Nota del editor: en esta serie reflexionamos en los Diez Mandamientos a la luz de la obra de Cristo Jesús. La tarea de encontrar a Cristo en cada texto bíblico es un requisito ineludible para una predicación fiel al mandato bíblico. Pero es una tarea muy compleja. Hay formas legítimas e ilegítimas de conectar un texto con Cristo. Este es el primero de una serie de artículos que presentan formas legítimas de conectar cada uno de los Diez Mandamientos con Jesucristo. El método expositivo se enfoca primariamente en presentar el significado original de cada mandamiento y luego ver cómo la Biblia misma continúa desarrollando el propósito de dicho mandamiento a través de la historia redentora de Dios en Cristo. Esto es lo que en términos técnicos es llamado teología bíblica.
Un mandato a la devoción exclusiva de Yahveh
“No tendrás otros dioses delante de mí” (Ex. 20:1-3). El primer mandamiento exige una adoración exclusiva al único Dios verdadero. Este mandamiento busca crear una unidad inquebrantable entre Dios y Su pueblo. Dios no quiere compartir la adoración que le corresponde solamente a Él con otros dioses. Tal como lo dijo en Isaías: “Mi gloria a otro no daré, ni mi alabanza a imágenes talladas” (Is. 42:8). Dios está acercándose a Su pueblo a través de estos mandamientos, y los llama a un amor marcado por lealtad: No tendrás dioses ajenos delante de mí. Este mandamiento fue dado al pueblo de Israel específicamente para confrontar la tentación de adorar dioses egipcios o de otras naciones mientras se dirigían a la tierra prometida para llegar a ser una nación santa, apartada para la adoración y el servicio exclusivo de Yahveh.
La devoción exclusiva se hace más específica en Cristo
¿Cómo entonces podemos llegar a conectar este primer mandamiento con la persona y obra de Jesucristo? La clave está en sostener este tema bíblico (la exclusividad en la adoración) y perseguirlo en su desarrollo orgánico en la revelación bíblica hasta llegar al Nuevo Testamento. Antes de Cristo la obediencia a este mandamiento para Israel significó abstenerse de toda lealtad, devoción o confianza en dioses ajenos a Yahveh. Pero con la llegada del Mesías, Dios fue revelado más claramente como el Dios Trino, y Cristo como verdadero hombre y verdadero Dios, digno de toda adoración. Pensemos seriamente en esto. Desde el principio los discípulos de Jesucristo le adoraron de forma explícita. Por ejemplo, Pedro (Mt. 16:16; 1 P. 3:15), Tomás (Jn. 20:28), Juan (1 Jn. 5:20), Pablo (Fil. 2:6-11), y muchos más (Mt. 2:11). Como buenos judíos, los discípulos de Jesús sabrían que esta adoración constituiría una trasgresión clara del primer mandamiento, tal y como los fariseos expresaron: “No te apedreamos por ninguna obra buena, sino por blasfemia; y porque tú, siendo hombre, te haces Dios” (Jn. 10:33). Pero claramente tanto Jesús como los discípulos estaban convencidos de que adorar al Hijo de Dios no violaba el primer mandamiento. Es más, ellos estaban convencidos de que las mismas Escrituras les guiaban a la adoración del Mesías. Los fariseos que se aferraban a una visión de Dios que excluía la adoración a Cristo fueron confrontados directamente. Jesús les dijo: “No me conocéis a mí ni a mi Padre. Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre” (Jn. 8:19). Con el progreso de la revelación bíblica “No tendrás dioses ajenos delante de mí” llegó a significar más específicamente que solo podemos adorar a Dios a través de Cristo: “Nadie viene al Padre sino por mí” (Jn. 14:6).
Un mandato a la devoción exclusiva de Cristo
En conclusión, el Nuevo Testamento claramente enseña que la devoción exclusiva de Dios (el primer mandamiento) es expresada de manera final en una devoción exclusiva a Jesucristo, Dios Hijo hecho Hombre. De hecho, cualquiera que no adora exclusivamente a Cristo, no está adorando a Dios: “Todo aquel que niega al Hijo tampoco tiene al Padre; el que confiesa al Hijo tiene también al Padre” (1 Jn. 2:23). Si adoramos a Cristo, adoramos a ese Dios que nos ordenó una devoción exclusiva, y que nos ha comprado con Su sangre para ser suyos por toda la eternidad (Hch. 20:28). La consumación del plan redentor de Dios culmina en un canto de adoración en el que toda la creación adora al Cordero de Dios que fue inmolado, es decir, a Jesús (Ap. 5:9-13). En ese día final se obedecerá perfectamente el primer mandamiento y tal obediencia será Cristo-céntrica, por lo tanto, seamos el día de hoy celosos en la adoración exclusiva de Dios en Cristo, y alejémonos de los ídolos.