Cuando tu esposo, que es pastor, mira pornografía

Carrie Kell ¿Tu esposo acaba de confesarte que ha estado mirando pornografía? Tal vez, peor aún, ¿lo sorprendiste en pleno acto? ¿Sientes enojo? ¿Tristeza? ¿Rechazo? ¿Indignación? ¿Asco? ¿O tal vez lo encontraste tantas veces haciéndolo que te sientes abatida y ya no te importa? Hermana, no estás sola. El aguijonazo de la pornografía ha afectado a muchos matrimonios. El camino a seguir puede ser confuso y desmoralizador. Pero hay esperanza. Aquí les escribo, principalmente, a las esposas de pastores, pero mucho de lo que voy a decir se aplica a cualquier esposa que se encuentre en esta situación. Con el fin de contarte una pequeña parte de mi experiencia, mi esposo —quien también es mi pastor— tuvo antecedentes con el pecado de la lujuria, el cual ha incluido una larga historia de pornografía. Incluso cuando era un joven pastor, mantenía su pecado en secreto. En nuestra segunda cita, él me compartió toda su historia con este pecado, de modo que yo pudiera escaparme rápidamente, si fuera necesario. Pero me quedé con él, a sabiendas de que probablemente sería una lucha que deberíamos enfrentar juntos por el resto de nuestras vidas. Aquí no te voy a dar algunos pasos para lidiar con el problema de tu cónyuge con la pornografía puesto que no podrás transitar este valle con unos consejos breves. Mi intención es compartir cinco verdades que me han ayudado a mantener mis ojos en Jesús mientras camino por esta senda, con la esperanza de que tú también vuelvas a refrescarte con la sorprendente gracia de Dios para nosotras en Su Hijo.

El cuerpo de Cristo es un regalo

¿Cómo seguimos adelante con mi esposo? ¿Podemos reconstruir la confianza? ¿Cómo puedo hacer para no pecar en mi enojo? Estas son preguntas reales. No trates de descubrir las respuestas por ti misma. Necesitas tener personas a tu alrededor, y Dios ha provisto Su ayuda en tu iglesia local. Primero, apóyate en tus hermanas. Como esposa del pastor puedes sentirte sola, especialmente cuando se trata de hablar sobre problemas que estás enfrentando con tu esposo. Pero necesitas una o dos hermanas piadosas en quienes puedas confiar. Es necesario que ellas sean espiritualmente maduras, que crean profundamente en el evangelio, que tomen el pecado con seriedad y más aún, que tomen la gracia con mayor seriedad. ¿Hay alguna otra esposa de pastor que sea piadosa y humilde? ¿Hay alguna otra santa que sea mayor y que pueda escucharte y darte consejos sabios? ¿O tal vez, alguna amiga madura en otra iglesia? Pídele a Dios en oración que te conceda una buena amiga en quien puedas confiar. Segundo, ve con tu esposo a hablar con los ancianos. Si tu esposo está arrepentido y desea recibir ayuda, debes traer su pecado delante de los demás ancianos de la iglesia. Ellos aman a tu esposo y también a ti. Dios los ha llamado a cuidar de sus almas, y aunque ellos no lo hagan a la perfección, Dios los usará para que sepan cuál es el camino a seguir. Debes darte cuenta de que tu esposo necesita ayuda de sus líderes compañeros para discernir si él ha quedado descalificado del ministerio y si acaso, debe dejar su posición. Esto puede sonar aterrador, pero a la larga, será para el bien de tu matrimonio y de la iglesia, aun cuando esto implique un costo a corto plazo. También, lee los otros artículos de esta Revista para obtener más ayuda en cuanto a la pregunta de si la pornografía descalifica a un hombre del pastorado. Tercero, acude a los ancianos si él oculta su pecado. Esto puede resultar muy duro, pero si tu esposo no toma en serio su pecado y no está dispuesto a venir contigo a los ancianos, entonces acude a ellos tú misma. No lo estarás traicionando. De hecho, él necesita que seas valiente para él. Él es quien está traicionando a Cristo, a su matrimonio, a la iglesia y a sí mismo. Tal vez esta sea una de las cosas más difíciles que hagas, pero es lo que tu esposo más necesita. El artículo de Andy Naselli en esta Revista puede servirte de ayuda, pues trata de los pastores con la conciencia cauterizada.

La santidad de Dios es la explicación de tu dolor

El asco y la confusión que sientes por el pecado de tu esposo son correctos. Nuestro Dios es santo, y Su ley afirma que Él aborrece el pecado de tu esposo—incluso, mucho más que tú. La fidelidad de Dios se opone a la mirada errante de tu esposo (Ex. 20:14; Lm. 3:23; Mt. 5:27-30; Ro. 3:3). Su corazón se ha desviado en infidelidad, ha traicionado tu confianza y su pecado es injusto. Por ello, Dios está contigo en tu justa ira por él y su pecado. Hermana, no estás sola en esta situación porque Dios está contigo. Él también se opone al pecado de tu esposo. Este consuelo te da la valentía para ponerte de pie y ayudarlo a arrepentirse de su pecado. También te sirve como advertencia en cuanto a las formas en que puedes estar tentada en este tiempo de vulnerabilidad (Gá. 6:1-2). Dios te dice: «Airaos pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, y no deis lugar al diablo» (Ef. 4:26-27). Es bueno y correcto que estés enojada, pero solo Dios sabe cómo hacer justicia (Ro. 13:17-20). Es por eso que debemos llevar a Jesús nuestro enojo y el pecado de nuestro esposo y verlos a la luz de Su evangelio.

El evangelio te dará la fortaleza

Oí decir que jamás nos graduamos de la necesidad del evangelio. Enfrentar esta prueba nos recuerda esta verdad. Cuando alguien peca contra ti de esta manera, necesitas el evangelio para ti misma. A pesar de que es cierto que la sangre de Jesús cubre todos nuestros pecados, también es cierto que algunos pecados parecen afectarnos de maneras más extremas que otros. La pornografía es uno de ellos, pues da la sensación de que es un ataque directo al cónyuge. Es probable que te sientas devastada y sucia. Es posible que te sientas rechazada y te preguntes si acaso es tu culpa. En medio de todo esto, necesitas el regalo del evangelio para fortalecerte. Aférrate a la buena noticia de que Jesús entra en nuestro propio sufrimiento. Él tiene compasión de nuestro espíritu hecho trizas, y Él ha sufrido para que le pertenecieras. Aunque te sientas rechazada, en Cristo eres amada y aceptada, y Él promete que jamás te dejará ni te desamparará. Si el pecado de tu esposo se conoce públicamente, es posible que sientas el peso de las miradas sobre ti. La vergüenza tiene una forma de aferrarse a cualquiera que tenga cerca, y ¿quién está más cerca de tu esposo que tú? Pero, sorprendentemente, el mismísimo Santo se acercó para tocar a los pecadores y absorber nuestra vergüenza. A medida que tu esposo se arrepiente y lucha contra su pecado, los dos podrán estar seguros de que Jesús no sólo pagó la culpa por el pecado de tu esposo, sino que también cubre su vergüenza y la tuya por asociación. Extenderle el perdón a tu esposo y caminar con él en el perdón que Dios le ha concedido los une más a Jesús. Otorgar el perdón es un camino por el cual Él anduvo primero, y unirse a Él de esta manera única les brindará un gozo que les mantendrá a flote en medio de las oleadas de dolor por causa de la pornografía. Necesitarás la fortaleza—no solo para ti misma, sino también para recordarle el evangelio a tu esposo. Esto no quiere decir que no puedes dolerte por el pecado de tu esposo. Está bien llorar por la manera en que su pecado te ha lastimado, pero también está bien recurrir a la gracia de Dios para ayudar a tu esposo. Él necesita saber que la gracia de Dios cubre su culpa (Ro. 3:19-26). Él necesita recordar que sus transgresiones fueron clavadas en la cruz (Col. 2:13-15). Mostrar el amor y hablarle la verdad del evangelio a tu esposo después de que él ha pecado contra ti será terriblemente difícil. Aunque algunas de nosotras podamos compartir sus luchas, muchas no podremos comprender que nuestros maridos encuentren placer en ver pornografía. Las Escrituras, sin embargo, nos recuerdan que la tentación es común a todos nosotros, y esta es simplemente la forma que toma su pecado (1 Co. 10:13). Aunque la lucha de mi esposo con la lujuria pueda verse diferente de mi propia lucha con el pecado, el evangelio me recuerda lo mucho que ambos necesitamos a Jesús. Hermana, sé que estás dolida; pero recuerda cuán compasivo ha sido el Señor contigo, y pídele que te ayude a tener compasión de tu esposo. Si en verdad deseas ayudarle a caminar con el Señor y a crecer en santidad, entonces la compasión será tu mayor necesidad. Ora a Dios que te conceda una tristeza piadosa, no solo por la forma en que su pecado te afecta a ti, sino también por la forma en que el pecado entristece a Dios. El evangelio te fortalece para que ambos corran al trono de la gracia en el tiempo de necesidad (He. 4:14-16).

El matrimonio es para la gloria de Dios

Dios ha diseñado el matrimonio como un hermoso retrato de Su gloria. Los esposos deben amar a sus esposas como Cristo ama a Su iglesia, y las esposas se someten a sus esposos como al Señor (Ef. 5:22-33). El pecado no cambia eso. Hermanas, no distorsionemos las cosas y no pensemos que debido al hecho de que han pecado contra nosotras en el matrimonio, nosotras tenemos el derecho de hacer del matrimonio algo más. No quiero ser insensible al decir esto, pero cuando estamos dolidas, podemos ser tentadas a sentirnos con ese derecho. Pero el matrimonio es de Dios y para Dios, y sólo Él puede declarar lo que es. Saber y creer esto en cuanto al matrimonio cambia nuestra manera de responder cuando nuestro cónyuge le da cabida al pecado a nuestras vidas. Tu pacto matrimonial tiene la intención de llevarte a Dios y te recuerda que tu respuesta, tus palabras y tus actos para con tu esposo sí importan porque dicen algo acerca de Dios. A medida que te aferras a Jesús por fe, y respondes a tu esposo por fe, Dios obra poderosamente para santificarte y hacerte más como Jesús. En este sentido, Dios puede usar el pecado que tanto te ha lastimado para bien, pues los llevará a ti y a tu cónyuge a estar más cerca de Jesús. El Espíritu Santo traerá a la mente estas verdades y evitará que abandones tu compromiso y te rindas completamente cuando el pecado enrede tu matrimonio. El Señor ha usado nuestro matrimonio, con todas sus imperfecciones y el pecado que todavía se muestra en nuestras vidas, para moldearnos a mi esposo y a mí a la imagen de Cristo. Él todavía lucha con la lujuria, y yo todavía no lo puedo entender, pero ambos hemos crecido muchísimo. Por eso, cuando te sientas sacudida de un lado a otro, mira a Jesús como tu novio fiel y recuerda que tu respuesta a tu esposo es también tu respuesta a Él. Apóyate en Su fuerza—y al hacerlo, traerás más gloria a Dios aún en medio de tu dolor.

Las Escrituras son tu salvavidas

Si descubres el pecado de tu esposo, sentirás como si te estuvieras hundiendo. En esos momentos, la Palabra de Dios es tu salvavidas. Es posible que estés muy enojada o te sientas demasiado ansiosa como para leerla. Es posible que estés muy abrumada por tus emociones, pero Dios te ha dado Su Palabra. Por medio de Su Palabra, Él te habla en medio de tu dolor como lo hizo con Agar en el desierto (Gn. 21:17). Por medio de Su Palabra, Él se acerca a ti como lo hizo Jesús con la mujer cuyo problema era el flujo de sangre; y él le dijo: «Hija, tu fe te ha hecho salva; ve en paz, y queda sana de tu azote» (Mr. 5:27-34). Las Escrituras están llenas de relatos en los que Dios cuidaba misericordiosamente de Su pueblo que sufría. Él nos asegura que «las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza» (Ro. 15:4). Su Palabra nos pone cara a cara con nuestro propio pecado y nos suple la gracia para perdonar a quienes han pecado contra nosotras (Mt. 18). Allí es donde encontramos nuestra ayuda en tiempos de necesidad (He. 4:14-16), consuelo en nuestras aflicciones (2 Co. 1:3-5), y la promesa certera de que Su gloria eclipsará nuestros sufrimientos (Ro. 8:18). Hermana, no te apoyes en tu propio entendimiento en este tiempo de prueba, sino confía en el Señor con todo tu corazón al oír Su Palabra. Él te mostrará el camino (Pr. 3:5-6). Recientemente, nuestra iglesia ha estado estudiando el hermoso pasaje de Lucas 15 acerca del hijo pródigo. Mi corazón volvió a refrescarse por medio de la instrucción, ya que creo que generalmente nos asociamos con uno de los dos hijos. Pero esta vez, la hermosura del corazón del Padre me trajo convicción. Él, gozosamente, volvió a recibir a su hijo que había pecado contra él de muchas maneras. Corrió hacia su hijo. No lo reprendió. No le echó en cara sus ofensas. Lo abrazó. Lo besó. Lo vistió con ropa limpia y se regocijó por él. Naturalmente, mi corazón reacciona de una forma tan diferente para con los que pecan contra mí, incluyendo a mi esposo, y especialmente cuando se trata de algo íntimo como la lujuria pecaminosa. Pero las Escrituras me llaman a mirar a Dios y a buscarle en oración. Por medio de la oración y de Su Palabra, Dios me recuerda el peso de mis propios pecados y el maravilloso sacrificio de Cristo. La compasión de Dios para con los pecadores me recuerda cuánto nos ama a mi esposo y a mí. Y me da paz el saber que Él no nos ha traído hacia Sí mismo para hacernos daño. Su Palabra me ayuda a mantener mis ojos en Jesús, y sé que te ayudará a hacer lo mismo. Él es fiel, y te ayudará a dar cada paso que tienes por delante.


Carrie Kell vive en Alexandria, Virginia, Estados Unidos y es miembro de Del Ray Baptist Church, donde su esposo Garrett sirve como pastor. Traducido por Natalia Armando

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