemente trivial como comer (1Co 10:31).
No siempre es fácil ver cómo glorificar a Dios al preparar un almuerzo para tu hijo o al lavar la ropa. Sin embargo, cuando nuestra mente y nuestro corazón se ponen de acuerdo en hacer dichas tareas con gozo y amor esforzado, Dios es glorificado. En ese sentido, necesitamos cambiar nuestra perspectiva y ver las cosas más pequeñas como parte de nuestro servicio espiritual.
Un camino que no ha terminado
Entonces, ¿estamos edificando o derribando nuestro hogar? Al leer las Escrituras, nos damos cuenta de que nos falta mucho por crecer. Sin embargo, el apóstol Pablo reconocía “no haberlo alcanzado todavía”, sino que continuaba esforzándose para ser perfecto (Fil 3:12-14), y así mismo debemos hacer nosotras. Comencemos a trabajar en ser ejemplo de estas cuatro características y preguntémonos: “¿Qué más nos dice la Palabra de Dios sobre la mujer que edifica su casa? ¿Cómo podríamos mejorar esta lista?”.