[dropcap]L[/dropcap]a semana pasada comencé una nueva serie titulada «Por qué no soy…», y en esta serie estoy explorando algunas cosas que no creo como una forma de explicar lo que sí creo. En el artículo anterior expliqué por qué no soy ateo, y ahora quiero explicar por qué no soy católico romano. El momento de este artículo no fue planificado, pero sí es apropiado. Hoy publico desde Orlando, Florida, donde estoy disfrutando algún tiempo en Ligonier Ministries, el ministerio fundado hace muchos años por el Dr. R. C. Sproul. En muchos sentidos importantes, la respuesta a la pregunta «¿por qué no soy cristiano?» es «R. C. Sproul». Pero me estoy adelantando. Aunque mis padres fueron salvados en el pentecostalismo, rápidamente encontraron su espacio en la tradición presbiteriana y desarrollaron un profundo interés tanto en la historia de la iglesia como en la teología reformada. Cada uno leyó extensivamente en estas áreas y me enseñaron entusiastas lo que habían aprendido. En la historia de la iglesia, encontraron la larga saga de la batalla de Roma contra los protestantes y pre-protestantes, mientras que en la teología encontraron su distorsión del evangelio. Desde que era pequeño, me enseñaron que el catolicismo es una peligrosa perversión de la verdad bíblica, y aprendí la noción protestante tradicional de que el pontífice de Roma es el anticristo, el gran opositor del pueblo de Dios. Cuando llegué a la adultez, sentí un creciente deseo de analizar las creencias que siempre había dado por sentadas para ver si realmente las sostenía con independencia de mis padres. Busqué recursos que me pudieran guiar y pronto encontré las obras de R. C. Sproul que llevaban tiempo escritas en respuesta a la declaración «Evangélicos y católicos juntos». Sproul había determinado que dejaría que la iglesia hablara por sí misma a través de su catecismo y declaraciones oficiales y que evaluaría estos textos por medio de la Escritura. Él mostró una profunda y respetuosa comprensión del catolicismo y elaboró una convincente argumentación en la que expuso los más graves problemas de esta iglesia. Los libros de James White complementaron los de Sproul y bajo la guía de ellos llegué a ver que la doctrina católica realmente se opone a la Escritura y al evangelio. Mis convicciones acerca de los errores y peligros del catolicismo cambiaron un poco —estoy mucho menos convencido de la conexión entre el papa y el anticristo, por ejemplo—, pero en general se agudizaron y profundizaron. Concluí que por varias razones nunca podría ser católico romano. Entre ellas, destacan estas tres: No soy católico romano porque Roma niega el evangelio. Roma tiene un evangelio pero no el evangelio y, en realidad, su evangelio condena y no salva porque explícitamente niega que la justificación llega solo por gracia, solo mediante la fe, solo en Cristo. Roma entiende con precisión la postura protestante, y sin remordimientos la anatemiza. A la obra de Cristo añade la de María. A la intercesión del Salvador añade la intercesión de los santos. A la autoridad de la Biblia añade la autoridad de la tradición. Al don gratuito de la salvación añade la necesidad del esfuerzo humano. En lugar de la obra consumada de Cristo en la cruz exige el sacrificio constante de la misa. En lugar de la permanente imputación de la justicia de Cristo introduce la infusión temporal de las obras de justicia. De muchas formas distintas, explícitamente y sin remordimientos niega la verdad y promueve el error. El evangelio católico romano es un falso evangelio. No soy católico romano porque Roma no es la iglesia. Roma pretende trazar su linaje en una línea continua que se remonta al apóstol Pedro, a quien Cristo le dijo: «Sobre esta piedra edificaré mi iglesia» (Mateo 16:18). De esta forma, Roma dice ser la iglesia con el poder y la autoridad para exigir lealtad y atar la conciencia de cada cristiano. Yo no reconozco tal linaje y, por lo tanto, no reconozco tal autoridad. Sus pretensiones no se pueden probar, y representan una distorsión de las afirmaciones de la Biblia acerca de la iglesia de Cristo. Para ser católico, primero tendría que doblar la rodilla ante el papa como el sucesor de Pedro y reconocer esta iglesia como la continuación de lo que Cristo comenzó a través de sus discípulos. No puedo hacerlo, porque la Iglesia Católica Romana es una falsa iglesia. No soy católico romano porque la adoración católica es idólatra. Los protestantes suelen acusar al catolicismo de promover la adoración a María o los santos. Bajo la tutela de R. C. Sproul llegué a entender que esta acusación requiere matices y es, en cierto grado, una cuestión de definir palabras tales como «venerar». No obstante, no se puede negar que hay una semilla de lo que debo reconocer como idolatría. Esto fue confirmado durante un reciente viaje a Europa, donde en Alemania y Austria visité catedrales católicas y vi la veneración de huesos, reliquias, e íconos, y donde vi a la iglesia defendiendo y promoviendo oraciones a María y los santos. Aquí estaba el catolicismo en plenitud y era tan alarmante como trágico. Vi personas que no han conocido la gozosa libertad del evangelio extendiendo desesperadamente su adoración a o a través de María y los santos. Todo esto lo hacían bajo la guía de su iglesia. En muchas de sus formas, la adoración católica es idólatra. Yo feliz afirmo, por supuesto, que dentro del catolicismo hay verdaderos creyentes y que lo que es cierto de la doctrina oficial de Roma no necesariamente es cierto de todos sus adherentes. No obstante, la salvación de estos hermanos y hermanas ha llegado a pesar de las enseñanzas de la iglesia, no a través de estas. Aprecio la observación que subraya aquí Leonardo de Chirico: Lo que se refiere a la Iglesia Católica en su configuración doctrinal e institucional no puede extenderse necesariamente a todos los católicos como individuos. La gracia de Dios está actuando en hombres y mujeres que, aunque se consideran católicos, confían exclusivamente en el Señor, cultivan una relación personal con él, leen la Biblia y viven como cristianos. Estas personas, no obstante, deben ser alentadas a reflexionar sobre si su fe es compatible o no con su pertenencia a la Iglesia Católica. Además, deben ser ayudados a pensar de manera crítica sobre lo que queda de su trasfondo católico a la luz de la enseñanza bíblica. No soy católico romano. No soy católico romano porque fui criado para entender que la doctrina católica se opone a la Escritura. Pero más aún, no soy católico romano porque a través de mi propio análisis llegué a ver que esta iglesia niega el evangelio de la gracia gratuita, que se atribuye una autoridad que no es suya, y que promueve una adoración que distrae de la adoración que todos le debemos exclusivamente a Dios.