«Maridos, amad a vuestras mujeres» (Ef. 5:25). Por un lado, es una simple declaración, un simple mandamiento. Simplemente amar. Por otro lado, no hay un marido en el mundo que diga que lo hace a la perfección. Detrás del simple mandamiento hay una vida de esfuerzo, una vida de crecimiento. ¿Cómo es que un marido debe amar a su esposa? ¿Cuál es el tipo de amor que le debe? Estoy siguiendo aquí el comentario de Efesios que escribió Richard Phillips.
Un amor abnegado.
El amor de un esposo es abnegado. «Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia y se dio a sí mismo por ella». Cada marido sabe que está llamado a amar a su esposa a tal grado que él estaría dispuesto a morir por ella. Pero Dios pide mucho más que esto. Es fácil para los hombres pensar en morir dramáticamente –y con sangre– por nuestras esposas en un gesto grandioso. Pero lo que Pablo específicamente tiene en mente es que los esposos vivan sacrificialmente por sus esposas. Esto significa un morir al interés propio para colocar sus necesidades antes que las suyas. Significa una disposición a crucificar sus pecados, hábitos egoístas y rasgos de carácter indignos. Recuerdo a un marido que me dijo que siempre había pensado que si un hombre entraba en la casa con un cuchillo para atacar a su esposa, seguro que estaría dispuesto a morir defendiéndola. «Entonces me di cuenta», dijo, «que emocional y espiritualmente, yo soy ese hombre que asalta a mi esposa y amenaza su bienestar. Lo que Dios me llama a hacer morir mi propio yo pecaminoso». Exactamente así. Morirías por tu mujer, pero ¿vivirías por ella?
Un amor redentor.
El amor de un esposo es, como el amor de Cristo, redentor. Cristo «se dio a sí mismo por [la iglesia], para santificarla, habiéndola purificado por el lavamiento del agua con la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia en toda su gloria, sin que tenga mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuera santa e inmaculada» (Ef. 5:26-27). «Si seguimos esta progresión, vemos el evangelio cristiano en términos de la preparación de Cristo de una novia para sí mismo». Cristo está activamente santificando a su pueblo a través de la Palabra para limpiarnos del pecado y hacernos santos. Pablo ahora dice que un marido debe ver esto como su modelo de la manera en que él se relaciona con su novia. «Como el amor de Cristo nos redime para su gloria, el amor de un esposo debe estar dirigido hacia el crecimiento espiritual de su esposa. Note, también, que este ministerio está asociado con las palabras de un esposo. La palabra griega usada aquí es thema, que significa palabras reales, en lugar del común logos, que habla de un mensaje en general. Esto demuestra lo importante que son las palabras de un esposo para su esposa. Lejos de molestar o derribar a su esposa con sus palabras, los esposos cariñosos deben recordar a sus esposas el amor de Dios y ministrar para su bendición y madurez espiritual».
Un amor cariñoso.
El amor de un esposo es también un amor cariñoso. De la misma manera, los esposos deben amar a sus esposas como si fueran sus propios cuerpos. “El que ama a su esposa se ama a sí mismo. Porque nadie ha odiado jamás su propia carne, sino que la sustenta y cuida, como Cristo lo hace con la iglesia, porque somos miembros de su cuerpo” (Ef. 5:28). El cuidado de un hombre por su esposa debe ser tan cuidadoso e íntimo, como el cuidado por su propio cuerpo. Pablo nos ofrece dos palabras claves para describir esto: sustenta y cuida. Un esposo cuida a su esposa alimentando su corazón como un jardinero que alimenta sus plantas. «Esto requiere que él le preste atención, que hable con ella para saber cuáles son sus esperanzas y temores, qué sueños tiene para el futuro, dónde se siente vulnerable o fea, y qué la hace ansiosa o le da alegría». Un marido muestra su aprecio a su esposa «al pasar tiempo con ella y hablar de ella, para que se sienta segura y amada en su presencia». Phillips ofrece esta advertencia: «En mi experiencia, el amor cariñoso de un esposo es una de las mayores necesidades en la mayoría de los matrimonios. El corazón de una esposa se seca por un marido que le presta poca atención, no se interesa por su vida emocional y no se conecta con su corazón».
Un amor comprometido.
Finalmente, el amor de un esposo es un amor comprometido. «Por tanto el hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán una sola carne» (Ef. 5:31). De la misma manera que Cristo es totalmente fiel a su iglesia, el marido debe ser completamente fiel a su esposa. Esto es representado en la unión de una sola carne que es «el compartir toda una vida en los límites seguros del amor comprometido». Una gran barrera para este tipo de amor es cuando un marido no transfiere su lealtad de sus padres a su esposa, por lo tanto, no deja totalmente a su padre y su madre. «Un esposo que comparte secretos maritales con sus padres o que no puede liberarse del control de su familia, no puede ofrecer a su esposa la devoción que necesita». Otra gran barrera es el pecado sexual. «El matrimonio implica renunciar a todos los demás a favor de un vínculo exclusivo, íntimo e indivisible. En el mundo pagano que habitaba Pablo, como en el nuestro, el matrimonio fue socavado por la inseguridad, ya que hombres y mujeres intercambiaban parejas de la manera en que cambiaban de ropa. Pero un marido cristiano ofrece a su esposa la seguridad de un amor comprometido, en el que puede florecer emocional y espiritualmente». Un marido se compromete con su esposa con la exclusión de todos los demás. En todas estas maneras, un matrimonio cristiano es un retrato de la unión de Cristo con su iglesia. «Grande es este misterio, pero hablo con referencia a Cristo y a la iglesia» (Ef. 5:32). Cuando vemos esta conexión íntima entre el matrimonio y el evangelio, entendemos que, «no hay nada más profundo en todo este mundo que el sagrado vínculo del matrimonio y no más un deber solemne que el que debe una esposa a su esposo y un esposo a su esposa». Así que, marido, ¿amas a tu esposa? ¿De qué manera necesitas amarla mejor, para amarla como Cristo ama a su iglesia? Artículo publicado en Tim Challies | Traducido por María Andreina