El dominio propio en tu trabajo

No solo en la iglesia local tenemos que poner en práctica nuestro dominio propio: una buena parte de nuestro día lo pasamos trabajando.
|
|

No solo en la iglesia local tenemos que poner en práctica nuestro dominio propio: una buena parte de nuestro día lo pasamos trabajando. Desde la creación perfecta en el huerto del Edén el Señor dio al ser humano la responsabilidad de trabajar, labor que después de la caída se vio afectada por la maldición del pecado. Esto implica que, a diario, nuestro trabajo se verá afectado por nuestros pecados o el pecado de otros. Y en la interacción con pecadores, el dominio propio suele ser una piedra en el zapato. En virtud de lo anterior, en este artículo pretendo utilizar algunos principios aplicándolos al entorno laboral y exponiendo algunos detalles de cómo mi propia falta de dominio propio ha afectado mis relaciones de trabajo.

Relacionándonos con nuestros jefes

Solemos quejarnos de nuestros jefes porque a nuestros ojos son malos, nunca se preocupan por nuestras necesidades y, por ende, nos «explotan». Pero esta valoración suele ser injusta cuando la hacemos nosotros, los cristianos. ¿Por qué digo esto? Como creyentes entendemos que cada ser humano nace con una naturaleza pecaminosa, la que lo lleva a actuar de formas contrarias a las que Dios ha mandado. Entonces no podemos esperar que nuestros jefes sean «blancas palomitas» o «moneditas de oro», honrando y agradando a todos. Considerando todo lo anterior, sabemos que poseemos los elementos perfectos para que ante nuestros jefes fallemos en tener dominio propio. Piénsalo: el pecado de ellos sumado al nuestro es la fórmula perfecta para el desastre. Al mismo tiempo, debemos tener presente que el Señor nos llama a honrar a nuestros jefes en todo tiempo: «Siervos, obedezcan a sus amos en la tierra, con temor y temblor, con la sinceridad de su corazón, como a Cristo» (Ef. 6:5; cp. Col. 3:22; 1 Ti. 6:1). Así que, siempre y cuando, nuestros jefes no nos lleven a actuar de maneras que deshonren al Señor, es nuestro deber cristiano obedecerlos, sin importar si estos son buenos o malos con nosotros. Pero cuando estos sean malos, podemos y debemos aplicar la misma oración que se nos manda hacer por nuestros gobernantes, a fin de vivir en paz: Exhorto, pues, ante todo que se hagan plegarias, oraciones, peticiones y acciones de gracias por todos los hombres, por los reyes y por todos los que están en autoridad, para que podamos vivir una vida tranquila y sosegada con toda piedad y dignidad (1 Ti. 2:1-2).

Relacionándonos con nuestros subordinados

Pero la responsabilidad de tener dominio propio no es solo ante tu jefe; si el Señor te ha puesto en autoridad, debes asegurarte también de que agradas al Señor teniendo dominio propio sobre aquellos que Él ha puesto bajo tu cargo. Desde el inicio de mi vida laboral, a excepción de 2 años, he estado en puestos de liderazgo. He ocupado jefaturas, subgerencias y gerencias con diferentes equipos de trabajo, teniendo desde 4 hasta más de 50 personas a mi cargo. Algo que he tenido claro desde el principio es que mi trabajo sería el resultado del esfuerzo de mi equipo, así que he dependido de ellos para que mis responsabilidades se cumplan. Depender de otros no siempre es fácil ya que, en nuestro egoísmo, nos suele molestar que las acciones de los demás sean las que determinen nuestro éxito o fracaso. Entonces, al necesitar de otros, es sumamente fácil que nuestro dominio propio suela perderse. Es allí donde el mal humor, las palabras subidas de tono, las frases hirientes y demás se hacen presentes en nuestras relaciones con el equipo de trabajo que se nos ha confiado. De este modo, la confianza que la institución para la que laboramos nos ha dado se comienza a perder. Si este es el caso, no solamente fallamos con nuestro empleador, sino que también fallamos con el Señor: «Amos, traten con justicia y equidad a sus siervos, sabiendo que ustedes también tienen un Señor en el cielo» (Col. 4:1). Como jefes o personas en autoridad, Dios demanda de nosotros que tratemos con justicia y bondad a aquellas personas que laboralmente dependen de nosotros, ya que esta es la forma como Dios trata con nosotros. ¿Te imaginas que Dios, como tu Señor, perdiera el dominio propio cada vez que no sigues Su ritmo? ¡Sería terrible!

Relacionándonos con nuestros compañeros

Habiendo reflexionado en el hecho que es posible perder el dominio propio con los jefes y subordinados, es oportuno que consideremos ahora las relaciones con nuestros compañeros de trabajo. ¿Por qué es importante el dominio propio también en esta relación o en esta área? Para cumplir lo que el Señor nos ha mandado como sus hijos. Veamos algunos versículos que nos ayudan a traer luz sobre este punto: Hagan todas las cosas sin murmuraciones ni discusiones, para que sean irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación torcida y perversa, en medio de la cual ustedes resplandecen como luminares en el mundo, sosteniendo firmemente la palabra de vida, a fin de que yo tenga motivo para gloriarme en el día de Cristo, ya que no habré corrido en vano ni habré trabajado en vano (Flp. 2:14-16, énfasis añadido). Este versículo nos deja contra la pared: debemos ser luminares en un mundo que celebra cada vez más y más el no respetar a otros y a pasar por encima de cualquiera con tal de lograr el éxito. Como hijos de Dios, no podemos hacer esto con nadie, incluyendo nuestros compañeros de trabajo. También, la Escritura nos manda a «and[ar] sabiamente para con los de afuera, aprovechando bien el tiempo» (Col. 4:5). El punto es que los tiempos son malos; por lo tanto, debemos aprovechar cada instante, de modo que nuestro andar con nuestros compañeros de trabajo sea sabio. Si fallamos en tener dominio propio, el nombre del Señor será tenido en poco entre nuestros compañeros de trabajo. Serviremos como piedra de tropiezo, y no podremos ser utilizados por el Espíritu Santo para traer a salvación a alguien en nuestra oficina. Seamos luz y no demos oportunidad a que Cristo sea deshonrado. Vivamos para Dios en todo tiempo, sabiendo que el Señor se agrada en ello.

Dominio propio al desear pertenecer

En mi primer empleo, con 22 años recién cumplidos, llegué a un entorno laboral que me resultaba emocionante, pues veía cómo aquellos que tenían más tiempo en el trabajo manejaban el día a día: tomaban decisiones importantes, hablaban usando términos que hasta ese momento solo había visto en libros, resolvían problemas, eran pacificadores en conflictos, etc. Al ser nuevo, no solo en la oficina, también en la vida laboral, comencé a hacer cosas a fin de ser aceptado por la «manada». Eso me llevó en su momento a estar envuelto en conversaciones que dañaron a otras personas, incluso lastimé a individuos por quienes sentía un especial afecto. Eso fue hace mucho tiempo, y aún hay consecuencias dolorosas y vergonzosas de mi actuar. Debemos recordar que el Señor nos hizo como seres que viven en comunidad, seres que son parte de algo más grande que la propia individualidad. Y, claro está, en nuestros trabajos —sin importar cual sea—, tendremos que interactuar de una u otra manera con personas. En esta interacción, todo será más fácil si nos sentimos parte del grupo. Pero como yo mismo lo experimenté, al intentar ser parte podemos abrir puertas al pecado, en donde dañaremos el nombre de Cristo, la Iglesia, nuestra familia, compañeros de trabajo y a nosotros mismos. ¿Significa esto que debemos aislarnos de los compañeros de trabajo y no compartir con ellos? De ningún modo. Lo que significa es que debemos trazar líneas claras a fin de cumplir el llamado del Señor a una vida piadosa. Debemos asegurarnos de tomar decisiones y acciones que ayuden a no cruzar esas líneas divisorias. Créeme, abrir la puerta al pecado para pertenecer a un equipo de trabajo, dañará demasiados corazones y, «no se dejen engañar: “Las malas compañías corrompen las buenas costumbres”» (1 Co. 15:33). Yo aún pido a Dios que me conceda una oportunidad para pedirle perdón a las personas que dañé con mi hablar pecaminoso a los 22 años.

Conclusión

Somos llamados a tener dominio propio, pues eso enaltece el nombre de Cristo. Pero sin duda, nuestros trabajos son un lugar propicio para faltar a este mandato. Sin embargo, el hecho que un sitio nos ayude a exponer nuestro pecado no es una justificación para cometerlo. Esto debe servirnos de alerta para depender más del Señor y vivir aferrados a su Palabra.

Rudy Ordoñez

Rudy Ordoñez, sirve en la Iglesia Presbiteriana Gracia Soberana, en Tegucigalpa, Honduras. Director Editorial en Volvamos al Evangelio. Editor y traductor en diversos proyectos. Apasionado de la iglesia local. Le gusta leer mucho y escribir un poco de todo. Casado con Ehiby y papá de Benjamín y Abigail.

Artículos por categoría

Artículos relacionados

Artículos por autor

Artículos del mismo autor

Artículos recientes

Te recomendamos estos artículos

Siempre en contacto

Recursos en tu correo electrónico

¿Quieres recibir todo el contenido de Volvamos al evangelio en tu correo electrónico y enterarte de los proyectos en los que estamos trabajando?

.