No necesitamos ser un genio para darnos cuenta que los hombres y las mujeres son diferentes y, por ende, tienen diferentes formas de pensar, diferentes capacidades y diferentes necesidades. Dios creó a la primera mujer con el propósito de ser ayuda idónea (Gn. 2:18), por lo que nuestra naturaleza es ayudar y complementar a aquellos alrededor nuestro. Tener este rol implica que necesitamos tener relaciones, no solo con otros hombres sino con otras mujeres y como tenemos diferentes personalidades, habilidades y dones podemos complementarnos las unas a las otras. El problema radica en que vivimos en un mundo caído donde la cosmovisión esta basada en una mentira; adicional a esto tenemos corazones engañosos y mentes entenebrecidas por el pecado, por lo que necesitamos aprender el rol bíblico que nos fue dado (Tit. 2:3-5). Como el propósito de Dios es formarnos a la imagen de Su Hijo (Ro. 8:29), y nos ha mandado a transformar nuestra forma de pensar (Ro. 12:2), tenemos que buscar el verdadero conocimiento, conforme a esta imagen (Col. 3:10) con el propósito de hacer las buenas obras que Dios ha preparado de antemano para que andemos en ellas (Ef. 2:10).
El ministerio de mujeres en la iglesia local
El ministerio para las mujeres es una de las áreas donde aprendemos a realizar esto. Nuestros estudios bíblicos, nos enseñan las verdades bíblicas, y la relación con otras mujeres nos enseña cómo aplicar estas verdades a nuestras vidas (Col. 1:9-12). Al aprender cómo amar nuestros esposos y familias, nuestros matrimonios y hogares serán fortalecidos (Dt. 6:4-7) y nuestro testimonio al mundo mejorado. Estudiar juntas con otras mujeres nos ayuda no solamente a aprender y aplicar las verdades sino también a compartir con otras que han pasado por situaciones similares y recibir de ellas lo que han aprendido de sus victorias y hasta de los errores que han cometido (1 Jn. 3:16) para que cada una de nosotras podamos caminar como es digno del Señor (Col. 1:10). Tener personas que oran con nosotras, que nos animan y nos estimulan para seguir en el camino que Dios ha trazado para nosotras (Gá. 6:2) es vital para que el Espíritu Santo nos ilumine y nos dirija en nuestro caminar (He. 10:24). De esta forma las relaciones entre hermanas en la fe se profundizan, y naturalmente se convierten en relaciones de mentoreo y grupos de apoyo las unas alas otras (1 P. 4:8-10). Este crecimiento personal y relacional nos ayuda a reconocer nuestros dones espirituales, con la finalidad de trabajar juntas aplicando nuestras habilidades y dones para el beneficio de la iglesia (Ro. 12:4-8). También produce estrategias para identificar y lograr llenar las necesidades de las otras hermanas y hasta para aquellas mujeres fuera de la iglesia. Por el pecado en nuestro mundo, las personas están llenas de dolor y por ende las mujeres tienen muchas heridas que necesitan ser sanadas. A través de nuestro testimonio en medio de las tribulaciones, otras pueden distinguir que hay algo que ellas no tienen y por ende anhelar la fortaleza que Dios nos da en estos momentos (Mt. 5:14-16). Esto abre oportunidades de ayudar, consolar y compartir el evangelio con aquellas que no conocen al Señor (2 Co. 1:3-4). En este proceso, las hermanas llegarán a ser todo lo que Dios quiere y lo que él está pidiendo de nosotras, aprendiendo a glorificarlo a él en todo lo que hacemos (1 Co. 10:31). Que nuestra meta como cristianas y en el ministerio para las mujeres sea vivir Filipenses 2:1-4: Por tanto, si hay algún estímulo en Cristo, si hay algún consuelo de amor, si hay alguna comunión del Espíritu, si algún afecto y compasión, haced completo mi gozo, siendo del mismo sentir, conservando el mismo amor, unidos en espíritu, dedicados a un mismo propósito. Nada hagáis por egoísmo o por vanagloria, sino que con actitud humilde cada uno de vosotros considere al otro como más importante que a sí mismo, no buscando cada uno sus propios intereses, sino más bien los intereses de los demás.