Los hombres que profesan fe en Cristo han estado apartándose de Él desde que comenzó la iglesia.
“Algunos han rechazado y naufragaron en lo que toca a la fe” (1Ti 1:19, énfasis añadido), informa el apóstol Pablo en su primera carta a Timoteo. De hecho, el lenguaje de alejamiento está por todas partes en 1 y 2 Timoteo: hombres que se desviaban de la fe, se apartaban de la fe, se desviaban de la verdad, quedaban descalificados en cuanto a la fe (1Ti 1:19; 4:1; 5:12; 6:10, 20-21; 2Ti 3:8). Parecía que ya había algo así como un pequeño éxodo en el primer siglo, tal vez no muy diferente de la ola de desconversiones que estamos viendo en línea hoy.
No deberíamos sorprendernos; Jesús nos dijo que así sería: “La semilla que cayó entre los espinos, son los que han oído, y al continuar su camino son ahogados por las preocupaciones, las riquezas y los placeres de la vida, y su fruto no madura” (Lc 8:14). Esos mismos espinos siguen siendo afilados y amenazantes para la fe en nuestros días. De hecho, con las maneras en que usamos la tecnología, ahora estamos cultivando espinos en nuestros bolsillos, acercándolos aún más que antes.
Este contexto da a la exhortación de 1 Timoteo 6:11-12 aún más significado y poder, tanto para los días de Timoteo como para los nuestros:
Pero tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la perseverancia y la amabilidad. Pelea la buena batalla de la fe. Echa mano de la vida eterna a la cual fuiste llamado, y de la que hiciste buena profesión en presencia de muchos testigos.
¿Quiénes son los hombres que lucharán la buena batalla de la fe? ¿Quiénes permanecerán y lucharán mientras otros caen? En palabras de 1 Timoteo 4:12, ¿qué hombres jóvenes se levantarán y serán ejemplo para los creyentes en fe?

La lucha de la fe
Que la fe sea una lucha significa que creer no será fácil. No siempre se sentirá natural, orgánica ni sin esfuerzo. Nunca podríamos ganarnos el amor de Cristo, pero seguirlo a menudo será más difícil de lo que esperamos o deseamos.
“Si alguien quiere seguirme”, dice Jesús en Lucas 9:23, “niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame”; y no las cruces ligeras y decorativas que algunos llevan alrededor del cuello, sino el dolor y la angustia de seguir a un Rey crucificado en el mundo que lo mató. Si declaramos nuestro amor por Jesús, Dios nos dice que el sufrimiento nos expondrá y refinará (1P 4:12), las personas nos despreciarán, calumniarán y repudiarán (Jn 15:18), Satanás y sus demonios nos atacarán (Jn 10:10), y nuestro propio pecado intentará destruirnos desde dentro (1P 2:11). Si nos negamos a luchar, no resistiremos. Las naves de nuestras almas inevitablemente se desviarán, chocarán, se llenarán de agua y se hundirán.
Los versículos antes de 1 Timoteo 6:12 nos dan ejemplos de amenazas específicas que enfrentaremos en la lucha de la fe, y cada una sigue amenazando a los hombres hoy.

El enemigo del orgullo
Cuando Pablo describe a los hombres que se apartaron de Jesús —específicamente aquellos que habían enseñado fielmente pero que ahora abrazaban falsas doctrinas— señala primero su orgullo. Estos hombres, dice, estaban “envanecidos” (1Ti 6:4). En lugar de ser humillados por la gracia y la misericordia de Dios, usaron el evangelio para sentirse mejor consigo mismos. Al igual que Adán y Eva en el jardín, aprovecharon el amor de Dios para intentar convertirse en dioses. Muchos no perseveran en la fe simplemente porque no pueden someterse a ningún dios que no sean ellos mismos, porque no ven al orgullo —nuestro instinto de ponernos por encima de los demás, incluso de Dios— como un enemigo de nuestras almas.
El enemigo de la distracción
Sin embargo, el orgullo no era el único enemigo que enfrentaban estos hombres. Pablo dice que también tenían “un interés corrompido en discusiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos, blasfemias, malas sospechas, y constantes rencillas” (1Ti 6:4–5). Es casi difícil creer que el apóstol no estaba escribiendo sobre el siglo veintiuno. ¿Eran realmente estas distracciones un problema miles de años antes de Twitter, Internet e incluso la imprenta? Al parecer, sí. Y, sin embargo, esta tentación explica mucho de nuestra disfunción actual.
En nuestro pecado, a menudo cultivamos un interés malsano por la controversia. La fidelidad no vende anuncios; la fricción sí. Mientras revisas tus redes sociales, miras las noticias o incluso prestas atención a tus conversaciones casuales, pregúntate cuánto de lo que estás permitiendo en tu alma cae en 1 Timoteo 6:4-5. ¿Cuánto de nuestra atención ha sido intencionada y persistentemente dirigida hacia controversias pasajeras y debates vanos? ¿Cuánto hemos consumido sospecha, envidia y calumnia como “noticias”, sin darnos cuenta de lo venenosa que es esta dieta para nuestra fe?

El enemigo de la codicia
La codicia es una amenaza que sabemos que existe, y a menudo vemos en otros, pero rara vez en nosotros mismos; especialmente en una sociedad impulsada por la codicia como la nuestra. Sin embargo, el deseo insaciable de más puede dejarnos espiritualmente insensibles y en la ruina.
Pero los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo y en muchos deseos necios y dañosos que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque la raíz de todos los males es el amor al dinero, por el cual, codiciándolo algunos, se extraviaron de la fe y se torturaron con muchos dolores (1Ti 6:9-10).
Cuando leas “los que quieren enriquecerse”, no pienses en mansiones lujosas en lugares tropicales con piscinas junto al mar; piensa en “los que desean más de lo que necesitan”. En otras palabras, esta no es una tentación rara, sino una tentación omnipresente, especialmente en las naciones más ricas. La tentación puede ser sutil, pero las consecuencias no lo son. Estas ansias, advierte el apóstol, “hunden a los hombres en la ruina y en la destrucción”. Su vida es asfixiada, no por el dolor, la tristeza o el miedo, sino por los placeres de la vida (Lc 8:14); cosas para comprar, programas para ver, comidas para disfrutar, lugares para visitar.
¿Todavía nos preguntamos por qué Pablo llama a la fe una lucha? Cuanto más vemos cuántas cosas amenazan nuestro caminar con Jesús, menos sorprendente es que tantos se aparten. Lo más sorprendente es que algunos hombres aprendan a luchar bien y sigan luchando mientras otros abandonan la guerra.

Cómo ganar la guerra
Si identificamos a nuestros enemigos por lo que realmente son, ¿cómo luchamos contra ellos? En 1 Timoteo 6:11-12, Pablo nos da cuatro instrucciones claras para el campo de batalla: huir, perseguir, luchar y aferrarse.
Huir
Primero, huimos. Algunos han sido cegados por el orgullo, otros se han distraído con controversias, y otros más se han enamorado de este mundo. “Pero tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la perseverancia y la amabilidad” (1Ti 6:11). La guerra espiritual no es “pelea o huida”; es pelea y huida. Nos preparamos para luchar contra la tentación, pero también hacemos todo lo posible por evitarla. En lo que dependa de nosotros, “no piensen en proveer para las lujurias de la carne” (Ro 13:14). Si es necesario, cortamos nuestra mano o sacamos nuestro ojo (Mt 5:29-30), es decir, hacemos esfuerzos extraordinarios para huir del pecado que sabemos que podría destruirnos.

Perseguir
Sin embargo, la guerra espiritual no es solo pelear y huir, sino también perseguir: “Sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la perseverancia y la amabilidad” (1Ti 6:11). Podríamos detenernos en cada una de las seis cualidades que Pablo nos exhorta a buscar, pero enfoquémonos brevemente en la fe. ¿Estás persiguiendo tu fe en Jesús (no solo manteniéndola, sino persiguiéndola activamente)? ¿Estás dedicando tiempo cada día para estar a solas con Dios a través de Su Palabra? ¿Estás incorporando la oración en los ritmos únicos de tu vida? ¿Estás comprometido con una iglesia local, buscando intencionalmente formas de crecer y servir en ella? ¿Estás pidiendo a Dios que te muestre maneras creativas para profundizar tu fuerza y gozo espiritual?
Luchar
Tercero, luchamos. “Pelea la buena batalla de la fe” (1Ti 6:12). Evitamos la tentación tanto como podemos, pero no podemos evitarla por completo. Por muy sabios que sean nuestros límites y herramientas, seguimos cargando con nuestro pecado, lo que significa que llevamos la guerra con nosotros dondequiera que vayamos. Y muchos de nosotros vamos a la batalla desarmados. Sin la armadura de Dios —el cinturón de la verdad, la coraza de justicia, el escudo de la fe, el casco de la salvación, la espada del Espíritu— estaremos indefensos contra las fuerzas espirituales del mal (Ef 6:11-12). Pero, al tomar en serio a nuestros enemigos y equiparnos diariamente con nuestras armas, “luchamos la buena batalla” (1Ti 1:18).
Aferrarse
Finalmente, los hombres de Dios aprenden a aferrarse a la nueva vida que Dios les ha dado. “Echa mano de la vida eterna a la cual fuiste llamado” (1Ti 6:12). Esto es lo opuesto a la pasividad espiritual y la complacencia tan comunes entre los jóvenes; hombres que quieren escapar del infierno, pero tienen poco interés en Dios. Sin embargo, los hombres que ven la realidad y la eternidad con mayor claridad saben que el mayor tesoro está en el cielo, y viven para alcanzarlo (Mt 13:43-44). Su mayor deseo es ver más de Cristo y volverse más como Cristo. Pueden parecer necios ahora, pero pronto serán reyes. Se despiertan un miércoles cualquiera y aprovechan la gracia que Dios ha puesto ante ellos.
Algunos hombres dejarán sus armas antes de que termine la guerra, incluso algunos que conoces y amas. Pero no te equivoques: esta es una guerra que vale la pena luchar hasta el final. Mientras ves a otros desfallecer y abandonar la iglesia, deja que su retirada renueve tu vigilancia y te aliente a continuar. Aprende a luchar la buena batalla de la fe.
Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.