Como maestro de la Biblia, ¿a qué das prioridad en tu enseñanza? Sin duda, hay muchos elementos a considerar en una buena lección: el contenido, los oyentes, el método, etc. Pero, en medio de todas las posibles variables, creo que hay una que no se puede pasar por alto, que impacta directamente la efectividad de tu clase. En este breve artículo, hablaré de esta “regla de oro”.
Y antes de explicarla, quiero hacer una aclaración: doy por sentado que el lector está de acuerdo con que, en el contexto de la iglesia, nuestro objetivo máximo es comunicar el mensaje de la Biblia. En otras palabras, no queremos ofrecer ideas meramente humanas, sino ayudar a otros a comprender mejor las Escrituras. Habiendo dicho eso, comencemos.
La regla de oro
¿Has notado que, al enseñar un versículo a una clase de niños, ellos aprenden mejor si incluyes ademanes a medida que explicas? O, en el contexto de la enseñanza a los adultos, ¿por qué hay más interés si involucras a tus estudiantes en una discusión en vez de solamente escucharte dando una exposición catedrática?
Estas situaciones nos ilustran la regla de oro de la enseñanza: cuanto más involucrada esté una persona en su proceso de aprendizaje, más aprenderá. Podemos resumirlo así: más participación implica más aprendizaje. Polly Cooper, en su libro Cómo guiar a los adultos, dice al respecto: “…el principio declara que el aprendizaje ocurre cuando los alumnos están involucrados activamente. Es la responsabilidad del líder el planificar para esta participación” (61).
Entonces, ¿quieres mejorar el aprendizaje de tus estudiantes? Aumenta su participación en la lección. Este principio se aplica al enseñar a niños, jóvenes y adultos.
¿Cómo promover la participación?
Aplicar la regla de oro a la enseñanza de niños significa planear una clase dinámica. Se pueden utilizar estrategias como cambios de posición entre sentados y parados, cantar, aprender versículos con el uso de ademanes, y repetir un lema que resuma la lección, entre otras. En el caso de los jóvenes y los adultos, el reto es asegurar que estén reflexionando sobre lo aprendido y no solamente escuchando pasivamente. Esto puede hacerse a través de discusiones, que los lleven a revisar lo aprendido o a aplicarlo en contextos reales.
Una de las mejores maneras de hacer pensar a los alumnos es haciendo preguntas: “¿Cuál es el principio espiritual en el pasaje que estamos estudiando?”, “¿qué significa para tu vida?”. Para responder, el estudiante tiene que reflexionar, aumentando sustancialmente su participación en la lección. Esto es fundamental para el aprendizaje, pues como nota John Milton Gregory en su libro Las siete leyes de la enseñanza: “Si el alumno no piensa por sí mismo, la enseñanza no tendrá resultados” (69).
El uso de los sentidos
Aplicar la regla de oro incluye también el uso de los sentidos en la enseñanza. Dios nos creó para recibir información a través de los sentidos, y entre más los utilicemos, mayor impacto tendrá la enseñanza en nosotros.
Por ejemplo, ¿cuál te impacta más: escuchar las noticas por radio o verlas por televisión? Sin duda, verlas por televisión, pues allí se involucra un mayor uso de los sentidos, añadiéndole la vista.
Combinar el oído con la vista aumenta cinco veces más la retención de información. En relación con esta realidad, Sanner y Harper, en su libro Explorando la educación cristiana, dan la siguiente norma: “La investigación didáctica muestra que el aprendizaje mejora cuando dos o más sentidos están involucrados en la exposición de la materia que debe ser aprendida” (213). Así, vale la pena hacer un esfuerzo por involucrar varios sentidos en la enseñanza; no solamente decir la información, sino también usar imágenes, gráficas u objetos para visualizarla.
El desafío de la preparación
En conclusión, los maestros tenemos mucho trabajo a la hora de preparar nuestras lecciones. Necesitamos preguntarnos: “¿Qué puedo hacer para aumentar la participación de mis estudiantes en la clase?”. Hacer que otro lea un pasaje bíblico, ilustrar mis ideas con imágenes o detenerme para hacer una pregunta de reflexión; al final, hay un llamado a la creatividad, buscando impulsar la participación de quienes no escuchan.
Alguna vez estuve preparando una lección para una clase de adultos y me di cuenta de que yo mismo había olvidado incluir preguntas en el desarrollo de la clase. ¡Qué fácil olvidamos! Aquella vez tuve que volver a mi preparación y modificar mi plan, pues no había aplicado la regla de oro. Te pregunto: ¿estás aplicando esta regla en tu enseñanza?
Referencias y bibliografía
Cooper, Polly. Como guiar a los adultos. Traducción por Carol A. Martinez. El Paso: Casa Bautista de Publicaciones, 1988.
Gregory, John Milton. Las siete leyes de la enseñanza. El Paso: Casa Bautista de Publicaciones, 2000.
Sanner, A. Elwood y A. F. Harper. Explorando la educación cristiana. Missouri: Casa Nazarena de Publicaciones, 1978.
Willis, Wesly, R. La enseñanza eficaz: guía práctica para mejorar su clase de escuela dominical. México, D.F.: Ediciones las Américas, 1996.