La fe es dependencia: el intercambio que cambió todo 

La fe no es creer en lo imposible, sino depender totalmente de Jesús. Él murió por tu pecado y te cubre con su justicia. La salvación es solo por fe en Él, no por tus obras. ¿En qué estás confiando?
Foto: VaE

La palabra “fe” ha sido mal utilizada por tanto tiempo que la mayoría de personas no tienen idea qué significa. Si preguntas a alguien por la calle cómo describiría la fe, es posible que te diga algunas palabras que suenen respetuosas, pero es muy probable que el punto central de la respuesta sea que la fe es creer en lo ridículo en contra de toda evidencia.

Un año me encontraba viendo un desfile del Día de Acción de Gracias en la televisión con mi hijo mayor. El tema del evento era “¡Cree!” y el enfoque estaba sobre lo que los reporteros llamaban “el medidor de la fe”. Cada vez que tocaba una banda, se acercaba una nueva carroza o los bailarines hacían acrobacias en sus trajes de duende, la aguja del medidor de la fe se levantaba un poco más. Claro, lo más destacado del desfile fue cuando el mismísimo Santa Claus entró en escena en su trineo que inexplicablemente tenía forma de un ganso majestuoso. ¡El medidor de la fe se volvió loco! Con toda la música, el baile, el confeti y los niños gritando —y los adultos gritando, cabe mencionar—, cualquier extranjero podía concluir que estas personas en realidad sí creían en estas cosas.

Mi hijo de seis años, Dios lo bendiga, pensó que todo era una broma cómica.

Pero eso es lo que el mundo piensa sobre la fe. Es una farsa, un juego divertido y cómodo en el que la gente es libre de participar si así lo desea, pero no hay una conexión real con el mundo verdadero. Los niños creen en Santa Claus y en los Reyes Magos. Los místicos creen en el poder de las rocas y los cristales. La gente disparatada cree en los cuentos de hadas. Y los cristianos, bueno, ellos creen en Jesús.

Sin embargo, lee la Biblia y te darás cuenta de que la fe no es nada parecido a esa caricatura. La fe no es creer en algo que no se puede probar, como mucha gente la define. De acuerdo con la Biblia, la fe es dependencia. Una confianza sólida como una roca fundamentada en la promesa y la verdad de que Jesús vino a salvarnos del pecado.

De acuerdo con la Biblia, la fe es dependencia. / Foto: Lightstock

Pablo nos habla de la naturaleza de la fe en Romanos 4, en su discusión sobre Abraham. Así describe la fe de Abraham:

Abraham creyó en esperanza contra esperanza, a fin de llegar a ser padre de muchas naciones, conforme a lo que se le había dicho: “Así será tu descendencia”. Y sin debilitarse en la fe contempló su propio cuerpo, que ya estaba como muerto puesto que tenía como cien años, y también la esterilidad de la matriz de Sara. Sin embargo, respecto a la promesa de Dios, Abraham no titubeó con incredulidad, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, estando plenamente convencido de que lo que Dios había prometido, poderoso era también para cumplirlo (Ro 4:18-21).

A pesar de todas las circunstancias que parecían estar en contra de la promesa de Dios (la edad de Abraham, la edad de su esposa y su esterilidad) Abraham creyó lo que Dios dijo. Confiaba en Dios sin vacilar y creyó que cumpliría Sus promesas. Por supuesto, la fe de Abraham no fue perfecta. El nacimiento de Ismael, el hijo de Agar, comprueba que Abraham trató primero de confiar en sus propias fuerzas para hacer que las promesas de Dios se cumplieran. Pero después de arrepentirse de ese pecado, finalmente puso su fe en Dios. Dependió de Él, como dijo Pablo, “plenamente convencido de que lo que Dios había prometido, poderoso era también para cumplirlo”.

El evangelio de Jesucristo nos llama a hacer exactamente lo mismo: poner nuestra fe en Jesús, depender de Él y confiar que cumplirá lo que ha prometido.

La esencia del evangelio es confiar plenamente en Jesús, descansar en su obra y creer sin duda que hará lo que dijo. / Foto: Lightstock

Fe para recibir el veredicto de que soy justo

Pero, ¿para qué estamos dependiendo en Jesús? En pocas palabras, estamos dependiendo de Él para que nos asegure un veredicto justo de parte de Dios el Juez, en lugar de que nos dé un veredicto culpable.

Permíteme explicar. La Biblia enseña que la necesidad más grande de cada ser humano es ser declarado justo, no culpable, ante Dios. Cuando el juicio venga, necesitamos desesperadamente que el veredicto pronunciado sobre nosotros sea “justo”, no “condenado”. A eso se refiere la Biblia con la palabra “justificado”: es la declaración de Dios de que somos justos a Sus ojos, no culpables.

¿Y cómo podemos obtener este veredicto a nuestro favor? La Biblia nos dice claramente que no será pidiéndole a Dios que evalúe nuestras propias vidas y obras. No, eso sería una necedad. Si Dios alguna vez nos declara justos, tendrá que hacerlo sobre la base de algo que no sea nuestro propio historial pecaminoso. Tendrá que hacerlo sobre la base del historial de otra persona, alguien que nos sustituya. Ahí es donde entra la fe en Jesús. Cuando ponemos nuestra fe en Jesús, confiamos que Él es nuestro sustituto ante Dios, tanto por Su vida perfecta como por Su muerte en la cruz. En otras palabras, confiamos que Dios sustituirá el expediente de Jesús por el nuestro y, por tanto, nos declarará justos (Ro 3:22).

La Biblia enseña que la necesidad más grande de cada ser humano es ser declarado justo, no culpable, ante Dios. / Foto: Unplash

Míralo de esta manera: cuando confiamos en Jesús para ser salvos, nos unimos a Él, y se lleva a cabo un intercambio magnífico. Todo nuestro pecado, nuestra rebelión y nuestra iniquidad es imputada (o acreditada) a Jesús, y Él muere por eso (1P 3:18). Y al mismo tiempo, la vida perfecta que Jesús vivió es transferida a nosotros, y somos declarados justos. Dios nos mira, y en vez de ver nuestro pecado, mira la justicia de Jesús.

Esto es lo que Pablo quiere decir cuando escribe en Romanos 4 que Dios nos “cuenta por justicia” sin ver nuestras obras, y que nuestros pecados son “cubiertos” (vv. 5, 7). Aún más importante, esto es lo que Pablo quiere decir cuando escribe sorprendentemente que Dios “justifica al impío” (v. 5). Dios no nos declara justos porque seamos justos. ¡Y gracias a Dios que eso es verdad, porque ninguno de nosotros cumpliría con ese estándar! No, Dios nos declara justos por la fe, y así somos vestidos con la vida perfecta de Cristo. Dios nos salva por gracia, no por algo que nosotros hayamos hecho, sino solamente por lo que Jesús hizo por nosotros.

Dios nos mira, y en vez de ver nuestro pecado, mira la justicia de Jesús. / Foto: Lightstock

El profeta Zacarías ilustra este punto con una bella imagen en la que Josué, el sumo sacerdote, recibe ropas nuevas. Esto escribió Zacarías:

Entonces me mostró al sumo sacerdote Josué, que estaba delante del ángel del Señor; y Satanás estaba a su derecha para acusarlo. Y el ángel del Señor dijo a Satanás: “El Señor te reprenda, Satanás. Repréndate el Señor que ha escogido a Jerusalén. ¿No es este un tizón arrebatado del fuego?”. Josué estaba vestido de ropas sucias, en pie delante del ángel. Y este habló, y dijo a los que estaban delante de él: “Quítenle las ropas sucias”. Y a él le dijo: “Mira, he quitado de ti tu iniquidad y te vestiré con ropas de gala”. Después dijo: “Que le pongan un turbante limpio en la cabeza”. Y le pusieron un turbante limpio en la cabeza y le vistieron con ropas de gala; y el ángel del Señor estaba allí (Zac 3:1-5).

Aquellas vestiduras hermosas, limpias y nuevas, no le pertenecían a Josué. Tampoco el turbante limpio. Todo lo que le pertenecía a Josué eran las vestiduras viles, las mismas que Satanás quería utilizar para ridiculizarlo y acusarlo. No, la justicia que Josué disfrutaba delante de Dios no era propia. Le fue dada por alguien más.

Eso también es verdad para nosotros como cristianos. Nuestra justicia delante de Dios no es nuestra. Nos fue dada por Jesús. Dios miró a Su Hijo y vio nuestro pecado, y ahora nos mira y ve la justicia de Jesús. Como dice el canto:

Y por Su muerte el Salvador
Ya mi pecado perdonó
Pues Dios, el Justo, aceptó
Su sacrificio hecho por mí.

Nuestra justicia delante de Dios no es nuestra. Nos fue dada por Jesús. / Foto: Lightstock

Solamente por fe

Cuando te das cuenta de lo mucho que dependes de Jesús para tu salvación —Su muerte por tu pecado, Su vida por tu justicia—, entiendes por qué la Biblia insiste tanto en que la salvación solo llega por medio de la fe en Él. No hay otro camino, no hay otro Salvador, no hay nada ni nadie en el mundo en quien podamos confiar para la salvación, incluidos nuestros propios esfuerzos.

Todas las otras religiones en la historia de la humanidad rechazan esta idea de que somos justificados solamente por la fe. Al contrario, las otras religiones aseguran que la salvación es obtenida mediante esfuerzos morales, buenas obras, y un balance cuyo peso positivo sea mayor que el negativo. Realmente eso no es sorprendente. Es muy humano pensar —y aún insistir— que podemos contribuir a nuestra salvación.

La Biblia lo repite una y otra vez, solo Jesús salva. Él pagó tu deuda de pecado y ahora te cubre con su perfección. / Foto: Lightstock

Todos creemos que somos autosuficientes, ¿verdad? Estamos convencidos de nuestra propia capacidad y nos molesta cualquier insinuación de que somos lo que somos gracias a la intervención de otra persona. Piensa en cómo te sentirías si alguien dijera de tu trabajo o de otra cosa que valoras: “Eso no te lo has ganado. Solo lo tienes porque alguien te lo dio”. Sin embargo, ese es exactamente el caso cuando se trata de nuestra salvación ante Dios. Nos es dada como un regalo de gracia, y nosotros no contribuimos con nada en absoluto —ni nuestra propia justicia, ni nuestro propio pago por nuestros pecados y ciertamente ninguna buena obra que equilibre la cuenta (Gálatas 2:16)—.

Poner la fe en Jesús significa renunciar a cualquier otra esperanza de ser contado como justo delante de Dios. ¿Y tú? ¿Estás confiando en tus buenas obras? La fe significa confiar solamente en Jesús, y admitir que tus buenas obras son completamente insuficientes. En otras palabras, significa saltar de la orilla de la piscina y decir: “Jesús, si no me atrapas estoy perdido. No tengo ninguna otra esperanza, ni otro Salvador. Sálvame, Jesús, o muero”.

Eso es la fe.


 [1] “Ante el Trono Celestial”, Charitie L. Bancroft, 1863. Traducido de “Before the Throne of God Above”. Letra original por Charitie Lees Bancroft (1841–1892), música y letra adicional adaptada por Vikki Cook.


Libro: ¿Qué es el evangelio?

Página: 84-90

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Greg Gilbert

Greg Gilbert es el pastor de Third Avenue Baptist Church en Louisville, Kentucky (Estados Unidos).

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