La etapa juvenil es emocionante. Aquí se toman los primeros pasos de independencia y se mira hacia el futuro con grandes expectativas. Pero también puede ser un tiempo tumultuoso, pues se enfrentan cambios físicos y cognoscitivos que, a su vez, producen emociones fluctuantes. Hay estrés al enfrentar decisiones relacionadas con los estudios universitarios, los anhelos de matrimonio y la vocación.
Los que ministran a los jóvenes tienen el privilegio de impactarles en un momento crítico de sus vidas. Por eso, es fundamental que estos líderes comprendan claramente la etapa que están atravesando y sepan cómo servir a sus necesidades. Así, quiero hablar brevemente de algunos aspectos clave del desarrollo de los jóvenes, para luego abordar algunas sugerencias para la enseñanza.
Entendiendo a los jóvenes
Los jóvenes, atraviesan más cambios en su desarrollo que en cualquier otra etapa de la vida, con la única excepción de la infancia. Uno de estos cambios, que tiene un profundo impacto, es su modo de pensar. A diferencia de los niños, que ven el mundo de manera concreta, los jóvenes están desarrollando la capacidad para el pensamiento abstracto, lo que les abre las puertas a un universo de ideas. La reflexión se convierte en una parte real de su vida. Esta habilidad se manifiesta cuando comienzan a analizar (¡y en ocasiones a cuestionar!) las afirmaciones de las autoridades en sus vidas.
Otra realidad significativa es el comienzo del proceso de independización de los padres, un paso crucial hacia la adultez, pero no exento de riesgos. Las figuras de autoridad tradicionales, tales como padres y maestros, empiezan a ver mermada su influencia en la vida de los jóvenes. En este punto, la cultura y los amigos ejercen un impacto cada vez mayor en las decisiones. Es entonces cuando el joven debe determinar si adoptará como propia la fe transmitida por sus padres y su comunidad eclesiástica.
Cada etapa de vida conlleva sus propios desafíos. Los adolescentes de 11 a 18 años deben forjar su propia identidad para responder a interrogantes fundamentales como: “¿Quién soy?” y “¿Cuál es mi propósito en el mundo?”. El mundo los presiona para que su esencia sea definida por los estándares de la cultura. Además, los jóvenes de 19 a 35 años enfrentan el desafío de adoptar las obligaciones de la vida adulta, como convertirse en cónyuges y padres, y ganarse la vida trabajando. Estas son realidades que marcarán el resto de sus vidas.
Los jóvenes, confrontados con los atractivos del mundo y las exigencias de la madurez, requieren el apoyo de la iglesia para permanecer centrados en Dios y Su Palabra. De lo contrario, pueden desviarse en su camino espiritual.
Enseñando a los jóvenes
Enseñar implica responder a dos cuestiones clave: qué enseñar y cómo hacerlo. Abordemos cada una de ellas.
¿Qué enseñar?
Abordar esta primera interrogante implica considerar su recién adquirida capacidad de reflexión abstracta. Este talento les incita a explorar preguntas como: “¿De qué manera podemos saber que Dios existe?” y “¿Por qué se describe a Dios como un ser de amor en un universo plagado de maldad?”. Resulta crucial que sus maestros les guíen hacia una comprensión bíblica de estos temas esenciales, evitando que las filosofías del mundo obstaculicen su relación con el Señor.
Además, los jóvenes se encuentran con situaciones en sus vidas para las cuales es esencial adoptar un enfoque bíblico. Por ejemplo, es crucial que comprendan quiénes son. Un estudio que les revele su identidad en Cristo les ayudará por el resto de sus días. Los jóvenes, que están dando sus primeros pasos hacia la adultez, se beneficiarán enormemente de lecciones relacionadas con el matrimonio, la familia y la vocación.
El objetivo de nuestra instrucción es que los jóvenes aprendan a “pensar bíblicamente” [1] cuando se enfrentan a las distintas situaciones de su vida. Esto se consigue únicamente a través de un profundo conocimiento de la Palabra de Dios. Aunque es relevante abordar temas relacionados con sus necesidades percibidas, es esencial priorizar siempre el estudio de la Biblia en su totalidad.
¿Cómo enseñar?
Una vez que hemos reflexionado en qué enseñar, es necesario considerar el cómo. Seleccionar una metodología de enseñanza acorde a la capacidad de los estudiantes es fundamental. Por ejemplo, en el caso de los niños, resulta más efectivo emplear métodos que presenten los conceptos de manera directa debido a su limitada capacidad para el pensamiento abstracto. En cambio, los jóvenes y los adultos se benefician más de un enfoque que involucre preguntas y debates en la enseñanza, aprovechando su habilidad para reflexionar. El gráfico a continuación ilustra cómo el método de enseñanza se adapta según la capacidad del estudiante.
Con los jóvenes, que están desarrollando su capacidad de pensamiento abstracto, el método de enseñanza más efectivo es el de preguntas y respuestas. Este enfoque permite que el maestro dirija la clase, a la vez que fomenta la participación activa de los oyentes en el análisis de la Palabra. Ellos valoran la posibilidad de formular sus propias interpretaciones en lugar de limitarse a escuchar las opiniones de otros sobre el tema en cuestión.
Enseñar a los jóvenes implica, además, brindarles el espacio necesario para asimilar lo que se les enseña. Esto puede representar un desafío para nosotros como maestros ya que tendemos a creer que nuestro rol se centra en proveer respuestas. No obstante, resulta ilustrativo observar cómo Jesús, en lugar de ofrecer declaraciones directas, optaba a menudo por contar una historia o parábola, invitando a sus oyentes a analizarla. Es crucial que la verdad se integre de manera efectiva en la vida de los jóvenes, siendo la reflexión un componente esencial para lograrlo.
Finalmente, es importante recordar que, en su camino hacia la independencia, los jóvenes a menudo experimentan una disminución en el respeto que tradicionalmente han sentido por sus padres y otras figuras de influencia en sus vidas. Con el tiempo, muchos recuperan dicho sentido de la autoridad. Sin embargo, durante este período, es esencial que los jóvenes encuentren individuos dignos de respeto y a quienes puedan considerar como modelos a seguir. Aquí radica el mayor desafío para los maestros de jóvenes: convertirse en un ejemplo.
¿Qué significa ser ejemplo? Que mi conducta es coherente con mis enseñanzas; que no predico una cosa mientras practico otra. No se trata de ser perfecto, sino más bien de estar dispuesto a admitir mis errores y debilidades. Tampoco significa poseer siempre las respuestas a los desafíos y adversidades de la vida cristiana, sino más bien mostrar una fe sólidamente anclada en el Dios soberano. Los modelos que los jóvenes necesitan no son personas perfectas, sino individuos que viven de manera auténtica.
Una labor fundamental
La juventud es un periodo crucial que define el rumbo del resto de la vida. Durante esta fase, los jóvenes toman decisiones que tienen un profundo impacto en su vida. Sin duda, la elección más importante es la de abrazar o rechazar el camino de la fe. Desafortunadamente, algunos optan por dejar de lado los principios heredados de sus padres y su comunidad eclesiástica. Por eso, la labor de los maestros de jóvenes es fundamental, pues los incentivan a permanecer enfocados en el Señor.
[1] Adoptado de p. 65 de Downs, Perry. Teaching for Spiritual Growth. Grand Rapids: Zondervan Publishing House. 1994.