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De niño, tenía un miedo atroz a los mensajes de voz.
Como ahora los buzones de voz son una especie en peligro de extinción, quizá haya que explicarlo. Cuando iba al colegio, la mayoría de los teléfonos estaban pegados a la pared y no tenían identificador de llamadas. Así que, si llamabas y nadie lo atendía, nadie sabía que eras tú quien había llamado, a menos que dejaras un mensaje de voz. Parece fácil (y seguro), ¿verdad?
Un día (tendría diez años), llamé para ver si una amiga de enfrente quería jugar, pero nadie contestó. Colgué. Unos minutos después, volví a llamar. No contestaron y colgué. Lo hice varias veces más durante la hora siguiente. Mi madre se dio cuenta de mi extraño comportamiento y me preguntó qué estaba haciendo.
— Llamaba para ver si mi amigo quería jugar, pero no hay nadie en casa.
— Bueno, ¿por qué no dejas un mensaje?.
Me puse tenso. “Oh no, no. . . . Lo intentaré de nuevo en unos minutos”.
— No, Marshall, es de mala educación seguir llamando así. Deberías dejar un mensaje de voz.
— No, de verdad, mamá, no es para tanto. A ellos no les importa.
“No”, dijo con firmeza, “vas a tomar ese teléfono ahora mismo y dejar un mensaje de voz”.
Esperé a ver si hablaba en serio y levanté lentamente el instrumento del terror de la pared. Había algo en el hecho de que me grabaran ―sin posibilidad de borrarlo, intentarlo de nuevo o pedir tiempo de espera― que me hacía sentir expuesto. Tampoco ayudaba el hecho de que mi amiga fuera un poco intimidante y disfrutara de cualquier oportunidad para reírse a mi costa.
De nuevo, nadie respondió. Sonó el temido pitido. Mi madre me miró fijamente. “Hola, uhhh, Jenna. . . . Soy Marshall. Umm… solo quería saber si estabas en casa y querías jugar. Así que… llámame cuando vuelvas. En el nombre de Jesús, Amén”.
Mi madre abrió mucho los ojos y se tapó la boca. Sus mejillas se esforzaron por contener la risa. Mi sangre joven e insegura bullía. Ella me obligó a hacer eso. ¿Cómo pudo?
Es gracioso, pero mi (pequeña) humillación reproduce una paradoja común en la oración: Esas palabras ―en el nombre de Jesús― estaban ya tan profundamente arraigadas en mi mente a través de innumerables oraciones en nuestro hogar que brotaban instintivamente. Al mismo tiempo, se habían vuelto tan familiares que habían empezado a perder su peso y su significado (hasta el punto de que se las solté a la niña de 10 años de enfrente). Muchos de nosotros hemos olvidado, a lo largo de muchas comidas y horas de acostarnos, servicios y estudios bíblicos, lo que encierran estas asombrosas palabras: en el nombre de Jesús.
Seis aspectos de orar en el nombre de Jesús
¿Dónde aprendemos a orar en el nombre de Jesús? El Padre Nuestro no termina así. De hecho, cuando uno busca, se da cuenta de que no hay ninguna oración en las Escrituras que termine con esas palabras.
Oímos a personas bautizar en el nombre de Jesús (Hch 2:38), sanar en el nombre de Jesús (Hch 3:6), enseñar en el nombre de Jesús (Hch 4:18), exorcizar demonios en el nombre de Jesús (Hch 16:18) y hacer maravillas en el nombre de Jesús (Hch 4:30). El apóstol Pablo llega a decirnos que todo lo que hagamos, de palabra o de obra, lo hagamos «en el nombre del Señor Jesús» (Col 3:17). Sin embargo, la enseñanza más clara sobre orar en el nombre de Jesús procede del propio Jesús, la noche en que fue traicionado.
En Juan 14-16, tenemos las últimas palabras de Jesús a Sus discípulos antes de ir a la cruz, y en los tres capítulos menciona el poder de orar en Su nombre: “Todo lo que pidan en Mi nombre” (Jn 14:13). “Todo lo que pidan al Padre en Mi nombre” (Jn 15:16). “Si piden algo al Padre en Mi nombre” (Jn 16:23). En la repetición, vemos lo fundamental que será este tipo de oración para los seguidores de Jesús, y aprendemos al menos seis razones para que los cristianos oren en Su nombre.
1. Acceso: Dios te escucha
Cuando oramos en el nombre de Jesús, afirmamos nuestra única razón para creer que Dios escuchará nuestras oraciones. Nos atrevemos a doblegarnos ante el Padre solo porque el Hijo eligió doblegarse en la cruz. Antes de animar a Sus discípulos a orar así, Jesús les dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre sino por Mí” (Jn 14:6). Nadie viene si no es en Mí, pero todo el que venga en Mi nombre será recibido, escuchado y amado. Su vida, Su cruz y Su resurrección elevan nuestras oraciones al cielo.
Jesús llega a decir (escucha realmente lo que dice aquí): “En ese día pedirán en Mi nombre, y no les digo que Yo rogaré al Padre por ustedes, pues el Padre mismo los ama, porque ustedes me han amado y han creído que Yo salí del Padre” (Jn 16:26-27). En otras palabras, Yo ya no tengo que pedirle nada por ti. No, en Mí, tú mismo puedes pedírselo al Todopoderoso.
2. Amor: Dios te ha elegido
Dios no solo escucha nuestras oraciones porque Cristo murió por nosotros, sino porque, mucho antes de que Su Hijo naciera y tomara la cruz, ya nos había elegido como Suyos. Decidió, sin basarse en nada de nosotros, amarnos y salvarnos en Cristo.
Ustedes no me escogieron a Mí, sino que Yo los escogí a ustedes, y los designé para que vayan y den fruto, y que su fruto permanezca; para que todo lo que pidan al Padre en Mi nombre se lo conceda
Jn 15:16
Los he elegido para que sus oraciones tengan poder. Eso significa que cada oración que oramos en Su nombre es una oportunidad para recordar la maravilla inmerecida de nuestra elección. El Dios del cielo y de la tierra, el que hizo todo lo que es, el que tú rechazaste y agrediste en tu pecado, eligió amarte.
Y si no te hubiera elegido, no creerías, y mucho menos orarías. Jesús dice: “Nadie puede venir a Mí si no lo trae el Padre que me envió, y Yo lo resucitaré en el día final” (Jn 6:44; ver también 6:65).
3. Poder: Dios puede hacer cualquier cosa
Cuando Jesús ascendió al cielo, dejó a Sus discípulos, pero en realidad no los abandonó. Antes de subir a las nubes, dijo: “Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28:20). ¿Cómo pudo decir eso cuando literalmente los dejaba? Porque les había dicho: “Entonces Yo rogaré al Padre, y Él les dará otro Consolador para que esté con ustedes para siempre; es decir, el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque ni lo ve ni lo conoce, pero ustedes sí lo conocen porque mora con ustedes y estará en ustedes” (Jn 14:16-17; ver también 14:25-26).
Por el Espíritu, Jesús sigue viviendo con nosotros, incluso dentro de nosotros. Por eso, Su nombre es un recordatorio constante de Su presencia permanente, que nos satisface y nos da fuerza.
“Permanezcan en Mí, y Yo en ustedes. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en la vid, así tampoco ustedes si no permanecen en Mí. Yo soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en Mí y Yo en él, ese da mucho fruto, porque separados de Mí nada pueden hacer” (Jn 15:4-5).
En Su nombre, todo es posible mediante la oración. Separados de Su nombre, no podemos hacer nada.
4. Seguridad: Dios guardará tu fe
Al final de Sus últimas palabras, dice a Sus discípulos: “Estas cosas les he dicho para que no tengan tropiezo” (Juan 16:1). Lo he dicho repetidamente (entre otras cosas) que oren en mi nombre, para que no se aparten de mí, para que no caigan en la tentación y no hagan naufragar su fe. Se acercaban días temibles, días que pondrían a prueba su fe (si era posible) hasta el punto de quebrarse. “En el mundo tienen tribulación”, les advierte unos versículos más adelante. “Pero confíen, Yo he vencido al mundo” (Jn 16:33). Y en Mi nombre, ustedes también lo harán.
Así pues, nuestras oraciones en nombre de Jesús no solo están logrando grandes cosas en el mundo y entre nuestros seres queridos, sino que están haciendo algo sobrenatural en nuestro interior. A través de ellas, Dios fortalece nuestra fe en Él. Está ejerciendo Su poder infinito para proteger nuestro amor por Él (1P 1:5). La oración es quizás la mejor manera en que Dios obra en nosotros el tipo de corazón y de vida que le agradan y perseveran hasta el fin (Fil 2:12-13).
5. Confianza: Dios no desechará a Su Hijo
¿Por qué el Padre no ignorará las oraciones en nombre de Su Hijo? Jesús nos da la respuesta: “Y todo lo que pidan en Mi nombre, lo haré, para que el Padre sea glorificado en el Hijo. Si me piden algo en Mi nombre, Yo lo haré” (Jn 14:13-14). La gloria de Dios mismo está en juego en nuestras oraciones (incluso en nuestras oraciones aparentemente pequeñas o insignificantes), y Dios no cederá ni violará Su gloria. Eso significa que ninguna oración es insignificante para Dios. Él responderá a tus oraciones en el nombre de Jesús porque está fervientemente dedicado, con todo Su poder soberano, a la exaltación de ese nombre. Para Dios, desatender las peticiones hechas en nombre de Jesús sería abandonar la razón por la que creó el universo: Su gloria.
Por tanto, nuestras oraciones no son solo en nombre de Jesús, sino por el nombre de Jesús. Y eso significa que, cuando oramos en este nombre, nos unimos a Jesús para hacer lo que más le gusta hacer, lo que está total y eternamente decidido a hacer: glorificar a Dios.
6. Recompensa: Tu gozo será pleno
Jesús nos da al menos otro gran incentivo para orar en Su nombre siempre y con denuedo:
En verdad les digo, que si piden algo al Padre en Mi nombre, Él se lo dará… pidan y recibirán, para que su gozo sea completo.
Jn 16:23-24
Justo un capítulo antes, dice: “Estas cosas les he hablado, para que Mi gozo esté en ustedes, y su gozo sea perfecto” (Jn 15:11). Así pues, Dios responde a nuestras oraciones en el nombre de Jesús por causa de Su gloria: “Para que el Padre sea glorificado en el Hijo”. Y Dios responde a nuestras oraciones en ese nombre porque quiere que seamos lo más felices posible, “para que [nuestro] gozo sea completo”. Esas son las dos grandes ambiciones de una vida de oración sana: la gloria de Dios y nuestro gozo más pleno posible en Él.
Y como Dios es más glorificado en nosotros cuando estamos más satisfechos en Él, esas dos ambiciones no son realmente dos, sino una. Son dos caras de la misma oración. John Piper escribe:
La unidad de estas dos metas, la gloria de Dios y la alegría de Sus hijos, se preserva claramente en el acto de la oración. Por lo tanto, los hedonistas cristianos serán, ante todo, personas dedicadas a la oración sincera. Así como el ciervo sediento se arrodilla para beber en el arroyo, la postura característica del hedonista cristiano es de rodillas.
Cómo terminar una oración
Un par de décadas después de mi angustiosa experiencia con el buzón de voz, tuve otro encuentro que ha marcado mi forma de decir estas palabras. Por aquel entonces, yo estudiaba en el seminario y servía en el ministerio, liderando regularmente el frente en mi iglesia local. Durante uno de los servicios, pronuncié la oración de alabanza, que trata de dar voz a la gratitud colectiva de nuestra congregación a Dios por Su bondad, Su provisión, Su amor soberano y salvador. Había dedicado mucho tiempo a prepararme para dirigir a nuestra congregación.
Después del servicio, un hombre mayor en la fe se me acercó y me dio las gracias por la oración. “Pero he notado algo en tus oraciones”, me dijo. Me quedé sorprendido y un poco nervioso. ¿Lo estaba haciendo mal? ¿He dicho algo herético? Todavía se oye al niño con el teléfono con cable y todos esos miedos. “Es como terminas tus oraciones”, me dijo. “Te precipitas con las palabras: ‘en el nombre de Jesús’. Parecen una ocurrencia tardía. No lo son. Despacio con esas palabras. Saborealas».
Nunca he orado igual desde entonces. Así que me dirijo a ti, como un buen padre haría con su hijo. Las palabras más importantes de la oración no son palabras para pronunciar deprisa o entre dientes, sino para saborearlas y declararlas. Enmarcan la puerta a la comunión con Dios: acceso, amor, presencia, seguridad, confianza, gozo. Tómatelo con calma. Saboréalas.
Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.