“¡Duele! ¡Duele mucho!” – En muchas ocasiones son los gritos de mi pequeña hija Luz; su rostro cargado de dolor lo muestra de la misma manera que el tono de su voz. Le duele. Le duele mucho. Eso pasa usualmente cuando ella se tropieza o se golpea jugando. De repente, el juego se convierte en dolor y lo primero que ella nos dice a mi esposa y a mí es que le duele. El dolor apareció de repente a interrumpir el gozo de mi pequeña. ¿No fue así desde el principio? El dolor apareció cuando fue interrumpido el gozo de nuestros primeros padres, pero lejos de ser ellos simples víctimas, ellos escogieron el dolor. Claro, no sabían que era dolor lo que estaban por recibir; habían caído en el engaño del pecado. Recordemos rápidamente la historia (Génesis 3:1-7): Eva estaba con su esposo paseando por el Edén. De repente, una serpiente les habla y les dice -acerca del árbol que Dios les había prohibido- “¿con qué Dios les ha dicho que no coman de él? ¡Ustedes pueden ser como Dios mismo! por eso es que les ha dicho eso”. Allí es donde Eva deja entrar a su corazón el engaño del pecado, y dice el texto bíblico en Génesis 3:6: «Cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y que el árbol era deseable para alcanzar sabiduría, tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido que estaba con ella, y él comió». ¿Viste cuales palabras utiliza Moisés inspirado por Dios para narrar lo que sucedía en el corazón de Eva? Ella vio que el árbol «era bueno», «era agradable a los ojos», «era deseable para alcanzar sabiduría». Eva tenía los mimos ojos que antes de que la serpiente la engañara, pero ya su corazón no era el mismo, y por eso empezó a codiciar lo que Dios había restringido para su propio bien. Vio bueno algo que era malo, vio deseable algo que no debía serlo, vio como sabiduría algo que era pura necedad. Y comió, y dio a su marido y él comió. ¿Y entonces qué? “¡Duele! ¡Duele mucho”. Adán y Eva se vieron desnudos, se escondieron, se cubrieron, evitaron la presencia de Dios. Ese es el comienzo del pecado en nuestro mundo. Y de alejarnos de Dios.
Dios respondió al dolor profundo con amor profundo
Ciertamente Dios maldijo al hombre, a la mujer y a la serpiente. Pero mostró su carácter, el que posteriormente revelaría a Moisés (Éxodo 34:6-7):
«El Señor, el Señor, Dios compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en misericordia y fidelidad; el que guarda misericordia a millares, el que perdona la iniquidad, la transgresión y el pecado, y que no tendrá por inocente al culpable; el que castiga la iniquidad de los padres sobre los hijos y sobre los hijos de los hijos hasta la tercera y cuarta generación».
¿Cómo los amó en ese instante? Vistió su desnudez.
«Y el Señor Dios hizo vestiduras de piel para Adán y su mujer, y los vistió», Génesis 3:21.
Cuando mi pequeña hija exclama que le duele, mi reacción es levantarla, abrazarla, acariciar su golpe y decirle que ya pasará. Es el amor por mi hija que me lleva a la acción en medio de su dolor. Incluso si ese dolor proviniera de una desobediencia, aun la disciplina es un camino de amor. ¡Cuánto más amor mostrará Aquel que no es un padre malo (como nosotros) si no que es el Padre por excelencia, que es amor en su esencia!
El Padre bueno que entrega Su Hijo al dolor por amor
Dios nos liberó del pecado al enviar a su Único Hijo a sufrir el mayor dolor que nosotros merecíamos: El dolor de la ira de Dios por nuestro pecado. Por causa de su vida justa y santa nosotros somos justificados en Él. Jesús, al contrario de nuestros primeros padres, solo vio bueno lo que Dios llama bueno, vio deseable lo que Dios llama deseable, y vio como sabiduría lo que Dios llama sabiduría: «El temor del Señor es el principio de la sabiduría», Proverbios 1:7. Jesús vino a realizar lo que nosotros no pudimos realizar ni podemos por nosotros mismos: Vivir una vida en completa obediencia a Dios. Pero no solo eso era necesario. También él debía saldar nuestra cuenta con la justicia de Dios. Y eso fue lo que hizo:
«Y alrededor de la hora novena, Jesús exclamó a gran voz, diciendo: ELI, ELI, ¿LEMA SABACTANI? Esto es: DIOS MIO, DIOS MIO, ¿POR QUE ME HAS ABANDONADO?» (Mateo 27:46).
Si al principio Adán y Eva se escondieron de la presencia de Dios por causa del pecado, en la obra consumada de Cristo en la cruz fue Dios el Padre quien se apartó de Él. ¿Por qué? Porque fue en ese momento que Jesús el justo y santo cargó con el pecado de todo su pueblo.
«Mas Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por nuestra paz, cayó sobre El, y por sus heridas hemos sido sanados» (Isaías 53:5). «Pero Dios ha cumplido así lo que había antes anunciado por boca de todos sus profetas, que su Cristo había de padecer. Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio» (Hechos 3:18-19).
Por causa de nuestro pecado, existe el dolor en este mundo, y no solo un dolor físico, sino que también una muerte espiritual porque estamos como hombres y mujeres caídos: «destituidos de la gloria de Dios» y «muertos en nuestros delitos y pecados» (Romanos 3:23 y Efesios 2:1). Pero Dios vistió nuestra desnudez, sacrificó animales para cubrir el pecado de nuestros padres. Esta imagen duraría por todo el Antiguo Testamento, el sacrificio de un ser inocente por uno culpable, prefigurando la cruz y la muerte de Cristo por los pecados de su pueblo. Gracias a ello, hoy tenemos la oportunidad de mirar a Cristo con fe y ser salvos. Ya el dolor por el cual gemimos es temporal. Es mientras dure esta vida terrenal que podremos sufrir. Juan narra sobre su visión del cielo nuevo y la tierra nueva:
«Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron. Y el que estaba sentado en el trono dijo: He aquí, yo hago nuevas todas las cosas.» (Apocalipsis 21:4-5ª).
¡Bendita puerta de salvación hallamos en Cristo! Quizás hoy podamos atravesar períodos largos de dolor, pero si estamos en Cristo, ese dolor tiene fecha de vencimiento. Nosotros gritamos de dolor, y Dios proveyó un camino para que ese dolor no sea eterno: Cristo.