Muchos expertos hablan sobre los efectos negativos de este fenómeno. Muchos lo sentimos: la mente inquieta, la pérdida de atención, la disminución de nuestra tolerancia a la lectura, especialmente a la lectura de libros.
Nos estamos acostumbrando a la distracción, lo que perjudica nuestra capacidad de escuchar y pensar con cuidado, de estar quietos, de orar y de meditar. Esto la convierte en un peligro espiritual, un mal del cual necesitamos que Dios nos libre (Mt 6:13).
Las causas de la distracción
La distracción, al menos el tipo peligroso al que me refiero, consiste en desviar nuestra atención de algo de mayor importancia hacia algo de menor importancia.
Nuestro problema fundamental y más grave con la distracción es ser distraídos de Dios; nuestra tendencia es desviar nuestra atención del Objeto más grande que existe hacia innumerables cosas menores. La Biblia llama a esto idolatría.
Este cambio fundamental en nuestra atención nos desordena de manera generalizada. Nuestra inclinación a distraernos de lo más importante hacia lo menos importante afecta negativamente nuestras relaciones y responsabilidades. En el nivel más profundo, somos propensos a la distracción debido a nuestra naturaleza caída y egoísta; el mal habita dentro de nosotros.
Sin embargo, no todos nuestros problemas de distracción se deben a nuestro mal interno. Algunos son simplemente el resultado de la futilidad que infecta a la creación (Ro 8:20-23). Esta futilidad puede afectar tanto nuestra biología como nuestro entorno. Todos tenemos cerebros y cuerpos imperfectos, por lo que algunos enfrentan más distracción que otros debido a factores como el TDAH u otras enfermedades mentales o físicas. Factores ambientales como una mala nutrición, sistemas familiares disfuncionales y fuerzas culturales o tecnológicas (como el flujo constante de medios) también pueden influir en nuestra capacidad para concentrarnos.
En la mayoría de los casos, todos estos factores se mezclan, haciendo casi imposible determinar cuánto se debe al pecado, a la biología caída o al entorno. Pero si le pedimos a Dios, Él nos librará del mal, sea cual sea su causa, utilizando estos poderosos enemigos a nuestro favor, ayudándonos a ver lo que nuestros corazones aman y llevándonos por Su gracia a niveles mayores de fe humilde y dominio propio.
Un revelador del corazón
Cuando algo nos distrae con frecuencia, debemos prestarle atención. Nuestra atención suele dirigirse a lo que es importante para nosotros. Por lo tanto, la distracción puede revelar lo que amamos. Esto le ocurrió a Marta, amiga de Jesús.
Marta estaba ocupada en la cocina mientras Jesús enseñaba en su casa. Cuando Marta se quejó de que su hermana María no la estaba ayudando porque estaba sentada a los pies de Jesús, Él le respondió:
Marta, Marta, tú estás preocupada y molesta por tantas cosas; pero una sola cosa es necesaria, y María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada (Lc 10:41-42).
Marta estaba distraída de Jesús. ¿Por qué? Por atender a sus invitados. ¿Y por qué? Porque estaba ansiosa. ¿Ansiosa por qué? Por alimentar a todos, y probablemente también por lo que los demás pensarían de ella y su hogar si no lo hacía bien.
Pero Marta no reconoció su distracción hasta que Jesús la ayudó a ver lo que había en su corazón. Ella pensaba que estaba haciendo lo correcto sirviendo a todos, pero Jesús señaló que sus prioridades estaban desordenadas. Marta había desviado su atención de lo más importante hacia algo de menor importancia.
Por eso, en medio de nuestras ocupaciones, debemos preguntarnos: ¿cuál es la verdadera distracción? ¿Qué desea nuestro corazón? ¿Estamos eligiendo “la mejor parte”, buscando la única “cosa [que] he pedido” (Sal 27:4), o algo menos?
Una lucha que fomenta la humildad y la fe
La distracción es un recordatorio frecuente de nuestra fragilidad y límites, una evidencia de que no somos Dios. Dado que solemos sucumbir a niveles de orgullo injustificados y francamente ridículos, este recordatorio es muy bueno para nosotros. La distracción nos humilla y nos lleva a pedirle a Dios la ayuda que desesperadamente necesitamos.
Además, puede fortalecer nuestra fe. A Dios no le interesa tanto nuestra eficiencia como nuestra fe. ¿Recuerdas cómo permitió que los enemigos acosaran a Nehemías y a los constructores del muro en Jerusalén, ralentizando su trabajo (Neh 4)? De manera similar, Dios permite que enfrentemos distracciones ineficientes para desarrollar una fe dependiente de Él. Eso es lo que Dios construye en todas las “ineficiencias” de nuestra vida.
Si vemos que la humildad y la fe, dones dados por el Espíritu, crecen en nosotros a través de nuestras luchas contra la distracción, podremos contarla entre “todas las cosas” por las que damos gracias (Ef 5:20).
Construyendo el músculo del autocontrol
Dios también usa la distracción para fortalecer nuestro autocontrol. El autocontrol cristiano es un fruto del Espíritu (Gal 5:22-23). Y, como ocurre con casi todos los frutos de la santificación del Espíritu en nosotros, se cultivan a través del don primario y decisivo del Espíritu y nuestro trabajo intencional secundario pero indispensable.
Es útil recordar que fortalecemos el autocontrol de manera similar a cómo fortalecemos un músculo: mediante la resistencia. Los músculos no se vuelven más fuertes sin enfrentar resistencia, y lo mismo ocurre con el autocontrol. No hay atajos para el trabajo arduo de aplicarnos y descubrir qué es lo que mejor funciona para nosotros. Pero si nos dedicamos de manera fiel y con oración, el Espíritu fortalecerá nuestros esfuerzos, y veremos aumentar nuestra capacidad de autocontrol.
Así como ocurre con la fuerza y habilidad física, algunos tienen mayor capacidad para enfocarse que otros. Si eres una de esas personas, la buena administración de este don se verá diferente a la de quienes no lo poseen en el mismo grado. Como un atleta talentoso, estás llamado a sobresalir. Busca maximizarlo, porque “al que mucho le han confiado, más le exigirán” (Lc 12:48).
Si eres una persona que, por cualquier motivo, lucha más con la distracción, no tienes por qué sentirte condenado (Ro 8:1). Para ti, una buena administración significa luchar contra la distracción lo mejor que puedas. Esfuérzate. Puede que no logres lo que otros logran, pero Dios solo te pedirá cuentas por la medida de gracia que te ha dado (Ro 12:6).
Lo que sea necesario
Es correcto ver ciertas distracciones como males en sí mismas. Cada una de ellas es un “impuesto” de tiempo que pagamos, y no hay devoluciones. El tiempo gastado simplemente significa que tenemos menos para usar. Cada minuto distraído es un minuto irrecuperable, congelado para siempre en el pasado. Por eso, es adecuado buscar aprovechar al máximo nuestro tiempo en estos días malos (Ef 5:16).
Sin embargo, tampoco debemos sentirnos más paralizados por esto que por cualquier otra lucha contra el pecado o la inutilidad. Nuestro Padre quiere que crezcamos en la gracia de un enfoque alimentado por la fe y, a través de Cristo, hará que nuestras difíciles luchas contra la distracción obren para nuestro bien (Ro 8:28). Por medio de Su Espíritu, usará estas luchas para liberarnos de la idolatría y el orgullo, y ayudarnos a crecer en autocontrol. Con fe confiada podemos acercarnos a Su trono de gracia con esta oración:
Lo que sea necesario, Señor, aumenta mi determinación para buscar solo lo que Tú me llamas a hacer, y líbrame del efecto fragmentador de las distracciones infructuosas.
Este artículo se publicó originalmente en Desiring God.