Ama a la Iglesia como Cristo lo hace: descubriendo la belleza en medio de las fallas

Cristo se encarnó, vivió, murió y resucitó por Su iglesia, la cual Él ama con amor eterno e incorruptible; la cual Él ve hermosa y la recibe con gozo. Si como creyentes estamos llamados a imitar a Cristo, entonces debemos imitarlo en Su amor por Su iglesia. Al amar a la iglesia como Cristo la ama, también lo amamos a Él.
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En una época en la que se exponen públicamente tantos fracasos, errores y pecados pastorales, es fácil dejar que se enfríe nuestro afecto hacia la iglesia. A través de un lente escrutador, muchos fruncen el ceño ante la iglesia con sospecha y puro asombro de que alguien quiera formar parte de una familia aparentemente tan disfuncional. A veces, la iglesia puede parecer cualquier cosa menos hermosa.

¿Mira Jesús a la iglesia con el mismo desdén?

Eres hermosa

John Gill, pastor bautista inglés del siglo dieciocho, nos ayuda a responder a esta pregunta desviando nuestra atención de nuestra introspección hacia las palabras del novio en el Cantar de los Cantares 1:15: “Hermosa eres, amada mía; he aquí que eres hermosa”. Interpretando el Cantar de los Cantares como un retrato alegórico de un intercambio entre Cristo y su novia, la iglesia, Gill escribe: “Estas son las palabras de Cristo, elogiando la belleza de la iglesia, expresando Su gran afecto por ella; de su hermosura y belleza” (An Exposition of the Book of Solomon’s Song [Una exposición del Cantar de los Cantares de Salomón], p. 57). Jesús ve a Su esposa a través de un lente de amor, no de desdén; de belleza, no de disgusto.

¿Cómo puede ser hermosa el adjetivo que Jesús utiliza para describir a la iglesia? Después de todo, está compuesta de pecadores, pecadores perdonados, pero aún pecadores. Está plagada de divisiones, asediada por el escándalo, y a veces parece haber perdido su primer amor. Incluso el apóstol Pablo nos recuerda que solo al final de los tiempos será hallada “sin mancha ni arruga ni cosa semejante” (Ef 5:27). ¿Qué ve Jesús en Su esposa que le haga exclamar: “Eres hermosa, amor mío”?

Interpretando el Cantar de los Cantares como un retrato alegórico de un intercambio entre Cristo y su novia, la iglesia, John Gill escribe sobre Cantares 1:15 “Estas son las palabras de Cristo, elogiando la belleza de la iglesia, expresando Su gran afecto por ella; de su hermosura y belleza”. / Foto: Jhon Montaña

1. La belleza de Su Padre

La belleza de Dios se muestra de forma más radiante a través del concepto bíblico de gloria. Moisés experimentó esta gloria cuando Dios pasó junto a él, revelando solo el resplandor de Su esplendor (Ex 33:12-23). Cuando la gloria de Dios envolvió el templo, los sacerdotes no pudieron realizar su servicio de adoración (2Cr 5:14). El profeta Isaías quedó postrado en el suelo cuando presenció la gloria de Dios irradiando desde Su trono eterno (Is 6:1-5). Jonathan Edwards, pastor y teólogo del siglo dieciocho, identificó la belleza de Dios como el rasgo diferenciador de Dios mismo: “Dios es Dios, y se distingue de todos los demás seres, y es exaltado por encima de ellos, principalmente por Su belleza divina, que es infinitamente diversa de toda otra belleza” (The Works of Jonathan Edwards [Las obras de Jonathan Edwards], 2:298). La belleza de Dios no se deriva de fuentes externas, sino que emana directamente de la perfección y santidad de Su ser.

La expresión suprema de la belleza de Dios es Su Hijo, Jesucristo, que es la imagen y el resplandor de Su Padre (2Co 4:4; Col 1:15; Heb 1:3). El Cristo encarnado es el modo en que Dios expresa más vivamente Su hermoso amor a las criaturas pecadoras. La culminación de ese amor es la elección de una esposa para Cristo, para que ella también refleje la misma belleza. Edwards creía que esta esposa, la iglesia, es el gran fin de todas las grandes cosas que se han hecho desde el principio del mundo; fue para que el Hijo de Dios obtuviera a Su esposa elegida que el mundo fue creado… y que Él vino al mundo… y cuando este fin haya sido plenamente obtenido, el mundo llegará a su fin (Sermón no publicado sobre Apocalipsis 22:16-17).

La iglesia es un don de Dios a Su Hijo como bella expresión del amor divino “para que las alegrías mutuas entre esta novia y este novio sean el fin de la creación” (Edwards, 13:374). Por tanto, así como el Hijo refleja a Su Padre, la iglesia, como Su esposa eterna, refleja al Hijo.

Cuando Cristo contempla a Su esposa y exclama que es hermosa, contempla el reflejo de la eterna belleza y el amor infinito de Su Padre, que elige y salva a esta esposa y se la regala a Su Hijo. Desde la ascensión de Cristo a la diestra de Dios, no hay en el mundo ejemplo más brillante de la belleza perfecta de Dios que Su iglesia.

Así como el Hijo refleja a Su Padre, la iglesia, como Su esposa eterna, refleja al Hijo. / Foto: Pedro Lima

2. La suficiencia de Su cruz

Jesús no ve ninguna belleza intrínseca desprendida de la iglesia, porque ella no tiene belleza aparte de Él. Mira a la iglesia a través de la sangre, Su sangre. Como si mirara a través de los variados colores luminosos de una vidriera, Jesús contempla a la iglesia a través de la multifacética maravilla de la redención: sangre, elección, justicia, perdón, regeneración, justificación, unión y gracia. Solo en unión con Su perfecto sacrificio sustitutivo en la cruz y Su gloriosa resurrección triunfante, los pecadores inmundos son lavados blancos como la nieve (Sal 51:7). A causa de nuestro pecado, lo que Dios exige de nosotros es pagado en su totalidad por nuestro esposo en la cruz.

Con toda Su sangre fluyendo, Su carne lacerada y Su hedor a muerte, la cruz se convierte en el epicentro de la limpieza para los pecadores, donde Cristo mira amorosamente a Su querida esposa y declara: “Amor mío, eres hermosa”. Reflexionando sobre la suficiencia de la cruz, Edwards escribe: “Cristo ama a los elegidos con un amor tan grande y fuerte, están tan cerca de Él, que Dios los mira como si fueran partes de Él” (Edwards, 14:403). Debido a nuestra unión con Cristo, el amor de Dios a Su Hijo incluye ahora el amor a la esposa de Su Hijo. Cuando Cristo exclama que Su esposa es hermosa, lo hace a través del lente de la suficiencia de Su cruz y convierte a la iglesia en el único destinatario del amor que fluye incesantemente entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Cuando Cristo exclama que Su esposa es hermosa, lo hace a través del lente de la suficiencia de Su cruz. / Foto: Unsplash

3. El cumplimiento de Su misión

El Nuevo Testamento es inequívocamente claro en que Dios ha comisionado a Su iglesia como la institución principal para anunciar el evangelio de Cristo. Esta comisión en Mateo 28:18-20 se erige como la cumbre de la misión de la iglesia para todas las generaciones subsiguientes. A partir de Jerusalén, los discípulos comprendieron este encargo con urgencia vital y proclamaron la hermosa buena nueva de Cristo por toda la tierra (Hch 1:8). Ninguna iglesia tiene la libertad de alterar, retocar, añadir o restar nada a las buenas nuevas de Jesucristo: estamos llamados a anunciarlas a las naciones, porque no hay nada más hermoso y bello a los ojos de Cristo que el Espíritu Santo regenerando, llamando y trasladando a los pecadores del reino de las tinieblas al reino de la luz.

Todos los esfuerzos evangelizadores y misioneros están alimentados por la seguridad de que Cristo está coronado como cabeza de Su iglesia y ha prometido rescatar a hombres y mujeres de “toda tribu, lengua, pueblo y nación” (Ap 5:8-9).

Esta seguridad impulsó al reformador ginebrino Juan Calvino a escribir al rey cuando los esfuerzos evangelizadores fueron duramente reprimidos en su patria, Francia:

Nuestra doctrina debe imponerse por encima de toda la gloria y de todo el poderío del mundo, pues no procede de nosotros, sino del Dios vivo y de Su Cristo, a quien el Padre ha destinado para que “gobierne de mar a mar, y desde los ríos hasta los confines de la tierra” (Sal 72:8).

Prefacio de la Institución de la Religión Cristiana

Calvino recuerda a la iglesia que el evangelio “no procede de nosotros”, sino que tiene su origen en Dios. Al confiar a Su iglesia la tarea de anunciar el evangelio, Dios la ha elegido para que sea un recipiente de honor que albergue y difunda Su glorioso tesoro (2Co 4:7). Cuando Cristo contempla la iglesia, ve la voz, las manos, los pies y el corazón del mensaje del evangelio para rescatar a los pecadores.

El Nuevo Testamento es inequívocamente claro en que Dios ha comisionado a Su iglesia como la institución principal para anunciar el evangelio de Cristo. / Foto: Unsplash

La novia es bien recibida

Jesús no se lamenta por la iglesia que ha rescatado ni busca otra que capte Su atención. Cristo recibe a la iglesia como Su hermoso tesoro y alegría. La iglesia no es solo organización, liderazgo, función y visión. Jesús ve más. Su mirada revela la belleza de nuestro Padre, la suficiencia de Su cruz y el cumplimiento de Su misión en el mundo. Ve a los pecadores rescatados, redimidos y renovados.

Ahora la novia espera y vigila la manifestación de su esposo, que nos dará la bienvenida por toda la eternidad para que disfrutemos de la gloria de Su presencia eterna (2Ti 4:8). Hasta entonces, Jesús nos pide que nos unamos a Él contemplando a Su esposa y exclamando de ella: “¡He aquí que eres hermosa!”. (Cnt 1:15).


Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.

Dustin Benge

Dustin Benge (Ph.D., Seminario Teológico Bautista del Sur) es profesor visitante en el Munster Bible College, Cork, Irlanda y profesor del Centro Andrew Fuller para Estudios Bautistas.

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