Tengo un recuerdo muy vivo de cuando mis padres compraron nuestra primera computadora: una torre alta y voluminosa con una pantalla muy pesada que estaba en nuestra cocina. Todavía puedo oír el pitido estático de la conexión a la red mundial. La pequeña pantalla que llevo en el bolsillo es mucho más potente y eficiente que aquel enorme ordenador. Poco nos imaginamos que nuestra capacidad para comunicarnos instantáneamente a todas las partes del mundo estaría al alcance de la mano hace tan sólo unos años. Esta capacidad tiene enormes implicaciones para los creyentes cristianos. Quizá nos venga a la mente el mandato de nuestro Señor de “ir a todo el mundo” cuando consideramos las posibilidades ilimitadas de la comunicación tecnológica. No pasó mucho tiempo antes de que las redes sociales empezaran a aparecer en la Internet. Formas de “hacerse amigo” de familiares, conocidos e incluso desconocidos. Canales a través de los cuales podíamos publicar pensamientos e ideas, recibiendo la aprobación a través de los “me gusta”, la multiplicación por medio del compartir y los comentarios variados. Como todas las personas, los creyentes se vieron inmersos en este nuevo mundo digital sin un marco, una rúbrica o un método para participar. Estábamos en aguas desconocidas. Décadas después, nuestro compromiso se parece más a las quejas, las peleas, la desunión y el tribalismo que a un ministerio edificante. Aunque esperamos compartir el evangelio, nos hemos vuelto impotentes en nuestro mensaje, permitiendo que los comentarios culturales, las observaciones de opinión y el engrandecimiento santurrón reemplacen la proclamación de las buenas nuevas. ¿Por qué? Una de las razones es que los creyentes han trazado una línea de separación entre el ministerio del evangelio y las redes sociales, tendemos a ver estas últimas, como algo diferente y separado de nuestro trabajo dentro del cuerpo colectivo de Cristo. Después de todo, ¿no es para las opiniones personales, la autopromoción, los comentarios políticos y la crítica cultural? Parece que todo el mundo ha hecho escuchar su voz.
La obra del ministerio
En Efesios 4:12, Pablo exhorta a los líderes de la iglesia a equipar de modo adecuado a los miembros del cuerpo de Cristo para la obra del ministerio. Luego aísla el objetivo de todo ministerio: “la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo” (Ef. 4:13). Todo ministerio en el que participen los creyentes —incluyendo las redes sociales— debe fomentar tres cosas 1) la unidad de la fe, 2) el conocimiento de Jesús y 3) la madurez cristiana. Pablo aclara que, sin la unidad dentro del cuerpo de Cristo, no se puede lograr una comprensión adecuada de Jesús, ni los cristianos crecerán al nivel de madurez posible. Tal vez no haya mejor lema para nuestro compromiso en los medios sociales que estos tres objetivos: unidad de la fe, conocimiento de Jesús y madurez cristiana. ¿Cuáles son algunas formas prácticas cómo los creyentes podemos participar e interactuar en las redes sociales sin obstaculizar nuestro testimonio cristiano en el proceso?
1) La participación en las redes sociales requiere que nos unamos.
Hay cincuenta y nueve declaraciones de «los unos a los otros» en el Nuevo Testamento que hablan directamente de lo que debemos «hacer» y cómo actuar hacia otra persona. Veamos ocho: «Estad en paz los unos con los otros» (Mr. 9:50). «Améis los unos a los otros» (Jn. 13:34). «Servíos los unos a los otros» (Gal. 5:13). «Perdonándoos unos a otros» (Ef. 4:32). «Amonestándoos unos a otros» (Col. 3:16). «Confortaos unos a otros» (1 Tes. 4:18). «No habléis mal los unos de los otros» (Stgo. 4:11). «Sed hospitalarios los unos para con los otros» (1 Pd. 4:9). Sólo una pequeña muestra de estas afirmaciones de «los unos a los otros» desvía nuestra atención y enfoque de nosotros mismos a los demás. Este es, pues, un concepto radical para las redes sociales: no se trata de nosotros, de nuestras opiniones, de nuestros comentarios. Los demás se convierten en la atención de nuestro ministerio. Las declaraciones «los unos a los otros» no son sugerencias para una vida exitosa, sino mandatos para una vida cristiana correcta. En otras palabras, para vivir nuestra vida cristiana de manera correcta, debemos poner a los demás por encima de nosotros mismos. El himno de los santurrones que tuitean, publican, citan y demás es «yo, yo mismo y yo». Deseamos que nuestras opiniones sean escuchadas, que nuestros puntos de vista sean considerados y que nuestros pensamientos gusten. Podríamos llegar a decir que un ministerio evangélico adecuado es una eliminación del yo. Como creyentes, estamos llamados a la negación total del yo para mantener el amor, la comunión y la paz. Al obedecer estos mandatos, los creyentes obedecen en última instancia el segundo gran mandamiento de amar al prójimo como a uno mismo (Mr. 12:31), lo que pone en evidencia el evangelio de Cristo como el poder transformador que proclamamos.
2) El compromiso con los medios sociales requiere una veracidad santificada.
Sólo existe un testimonio cristiano eficaz cuando una voz unificada declara: “Tu palabra es verdad” (Jn. 17:17). Basada en la inherente y suficiente Palabra de Dios, la sana doctrina es esencial para “poner de cabeza” y mostrar la verdad en todo lo que se publica en las redes sociales. En Juan 17, Jesús oró para que Su pueblo fuera santificado en la verdad (Jn. 17:17). “Santificar” es el término griego «hagiason», que significa hacerlos santos. Es indicativo de apartar a uno del pecado. ¿Cómo se aparta a los creyentes del pecado para hacerlos santos? Con la verdad. Jesús dice que la Palabra contiene los ingredientes adecuados para la santidad, “tu palabra es verdad” (Jn. 17:17). Por lo tanto, si la Escritura es el medio a través del cual los creyentes son hechos santos, nuestros perfiles en las redes sociales no deben ser una mezcla de creencias e ideas variadas, sino una mesa exquisitamente preparada que ofrezca la verdad bíblica —alimento que provoca el crecimiento a la imagen de Cristo—. Un perfil en las redes sociales que glorifica a Dios consiste en la verdad santificada que se muestra en cada publicación, video, interacción, retweet, y cada cita de la Palabra de Dios, y un deseo permanente de santidad.
3) La participación en las redes sociales requiere fidelidad al evangelio.
Las cuentas o perfiles en las redes sociales de los verdaderos creyentes deben estar llenas de lenguaje justificador, perdonador, salvador, santificador, de crecimiento y maduración. Un mundo que nos observa debe ver que no nos hemos alejado del evangelio, sino que dependemos de este todos los días. Desde la forma en como damos ejemplo a nuestros hijos sobre relacionarnos con los demás hasta la manera en la que formamos y modelamos el ministerio, debemos estar comprometidos con la fidelidad, la fiabilidad y los efectos transformadores del evangelio. El evangelio unifica la cultura misma de la iglesia. Si por un momento imaginamos que nuestra creatividad, espíritu empresarial, iniciativa o incluso intelecto es el impulso por el que los cristianos crecen en Cristo, nos engañamos. Necesitamos el Evangelio porque somos una comunidad de personas (Ef. 4:32). Como comunidad de fe, a veces batallamos con personas que tienen las mismas luchas pecaminosas que nosotros. Necesitamos el evangelio por nuestra comunión con Dios (1 Jn. 1:3). Desde la oración hasta la lectura de la Biblia, desde el cambio de pañales sucios hasta nuestro viaje diario al trabajo, los creyentes deben estar en constante comunión con Dios a través del evangelio. Necesitamos el evangelio a causa de nuestro enemigo común (1 Pd. 5:8). El diablo planta semillas de discordia a cada paso para perturbar y fracturar a la novia de Cristo. La verdad evangélica de Cristo es nuestra única protección contra su engaño. La fidelidad al evangelio reconoce que estamos indefensos y que Cristo es nuestra única fuente de esperanza. La fidelidad al Evangelio demuestra que lo que decimos en las redes sociales refleja la imagen de Cristo que brota de nuestros corazones.
Conclusión
Estos tres principios no se presentan como una lista exhaustiva. Sólo rozan la superficie de lo que se requiere para mantener una cuenta en las redes sociales que ame a los demás, comparta el evangelio, madure en la fe y glorifique a Dios. Así que, la próxima vez que presiones “publicar” o “enviar”, pregúntate lo siguiente: “¿Estoy fomentando la madurez, la estabilidad doctrinal, la fidelidad al evangelio, la vida discernible, el vocabulario amoroso, el crecimiento semejante a Cristo, el equipamiento de toda la Iglesia y la edificación espiritual?” Si tu respuesta es no, sería más provechoso para ti borrar tu cuenta que hacerte viral en el tribunal de la opinión humana.