El perdido arte de respetar a los ancianos

¿Honras al canoso en tu familia, vecindario e iglesia? Cuando el mundo observa nuestro comportamiento alrededor de los ancianos.

Moisés, en la película clásica “Los diez mandamientos (1956)”, desciende para supervisar la labor de los esclavos hebreos. Lo que él no sabe es que él también es un hebreo de nacimiento; el cáliz dorado de Egipto descansa cómodamente en la mano. Él llega luego de que los capataces ejercen dominio sobre Josué (su futuro asistente y sucesor), quien acababa de rescatar a una anciana hebrea que casi fue aplastada por una gran piedra. Sordos a las súplicas de salvar a la anciana, los capataces se negaron a detener la obra para liberarla. La anciana no podía escapar. Entonces Josué descendió y golpeó a un capataz egipcio, deteniendo el trabajo inmediatamente, salvándole la vida y arriesgando la suya. Moisés, príncipe de Egipto, llega por pedido de una mujer hebrea. Al escuchar lo que había sucedido, él pregunta a Josué: ‘’¿Sabes que es motivo de muerte golpear a un egipto?’’. ‘’Ya lo sé’’, respondió él. ‘’Y aun así lo golpeaste. ¿Por qué?’’. ‘’Para salvar a la anciana’’. ‘’¿Quién es ella para ti?’’. ‘’Una mujer anciana’’.Moisés tardó menos en recuperarse de la bofetada que yo. Porque es una mujer anciana. Me di cuenta que, en este caso, soy mucho más como Moisés que como Josué. Josué tenía una categoría moral clara de la que yo carecía: la de salvar a una mujer anciana simplemente porque era una anciana bajo peligro. Su heroísmo no necesitaba mayor explicación u otro motivo que ese. Ella no debía ser su madre, su tía o su reina. Para que él entregue su vida por ella, todo lo que se necesitaba era que fuera una mujer anciana, desesperada por ayuda. Cálculo interno Este intercambio me marcó porque imaginé mi propio cálculo interno en la crisis: “Haz lo que puedas —reprende a los capataces por su insensibilidad y su asesinato; incluso que reciban un azote por ello— pero no seas tan necio como para dar tu propia vida por ella”. Hacer lo contrario, parecería un error de cálculos.  Ella ya tenía un pie en la tumba. Sus mejores días de productividad, de construcción en el hogar y en comunidades se habían desvanecido en el retrovisor. La costumbre de las mujeres ya le había cesado (Gn 18:11). Débil y frágil, a ella le quedaban algunos días y meses; yo tendría años y décadas por delante. Su sol se estaba poniendo; el mío subiendo ¿Cómo podría su vida restante superar la mía? Y aún así, en un destello de gloria, Josué golpea a los opresores, buscando sustituir su vida por la de ella. Muerte honorable ¿Puede reconocer estos cálculos en una escala menor? Hoy, ¿somos personas conocidas por honrar a nuestros ancianos con nuestro tiempo, recursos y atención? ¿O no sucede si un amigo acompaña proverbialmente a una anciana al otro lado de la calle, inmediatamente preguntaríamos: “¿Quién es ella para ti?»? Lo juvenil, lo innovador, lo hermoso, las sensaciones de YouTube, las celebridades y los atletas profesionales reciben nuestra admiración. No los débiles, los desgastados, a los que les dificulta escuchar, ver y caminar. ¿Acaso no es verdad que los ancianos la mayoría del tiempo viven lejos de nuestra atención, tildados como los que estorban, al tratar de enviar un mensaje de texto? A los jóvenes rara vez se les enseña a honrar a abuela y abuelo, y mucho menos a los ancianos en general. La escena de esta anciana bajo peligro se acerca más a las expectativas eternas de Dios que a nuestras suposiciones actuales. El verdadero Moisés pronto escribiría la ley que dice:  “Delante de las canas te pondrás en pie; honrarás al anciano, y a tu Dios temerás. Yo soy el Señor” (Lv 19:32). Los ancianos de Israel merecían un respeto y un cuidado especiales.¿Por qué no nos ponemos en pie ante el anciano que está en medio nuestro? ¿Por qué se rinde tan poco honor al curtido rostro de una anciana? ¿Por qué tan poco temor de Dios? De las muchas posibles respuestas, presento dos, son situaciones que me han llevado a prestarles menos atención a los ancianos.

  1. La era de la información En el transcurso del tiempo, los ancianos han servido como sabios de la comunidad. Ellos han experimentado y han vivido, han perdido y aprendido lecciones que faltan entre los pensamientos e ideales inexpertos de los jóvenes.

Entonces Job dijo: “En los ancianos está la sabiduría, y en largura de días el entendimiento” (Job 12:12). Entonces Eliú explicó su deferencia al decir: “Yo pensé que los días hablarían, y los muchos años enseñarían sabiduría” (Job 32:7). Y, también, Pablo exhorta a las ancianas a que “enseñen lo bueno, para que puedan instruir a las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos, a que sean prudentes, puras, hacendosas en el hogar, amables, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada” (Tit 2:3-5). Generalmente, los ancianos no solo deben ser los más sabios entre nosotros, sino también deben ser considerados como tales. Pero ¿cómo podemos comparar a abuelo y abuela con el gran sabio Google? ¿Qué podrán decirme ellos que una búsqueda breve no me diga? Experiencia en cualquier tema bajo el sol está al alcance de mis dedos. ¿Qué beneficio podrá tener un jefe viejo que ve la vida a través de sus lentes anticuados y limitados; en comparación a un millón de sabios con títulos avanzados, que anticipan las próximas tendencias y ofrecen consejos insomnes sobre cualquier cosa que me interese saber? Jesús enseñó que aquellos cristianos que pierden familiares por su causa reciben en cambio cien veces más en la iglesia. Tendemos a creer que si ignoramos la sabiduría de un anciano, recibiremos un millón de veces más en Internet.

  1. La era cosmética

A nuestra sociedad no les gusta prestar atención a la muerte. Nuestros funerales son cortos; nuestro lamento breve. Cuando los signos del fin se aproximan, los tapamos. Nos teñimos nuestro cabello. Nos colocamos dientes postizos. Nos estiramos las arrugas y usamos liposucción. Seguimos dietas, nos maquillamos y nos enblanquecemos los dientes para preservar la apariencia de que viviremos para siempre. Mientras vivimos, nos embalsamamos. Todos padecemos las flaquezas que la vejez trae consigo. Salomón, en Eclesiastés 12:1-8, en términos poéticos; captura los ‘’días malos’’ al envejecer. Estos días son los que uno dice, ‘’no tengo en ellos placer’’ (v 1). Días cuando el sol, la luna y las estrellas oscurecen y densas nubes viven sobre ti (v 2). Días cuando las manos y los brazos temblequean fuertemente, hombres fuertes se encorvan, y las muelas —tus dientes— se debilitan porque son escasos (v 3). Días viviendo para interiores con sueño liviano y poca audición (v 4). Días de pánico a las alturas, de pelo gris y leve apetito (v 5). Días en que el cuenco de oro empieza a resquebrajarse, la cuerda de plata empieza a deshilacharse, y el cuerpo se prepara para volver al polvo y el espíritu a Dios (vv 6-7). Vanidad de vanidades, así concluye el predicador (v 8).  Entonces, ¿qué vamos a hacer con estos barcos desgastados con mástiles desalineados que navegan entre nosotros, estos recordatorios del choque entre el tiempo y el pecado que nos pega a todos? ¿Honrarlos o ignorarlos? ¿Ves la gloria en sus rostros desgastados o nuestra propia derrota irreversible? En los salones de honor, no poseemos flores muertas. Testimonios y coronas plateadas Nuestro Dios nos haría pararnos delante del canoso y honrar al rostro anciano. ¿Qué puede enseñarnos un mayor de edad? (una pregunta escasa de humildad). Bueno, mientras cualquier anciano puede hablarte de las heridas y triunfos de la experiencia humana, los santos mayores en la iglesia pueden contarte sobre la fidelidad, la bondad y el amor inagotable de Dios durante toda su vida. Siri no responderá cuán bueno ha sido Dios para ella. Google no puede testificar que aún en edad avanzada, Dios lo ha sostenido a través de incontables pruebas (Is 46:4). El santo con un rostro y Biblia arrugados es un tesoro para todos aquellos que aman a Dios y que quieren conocerlo más. Los santos ‘’vigorosos y muy verdes’’ necesitan escuchar el testimonio y sabiduría del santo anciano (Sal 92:12-15). David quería envejecer por este mismo propósito: ‘’Y aun en la vejez y las canas, no me desampares, oh Dios, Hasta que anuncie Tu poder a esta generación, Tu poderío a todos los que han de venir’’ (Sal 71:18). ‘’El cabello canoso corona una vida anciana y bien vivida, una vida que debería ser celebrada, no ignorada’’. ¿Y qué hacemos con los desafíos al convertirnos frágiles? ¿Cómo honramos eso? La Biblia también habla del esplendor en la plenitud de los días. ‘’La gloria de los jóvenes es su fuerza, y la honra de los ancianos, sus canas’’ (Pro 20:29). Vemos la gloria, pero no vemos el esplendor. Además, ‘’la cabeza canosa es corona de gloria, y se encuentra en el camino de la justicia’’ (Pro 16:31). ‘’El cabello canoso corona una vida anciana y bien vivida, una vida que debería ser celebrada, no ignorada’’. Nos perdemos mucha de la sabiduría y de la gloria de la edad avanzada cuando los ancianos viven apartados de nosotros. En los tiempos antiguos no había hogares de ancianos administrados por el gobierno, programas de seguridad social o centros de retiro. Estos tres juntos apuntan hacia un lugar: el hogar. Ya que la vida multigeneracional ahora es casi una cosa del pasado en Occidente, elegimos si queremos o no ver a nuestros familiares ancianos, provocando así poca influencia en nuestras vidas. Y sin una representación multigeneracional, de igual forma, podemos perder esto en la iglesia. Mensaje perdido Por supuesto, muchos ancianos no han vivido su vida bien o con sabiduría. Aún así, John Piper observa: “Hay muestras de respeto y demostraciones de honor que le corresponden a personas mayores, simplemente porque son mayores. Dios le ha permitido vivir mucho tiempo, y debes temer a tu Dios al honrar a hombres y mujeres que han portado la imagen de Dios hasta la vejez”. El temor de Dios está por encima de este honor. Piper de vuelta comenta sobre el salmos 71: “Este texto manda a los más jóvenes entre nosotros a no marchar orgullosamente en la presencia de un mayor como si no hubiese ninguna brecha, como si fuéramos simples compañeros sin ningún respeto especial ni honor para mostrarles”. “Delante de las canas te levantarás; honrarás el rostro de un anciano”. La pérdida de estos modales de respeto de parte de los baby boomers (aquellos nacidos en época de un boom de natalidad) y adolescentes está estrechamente relacionado con su baja visión de Dios y la idea contemporánea del temor de Dios. Si Dios se ha vuelto como un amiguito, no esperes que la gente se ponga de pie cuando un hombre anciano entre a una habitación. “Los santos mayores en la iglesia pueden contarte sobre la fidelidad, la bondad y el amor inagotable de Dios durante toda su vida”. Algunos ancianos entre nosotros pierden grados de honor debido a cómo vivieron. Aún así, la vejez ha de ser honrada. Tomamos las costumbres de nuestra cultura y les comunicamos a nuestros mayores: “Eres honorable”.  Honra al rostro anciano Los avances tecnológicos, los hogares de ancianos estatales, la adoración hacia lo innovador y el progreso, y el individualismo occidental puede hacer que mostrarles un honor especial a los ancianos sea antinatural. La sociedad no incentiva a mi generación en lo más mínimo a buscar sabiduría en los canosos o a mostrarles honra y respeto. Lo viejo está pasando; lo nuevo ha llegado. Sin embargo, mientras hacemos una mueca al anciano que tiene dificultad al usar su iPhone, o sacudimos la cabeza con una anciana que maneja 30 kilómetros por debajo del límite, Dios nos llama a honrarlos. Mientras examinamos las canas y los rostros arrugados por lo que creemos que contribuyen al progreso de la sociedad, Dios puede hacer que nos pongamos de pie cuando entren en la habitación. ¿Honras al canoso en tu familia, vecindario e iglesia? Cuando el mundo observa nuestro comportamiento alrededor de los ancianos  —especialmente a los ancianos en la iglesia— y se pregunten, ¿quién es ella para ti?’’. En el temor del Señor, responde: “una mujer anciana’’. Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.

Greg Morse

Greg Morse es escritor del personal de desiringGod.org y se graduó de Bethlehem College & Seminary. Él y su esposa, Abigail, viven en St. Paul.

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