¿Cuándo fue la última vez que, al apreciar la creación de Dios, te detuviste con un profundo e innegable sentimiento de qué sin duda Él es real? Pocos de nosotros nos detenemos lo suficiente. Algunos han construido vidas ocupadas que evitan escuchar el interminable sermón que Dios está predicando a través de la creación. Caminamos a través del mundo maravilloso de Dios, literal o figuradamente, con los auriculares puestos. Ya no nos importa la naturaleza. Hemos pasado a los coches, los teléfonos inteligentes, los podcasts y YouTube. Hemos dejado de lado la fascinación y el asombro, guardándolos como regalos para nuestros hijos o nietos. Como escribe G.K. Chesterton: La gente mayor no es lo suficientemente fuerte para alegrarse de la monotonía. Pero tal vez Dios es lo suficientemente fuerte para alegrarse en la monotonía. Es posible que Dios le diga cada mañana, «Hazlo de nuevo» al sol; y cada tarde, «Hazlo de nuevo» a la luna. Puede que no sea una necesidad automática lo que hace a todas las margaritas iguales; puede que Dios haga cada margarita por separado, pero nunca se ha cansado de hacerlas. Puede ser que tenga el eterno deseo de la infancia; porque hemos pecado y envejecido, y nuestro padre es más joven que nosotros. La repetición en la naturaleza puede no ser una mera repetición; puede ser una repetición teatral. (Ortodoxia, 58) Sabemos que el Dios infinito y eterno disfruta profundamente de lo que ha hecho (Génesis 1:31). Pero ¿acaso los adultos nos hemos convertido en aburridos, o estamos distraídos, o simplemente estamos demasiado ocupados?
Rutinas sin Maravillas
Considere por un momento cuánto de su día está rodeado por lo que el hombre ha hecho. Desde la cama en la que duermes, en la casa en la que vives, tu ducha, tu mesa de desayuno, tu coche, tu escritorio y tu oficina, tu teléfono, tu computadora y tu televisión. Aparte de un breve paseo hacia y desde nuestros coches (y esa ventana al final del pasillo), podemos evitar casi totalmente el vasto e impresionante mundo en el que vivimos. Podríamos empezar a asumir que la mayor parte de lo que encontramos en un día cualquiera, al menos en contextos urbanos, podría haber sido hecho sin Dios. Pero ese árbol en mi patio delantero desafía todo el ingenio y la experiencia humana. ¿Quién podría hacer un árbol así? No hay absolutamente nada inusual o espectacular en nuestro árbol. Conduciendo por nuestra calle, nunca lo notarías entre muchos árboles más grandes y hermosos. Y, sin embargo, si te detienes a observarlo, y realmente lo miras con detenimiento, te darás cuenta de que es impresionante, inexplicable, impregnado de Dios. ¡Si tan solo nos detenemos!
Extrañando el bosque y los árboles
Dios se revela claramente en todas partes por medio de lo que ha hecho. El apóstol Pablo dice: «Porque desde la creación del mundo, Sus atributos invisibles, Su eterno poder y divinidad, se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado, de manera que ellos no tienen excusa» (Romanos 1:20). Habla de los impíos e injustos, que no tienen excusa porque ocultan lo que Dios dice en los cielos por la noche y en los amaneceres impresionantes, en los mares rugientes y en los pastos pacíficos, en los leones de la montaña y en los hormigueros. Entonces, ¿tenemos una excusa? Aquellos de nosotros que amamos la Biblia, y sí amamos la Biblia, podemos ser propensos a perder el otro libro que Dios ha escrito para nosotros. La creación no es la Escritura, y deberíamos ver todo en la creación a través de la ventana de la infalible, inerrante, suficiente y gloriosa Palabra de Dios. Pero si amamos la voz que oímos en las Escrituras, podemos aprender a oír esa misma voz en los árboles, las tortugas, las tormentas y los dos patos que caminaron por el patio delantero esta mañana. Si amamos al Dios del que leímos en el Éxodo, Isaías, Mateo y Romanos, podemos llegar a verlo en los océanos, olerlo en las flores, saborearlo en la miel, sentirlo en el calor del sol o bajo esa primera nevada. Si Dios está hablando realmente en la Biblia, entonces está hablando tanto y tan fuerte en la creación, incluso si el lenguaje carece del grado de exactitud en el que hemos aprendido a confiar.
La clave para realmente ver
Dios nos envía, a través de Romanos 1, a lo largo, ancho y profundo a la creación, con corazones sensibles a los mensajes vastos y sutiles en todo lo que vemos, olemos, oímos, gustamos y tocamos. Pero Romanos 1 también suena como una advertencia severa sobre toda la belleza que descubrimos. Si no caminamos por fe en el mundo (Romanos 1:17), entonces podemos caer, para nuestra destrucción, en el amor por este mundo. La historia humana cuenta la historia de los pecadores que suprimieron la verdad y «cambiaron la gloria del Dios incorruptible», la gloria que vemos en todo lo que ha hecho, incluidos el hombre, los pájaros, los animales y los reptiles, «por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y reptiles” (Romanos 1:23). Y debido a que eligieron la belleza de las aves por sobre el Dios que hizo las creó, se perdieron la verdadera belleza y deleite del canto de los pájaros. La gloria que creían ver era simplemente un espejismo espantoso que les hizo menospreciar a Dios. Y malinterpretando la realidad, se sumergieron de cabeza en el pecado y la ira (Romanos 1: 24-25). Pero en Cristo, se nos han dado nuevos ojos para la creación. “Pues Dios, que dijo: «De las tinieblas resplandecerá la luz», es el que ha resplandecido en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en el rostro de Cristo” (2 Corintios 4: 6). Y a medida que su luz brilla en nosotros, a través de Su Palabra, esa misma luz pronto se eleva, como el sol, sobre todo lo que ha hecho. “Para que salgan a la luz los propósitos finales y completos de la creación, las cosas que Dios ha hecho deben ser consideradas a través de los ojos de la fe en Jesucristo” (T.M. Moore, Consider the Lilies [Considera los lirios], 89).
Cuando miramos
«Hasta que no veamos la verdadera belleza de Cristo», escribe Steve DeWitt, «nunca veremos la verdadera belleza en ninguna otra cosa» (Eyes Wide Open [Ojos bien abiertos], 116). Eso significa que, si realmente queremos escuchar lo que Dios está diciendo en la belleza de los pájaros azules y los pingüinos, en la furia de los ríos y la quietud de los lagos, en la apertura de los lirios y los deslizamientos de tierra a lo largo de los precipicios, primero y por siempre debemos fijar nuestros ojos en Jesús. Nunca apreciaremos la creación mirando hacia otro lado, sino viendo a través de Aquel por quien el mundo fue hecho (Hebreos 1:2). Su belleza desencadena cualquier otra belleza, si estamos dispuestos a mirar. Mientras miramos hacia fuera, como lo hice anoche, en otro día «normal» del cielo en una noche de martes, el asombro y la adoración del Rey David podría convertirse cada vez más en parte de nuestra naturaleza. Cuando miro a Tus cielos, obra de Tus dedos, la luna y las estrellas que Tú has establecido, digo: ¿Qué es el hombre que te acuerdes de él, y el hijo del hombre que lo cuides? (Salmo 8:3-4) Este tipo de asombro puede requerir cierta intencionalidad y disciplina al principio, especialmente para aquellos de nosotros que hemos aprendido a evitar e ignorar la creación, pero requiere cada vez menos con el tiempo. No se equivoquen, siempre llevará tiempo – «Cuando miro a Tus cielos»-, pero si queremos honrar a Dios, dar gracias a Dios, y disfrutar de Dios a través de la creación, no tendremos que buscar mucho para encontrarlo. Después de todo, está mostrando un poder eterno, no un poder común; una naturaleza divina, no simplemente una superior al promedio.
El cielo será una tierra
Sin embargo, aunque luchamos por ver y disfrutar a Dios a través de Su mundo aquí en la tierra, no será así en el nuevo mundo que vendrá. El cielo desatará este tipo de teología y experiencia. El mundo creado se habrá liberado de su esclavitud a la corrupción, y nosotros seremos liberados de toda nuestra ceguera a Dios en la creación. Cuando esos días interminables lleguen, sabremos algo de lo que Dios sintió cuando «vio todo lo que había hecho, y era bueno en gran manera» (Génesis 1:31). Cualquier inquietud que una vez tuvimos sobre la idea de la revelación general (algunos por una buena razón), dará paso a siglos de descubrimiento, a observar destellos de Dios en todas las cosas, muchas de las cuales estuvieron delante de nuestros ojos todo el tiempo. Hasta entonces, practiquemos escucharlo en lo que ha hecho, por más destrozado que esté (¡igual que nosotros!). Como dice Joe Rigney, «El amor de Dios por Él mismo, lo llevó a crear el mundo de la nada. Por lo tanto, nuestro amor por Dios, si ha de ser un reflejo exacto del amor de Dios, también debe llevarnos a un profundo y apropiado amor por la creación. El amor de Dios por sí mismo le empuja a la creación. Así también debe ser nuestro amor» (The Things of Earth [Las cosas de la Tierra], 62). Dios hizo este mundo para darnos más de lo que más ama: Él mismo. ¿Nos detendremos para disfrutarlo?