Todos hemos pasado por puntos en el viaje de la vida en el que pensamos que Dios aparentemente “se quedó dormido” o “se olvidó de nuestra realidad”. Tengo que admitirlo: He dudado muchas veces, sentido temor y pasado por momentos de falta de fe en medio de las tormentas de la vida. He experimentado el dolor, la aflicción, la necesidad económica, la muerte de mi papá y varias otras circunstancias difíciles. Quizás tú hayas pasado por pruebas y tormentas aún más fuertes o largas que las mías. En esos momentos podemos sentir temor, lo cual es un asunto de falta de fe. El temor es principalmente desconfianza en la obra, el control o la capacidad de Dios. Nadie admitiría públicamente que el Señor no es digno de confianza, pero en la práctica, con nuestra ansiedad, se lo hemos dicho muchas veces. En el relato de Marcos 4:35-41, veo tres cosas importantes que necesitamos considerar frente al temor durante las tormentas la vida:
1. Jesús les mandó cruzar el mar
En primer lugar, recordemos que Jesús toma soberanamente la iniciativa. Él ordena subir al barco y atravesar el mar de noche. No fue una casualidad, sino una causalidad. La tormenta era parte del plan en el discipulado de los doce. De igual modo, cada prueba y noche oscura en la vida ha sido ordenada por Dios. Él sabe cuándo y por dónde debemos ir. Solo nos queda subir al barco y seguir sus órdenes. No es nuestro lugar cuestionar las decisiones de Dios, sino obedecer el llamado de subir al barco e ir dónde él quiere que vayamos. Si crees que las tormentas que atraviesas se escapan del control de Dios, ¡estás equivocado! Él no comete errores. Ten confianza. Dios cumplirá Su propósito en ti.
2. Jesús sabía el final de la ruta
El pastor Warren Wiersbe escribió: “Lo único que Jesús les aseguró [a sus discípulos], es que cruzarían al otro lado del mar”. Las condiciones del viaje siempre son resultado de la decisión soberana de Dios que no conocemos con todos sus detalles. Lo que sí podemos saber con seguridad, es que Él conoce el final de la ruta. Los procesos que Él orquesta a veces incluyen métodos que no deseamos y, sin embargo, al final del camino cada proceso toma sentido y trae madurez. Debo reconocer para mi vergüenza, que no he tenido una fe tan grande y firme en medio de las tormentas. Lo que sí estoy seguro de decir, es que el amor de Dios, su fidelidad y su poder sí han sido constantes. El Yo Soy que llevó la barca al otro lado del lago, es quién conduce nuestra vida. Descansemos en el Señor.
3. Jesús sabe cómo y cuándo intervenir
Confieso que mientras mi papá sufría por el cáncer, varias veces me pregunté ¿Dios se olvidó? ¿Se durmió? ¿Acaso no le interesa intervenir ahora y ya? Así también, en la barca, los discípulos se asombran, y quizás hasta cierto punto se molestan al cuestionar a Jesús, diciendo: “¿No tienes cuidado que perecemos?” El seminario en donde sirvo al Señor, tiene un amplio currículum de clases por cuatro años. Sin embargo, es Dios quien completa el currículum que el seminario no puede enseñar. Él sabe cómo y cuándo intervenir. Él sabe el final y también el proceso. Dios no necesita nuestros consejos o sugerencias. Él, con sólo dos palabras, puso las cosas en orden y continuó el viaje propuesto. ¿Tienes temores? Descansa en el Señor. El viento cesará y se hará grande bonanza. Daremos gloria al Señor, una vez que veamos Su intervención y poder en medio de nuestra debilidad y aflicción.
Más temible que la tormenta
Para terminar esta historia, hay algo muy interesante: El relato no acaba con el final de la tormenta y el clásico “y fueron todos felices para siempre…”, sino que acaba de forma sorprendente. Después del gran milagro que el Señor realizó, los discípulos “temieron con gran temor”. Marcos hace especial énfasis en que el temor era “grande”, pero ahora no es por causa de la tormenta, sino por la presencia y el poder de Cristo. John MacArthur comenta: “La única cosa más aterradora que tener la tormenta alrededor del bote, es tener a Dios adentro de él”. Ahora hay un nuevo temor en el corazón de los discípulos. No es el temor que nace como fruto de la falta de fe y la desconfianza (Mr. 4:40). Es el temor reverente ante el rey de gloria. Hermano mío, después de cada prueba deberíamos tener un temor mayor hacia Dios. Él es más temible que la tormenta misma. Necesitamos crecer en el asombro reverente ante Su majestad y poder infinito. Este es un nuevo punto de partida en la madurez espiritual. Es el punto en el que ya no hacemos preguntas acerca de la tormenta, sino que hacemos preguntas acerca de Él. Es el punto en el que ya no nos asombran las olas, sino Su glorioso poder y presencia. Por ello, el relato termina diciendo: ¿Quién es éste? Ya no es la tormenta lo que atrapa nuestra atención, sino Él. Después de cada circunstancia difícil, espero que tus preguntas ya no sean acerca de las olas, sino preguntas y temor reverente hacia Aquel que gobierna los vientos y el mar. Que las pruebas de la vida no produzcan desánimo, sino una confianza más grande y profunda hacia Dios. Que brote un nuevo entendimiento de quién es más temible que la tormenta misma.