Esas dos cosas ―glorificar a Dios y disfrutar de Dios― no siempre coinciden en esta vida, pero al final deben ser la misma cosa. Podemos orar por la venida del reino de Dios, pero si no disfrutamos de Dios supremamente con todo nuestro ser, no le estamos honrando verdaderamente como Señor.
Tim Keller, La oración
¿Cuándo fue la última vez que te entregaste de verdad a la oración? ¿Cuándo te diste cuenta de que orabas más a menudo y con más urgencia y expectativa? ¿Qué ardía en tu corazón y te hacía arrodillarte? ¿Qué te hizo orar?
Para la mayoría de nosotros, fue una necesidad repentina o aguda.
La vida iba sobre ruedas, sin duda no perfectamente, pero sí relativamente bien, y de repente… ¡zas! Puede que una factura inesperada trastocara el presupuesto y te dejara sin dinero. Tal vez un conflicto provocó un incendio en una relación muy preciada, con el cónyuge, un amigo, un colega o un hijo. Tal vez una visita al médico salió terriblemente mal. Tal vez la tentación te acechó y te golpeó. Ya sabías que siempre necesitas a Dios, pero entonces volviste a sentir esa necesidad, en cada vena de tu cuerpo. Y entonces oraste.
“Padre nuestro que estás en los cielos, Santificado sea Tu nombre. Venga Tu reino. Hágase Tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. Danos hoy el pan nuestro de cada día” (Mt 6:9-11). Proporcióname lo que necesito. Cura la enfermedad. Reconcilia la relación. Perdona mi pecado.
Instintivamente sabemos qué hacer cuando estamos desesperados.
Pero dime, ¿cómo es tu vida de oración cuando la vida no es tan desesperada? ¿Oras menos y con menos expectativa? ¿No oras en absoluto? ¿Y qué sugieren tus oraciones en tiempos de paz sobre el propósito de la oración?

Aprender de un pueblo sin oración
Dios llama al profeta Jeremías para que confronte a Su pueblo por la falta de oración. Sin embargo, antes de reprenderlos, el Señor recuerda una época diferente y más dulce que vivió con ellos:
De ti recuerdo el cariño de tu juventud,
Tu amor de novia,
De cuando me seguías en el desierto,
Por tierra no sembrada (Jer 2:2).
En un momento dado, eran una novia joven y amorosa. Él recuerda su afecto y devoción. Y nota dónde sus corazones eran tan cálidos hacia Él: “En el desierto, por tierra no sembrada”. Eran más cálidos en las peores circunstancias. No tenían un hogar. Eran vulnerables a los enemigos y a los elementos. Solo tenían comida para el día. Y, sin embargo, amaban a Dios. Se acercaron a Él, con el corazón en llamas.
Pero la llama se apagó: “¿Qué injusticia hallaron en Mí sus padres, para que se alejaran de Mí y anduvieran tras lo vano y se hicieran vanos?” (Jer 2:5). Y fíjate dónde se enfrió su corazón:
Yo los traje a ustedes a una tierra fértil,
Para que comieran de su fruto y de sus delicias.
Pero vinieron y contaminaron Mi tierra,
Y de Mi heredad hicieron abominación (Jer 2:7).
En el desierto, eran una esposa amorosa. En el paraíso, abandonaron su primer amor.

¿Dónde está el Señor?
Sin embargo, el Señor pone Su dedo divino en un problema concreto, un síntoma especialmente grave de la enfermedad espiritual que el pueblo tenía:
No decían: “¿Dónde está el Señor?” (Jer 2:6, 8).
En otras palabras, en cuanto escaparon del desierto, dejaron de orar. Cuando sintieron su necesidad de Dios ―de hambre, de protección, de guía― corrían en su busca. Pero tan pronto como esas necesidades fueron satisfechas, dejaron de buscarlo. Eso enfurecía a Dios.
“Espántense, oh cielos, por esto,
Y tiemblen, queden en extremo desolados”,
declara el Señor” (Jer 2:12).
Dios llama a los cielos a postrarse en polvo y ceniza porque el pueblo dejó de buscarlo en la oración. ¿Te parece una reacción exagerada? ¿Merece indignación la falta de oración?
Nosotros, por supuesto, vemos su insensatez con bastante facilidad. Israel, ¿cómo es posible que descuides a Dios después de que te haya hecho pasar por tantas cosas? Pero algunos de nosotros hacemos lo mismo. Dios responde a nuestras oraciones, recuperamos el consuelo y dejamos de preguntar: “¿Dónde está el Señor?”, hasta que volvemos a necesitar algo. Dios busca a un pueblo que corra hacia Él en la necesidad y en la abundancia, en el desierto y en el paraíso.

Sácianos por la mañana
Este tipo de vida de oración no es meramente de dependencia. Recuerda, el Señor dice: “Recuerdo el cariño de tu juventud, tu amor de novia” (énfasis añadido). No solo está enojado porque dejaron de orar; está enojado porque dejaron de adorar. Jesús advirtió a los escribas y fariseos: “Este pueblo con los labios me honra, pero su corazón está lejos de mí” (Mt 15:8). Escucha el resto de Jeremías 2:12-13:
“Espántense, oh cielos, por esto,
Y tiemblen, queden en extremo desolados”, declara el Señor.
“Porque dos males ha hecho Mi pueblo:
Me han abandonado a Mí,
Fuente de aguas vivas,
Y han cavado para sí cisternas,
Cisternas agrietadas que no retienen el agua”.
Dejaron de preguntar: “¿Dónde está el Señor?” y dejaron de beber en la fuente. Dios se ofrecía como fuente infinita, que todo lo sacia, pero ellos se apartaron de Él y empezaron a cavar hoyos en la arena. Eso es el pecado: rechazar la belleza y el valor de Dios y tratar de satisfacer nuestras almas en otro lugar. John Piper dice: “La esencia del mal es perder el gusto por Dios y preferir cualquier cosa más que a Dios, especialmente cuando Él ofrece ser para nosotros la fuente inagotable de vida y gozo”.
Así pues, el propósito de orar nunca es la mera dependencia. Oramos para que Dios provea, sane, reconcilie, perdone, diariamente y a lo largo del día. Oramos por dependencia e incluso por desesperación, pero también oramos por afecto y adoración. “Sácianos por la mañana con Tu misericordia, y cantaremos con gozo y nos alegraremos todos nuestros días” (Sal 90:14).

Clamor de dependencia y deleite
En su excelente libro sobre la oración, basado en siglos de sabiduría sobre la finalidad y el poder de esta disciplina cristiana, Tim Keller se adentra en esta danza entre dependencia y deleite. Habla del matrimonio entre la “oración del reino” (pedir a Dios que actúe en el mundo) y la “oración de la comunión” (disfrutar de la presencia y la relación con Dios). Escribe:
El Catecismo Menor de Westminster nos dice que nuestro propósito es “glorificar a Dios y gozar de Él para siempre”. En esta famosa frase vemos reflejadas tanto la oración del reino como la oración de comunión. Esas dos cosas ―glorificar a Dios y gozar de Dios― no siempre coinciden en esta vida, pero al final deben ser la misma cosa. Podemos orar por la venida del reino de Dios, pero si no disfrutamos de Dios supremamente con todo nuestro ser, no le estamos honrando verdaderamente como Señor (La oración, 4).
El tipo de vida de oración que realmente honra a Dios es una vida de oración que se deleita en Dios. Cuando preguntamos: “¿Dónde está el Señor?” ―en el desierto y en la prosperidad― es porque queremos conocerlo, verlo, saborearlo. Y cuando lo hacemos, casi podemos oírle decir:
Emocionense, cielos, ante esto;
alégrense, llénense de alegría,
porque Mi pueblo me ha perseguido sin descanso,
la fuente de las aguas vivas, incluso cuando se lo he dado todo.
Publicado originalmente en Desiring God.