La Real Academia Española define el orgullo como “Arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles y virtuosas”. El orgullo llevó a Adán a querer ser como Dios en el huerto del Edén (Gn 3:1-7), a la humanidad a construir una torre que llegara hasta el cielo (Gn 11:1-9), y a Nabucodonosor a jactarse por la majestad de Babilonia (Dn 4:30-34).
El orgullo es el origen de toda clase de pecados y rebeliones en contra de Dios. Por eso Jesús, sabiendo cuán difícil sería para nosotros abandonar nuestra arrogancia y vanidad, nos dejó Su ejemplo perfecto de humildad. Mientras estuvo en la tierra, animó a Sus discípulos a poner atención a Su carácter y Sus obras para imitarlos. “Porque les he dado ejemplo, para que como Yo les he hecho, también ustedes lo hagan” (Jn 13:15).
Hoy nuevamente necesitamos mirar a Cristo y hacer un diagnóstico de nuestros corazones. En este artículo quiero mostrar brevemente cinco marcas de humildad, inspiradas en el ejemplo de nuestro Salvador.
1. El humilde se sujeta a la voluntad de Dios
Cristo sabía cuál era Su posición delante de Dios y se sujetó siempre con agrado. Pablo dice que, aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que dejó Su trono en gloria y bajó a la tierra para ser un siervo (Fil 2:5-8). Él tenía claro que había sido enviado y que venía a llevar a cabo la voluntad de Dios (Jn 5:30). Por eso no buscó ser el Padre o el Espíritu Santo en la obra de redención, sino que fue a la cruz, asumiendo Su destino.
Como cristianos, ya no nos pertenecemos a nosotros mismos sino al Señor, así que no hacemos más nuestra voluntad sino la Suya (1Co 6:19-20). Somos humildes cuando cumplimos el rol que Dios nos ha enviado a hacer, sin creer que merecemos otra posición. Si eres esposa o esposo, madre o padre, hijo, soltero o casado, viuda, pastor; cualquiera que sea nuestra situación, estamos llamados a abrazar ese rol con gozo y desempeñar nuestro papel.
Una muestra de nuestro orgullo es que buscamos usurpar posiciones que no nos corresponden. Sentimos envidia de otros, creemos que nosotros somos más adecuados para una tarea que las demás personas, o simplemente nos quejamos por estar en el lugar en el que hemos sido puestos. Sin embargo, la humildad requiere abrazar la posición que Dios nos ha dado y desempeñarla para Su gloria.
2. El humilde sabe que no puede hacer nada por sí solo
Cristo dependía completamente del Padre, estando todo el tiempo en oración (Lc 6:12). Si Él lo hizo siendo el Mesías, ¿qué nos hace pensar que nosotros podemos vivir de manera independiente? En nuestro orgullo, creemos tener la capacidad y la sabiduría para caminar en nuestras fuerzas y tomar decisiones sin consultar a Dios o pedir consejo. La falta de oración es el resultado de un corazón que no reconoce cuán elevado es Él y cuán finitos somos nosotros.
Esto nos obliga a preguntarnos: ¿cómo estamos en nuestros tiempos de oración? ¿Lo estamos buscando en todas las situaciones de nuestra vida? Cuando oramos, mostramos humildad y expresamos nuestra dependencia. Al final, la oración fundamental del cristiano es “hágase Tu voluntad” (Mt 6:10).
3. El humilde busca servir en vez de ser servido
Cristo consideró a los otros como más importantes que a Sí mismo (Fil 2:3-5). Él limpió los pies a Sus discípulos (Jn 13) y ministró a otros en los momentos de mayor cansancio. Él siempre puso a las personas primero, buscando servirles y amarlas. ¿Consideramos primero a otros antes que a nosotros mismos? ¿Pensamos más en sus necesidades que en las propias? ¿Cómo servimos a nuestros cónyuges, hijos, amigos y hermanos?
Considerar que otras personas son, de alguna manera, más importantes que nosotros mismos es algo muy difícil que no ocurre de forma natural. Sin embargo, parte de nuestra esencia como creyentes es negarnos a nosotros mismos y tomar la cruz, siguiendo el ejemplo de nuestro Salvador en Su humildad (Mr 8:34).
Amar implica dejar nuestros gustos para hacer lo que nuestro hermano necesita, responder con afabilidad cuando hayamos sido maltratados, dar generosamente y suplir para las necesidades de otros incluso cuando tenemos poco tiempo o recursos. En cambio, el orgulloso se preocupa más por sí mismo y sus intereses, y las personas a su alrededor solo cobran importancia cuando obtiene algo de ellas.
4. El humilde busca la gloria de Dios y no la propia
Cristo buscó la gloria del Padre, no Su propia gloria (Jn 7:18). Mientras Jesús caminó por esta tierra buscó que el Padre fuera glorificado y siempre habló de Él para que fuera honrado por los demás. La muerte en la cruz, la resurrección y todo el plan de redención mostraron la justicia de Dios y llevaron a los hombres en arrepentimiento a Él, mostrando cuán digno de gloria era.
Así, necesitamos preguntarnos: ¿estamos buscando nuestra propia gloria? Cuando hacemos buenas obras, ¿Él es nuestra motivación? La persona orgullosa está buscando que los demás la reconozcan por sus buenas obras. En cambio, la humildad reconoce que su recompensa viene de lo alto y no de los hombres, por lo cual puede servir libremente a la causa de la gloria de Dios.
5. El humilde perdona sinceramente
Cristo es el mayor ejemplo de amor perdonador (Col 3:13). Así, como lo afirma el pastor John MacArthur, “Te pareces más a Cristo cuando perdonas”. El Padre envió a Jesús para pagar darnos vida eterna, y lo hizo cuando nosotros seguíamos en pecado y rebelión (Ro 5:8).
Si el amor y el perdón son muestra de un corazón humilde, ¿estamos amando al que nos hace mal? Amar al que nos ama es algo que aún los fariseos eran capaces de hacer (Mt 5:44-46). Por eso necesitamos ser como Cristo, amando y perdonando al que nos hace mal, sobre todo sabiendo que el Padre nos amó primero y que ya no tenemos derecho a odiar a nadie (1Jn 4:19-21). La humildad que ama a los enemigos y perdona al hermano es parte esencial del evangelio.
Descanso en Cristo
Al diagnosticar nuestra humildad a la luz del ejemplo del Salvador, no podemos sino arrepentirnos y reconocer cuánto nos falta por crecer. Pero Cristo mismo nos dijo que esta santificación no depende principalmente de nosotros: “Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados, y Yo los haré descansar. Tomen Mi yugo sobre ustedes y aprendan de Mí, que Yo soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para sus almas. Porque Mi yugo es fácil y Mi carga ligera” (Mt 11:28-30).
Esforzarnos por seguir el ejemplo de Cristo, quien es “manso y humilde de corazón”, no es una carga pesada, porque Él mismo es quien la lleva sobre Sus hombros. Así, descansemos en Él a medida que continuamos el largo y hermoso camino de la santificación y la humildad.