Hubo una noche en la que me senté al borde de la cama y susurré: “Señor, si no los traes de regreso a casa, aún confío en Ti”.
No me sentía valiente. Me sentía roto.
Lo que más dolía era el silencio. No las discusiones. No el alejamiento. Sino ese espacio callado donde antes se oía una risa, se recibía una llamada o se compartía una broma interna. Ese tipo de silencio que no se anuncia, simplemente llega y se queda. Y con cada día que pasa, se vuelve más fuerte.
No escribo esto como ni teólogo ni como maestro, aunque soy ambos. Escribo como un padre que recuerda. Escribo como alguien que conoce el dolor. Y aunque, por la gracia de Dios, ahora estoy al otro lado de esa temporada, no he olvidado lo que se siente vivir dentro de ella.
Así que esto es para ti, el padre o la madre que aún está en la lucha. El que ora en silencio, duerme poco y se pregunta si el silencio también significa que Dios ha dejado de escuchar.
Él no lo ha hecho.
Una de las verdades que me ayudó a mantener la perspectiva fue esta: esto es solo un capítulo de Su historia, no el libro completo.
Dios no ha terminado. Y ellos tampoco. La pluma aún está en Su mano.

El silencio es un campo de batalla
Cuando ellos dejan de hablar, el enemigo comienza.
Recuerdo los pensamientos que me atormentaban: ¿En qué fallé? ¿Fui demasiado duro? ¿Demasiado blando? ¿Los defraudé? Ese tipo de interrogatorio interno no viene del Espíritu Santo. Viene del acusador. Y muchos padres cristianos cargan con una culpa que Dios nunca les asignó.
Permíteme decirlo claramente: Si criaste a tus hijos en el temor y la instrucción del Señor, entonces el resultado no es prueba de tu fracaso. Las decisiones de tus hijos no anulan tu fidelidad.
“Por tanto, ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús” (Ro 8:1).
Satanás quiere que el silencio te moldee. Quiere reescribir tu identidad a través de la rebelión de tu hijo. No lo permitas.

Un amor que se niega a mentir
Puedes amar a tu hijo sin mentirle.
Muchos padres cristianos luchan en este punto. Quieren mantener la relación. Quieren que la comunicación permanezca abierta. Y así, poco a poco, ceden en la verdad. Un gesto aquí. Una sonrisa allá. Un silencio que dice: no apruebo, pero no hablaré.
Pero el amor bíblico nunca aplaude la rebelión.
El hijo pródigo no necesitaba un padre que lo siguiera al país lejano. Necesitaba uno que se mantuviera firme en la verdad. Que permaneciera cerca del camino, no por compromiso, sino por convicción.
“Fieles son las heridas del amigo” (Pro 27:6).
Y si eso es cierto para un amigo, ¿cuánto más para un padre?

Deja de perseguir, empieza a orar
No puedes arrastrar a tu hijo de vuelta a la cruz. Pero sí puedes llevar su nombre allí cada día.
Algunos necesitamos borrar la ilusión de que somos el Espíritu Santo. Yo tuve que hacerlo. Pensaba que si solo decía lo correcto, mostraba lo correcto, oraba lo suficiente, me mantenía lo bastante cerca, ellos volverían.
Pero Dios tiene una forma de salvar que humilla tanto al pecador como al santo que lo ama.
El padre en Lucas 15 no persiguió. Pero imagino que oraba. Observaba. Se mantenía preparado.
Dios no desperdicia tus oraciones. Las usa para moldear el corazón de tu hijo, y también el tuyo.

Sostén la puerta, no la cadena
Tal vez esta sea la parte más difícil: cuando finalmente sueltas el deseo de controlar el resultado.
El padre en la historia no corrió tras su hijo. Pero tampoco cambió las cerraduras. Mantuvo la puerta, la túnica y el anillo listos. Ese es el tipo de esperanza que deja espacio para el arrepentimiento sin aprobar la rebelión.
No tienes que forzar el momento de confrontación. Dios sabe cómo llevar un chiquero a cada país lejano.
Tu labor es asegurarte de que la casa todavía huela a gracia cuando regresen por esa puerta.

No estás solo, pero debes mantenerte firme
Hay más padres de los que imaginas atravesando el mismo dolor.
Algunos están en silencio. Algunos fingen. Algunos se están quebrando en lo oculto.
Pero si la iglesia va a ser la iglesia, tenemos que dejar de esconder la batalla y empezar a unirnos.
Díselo a alguien. Comienza un grupo. Escribe una carta.
No sufras en soledad.
Y no comprometas tus convicciones.
Puedes llorar con esperanza. Puedes esperar con fe. Puedes amar sin mentir.
Dios ve tus lágrimas. Las guarda una por una (Sal 56:8).
Y Su tiempo nunca llega tarde.

Al pródigo (si estás leyendo esto)
Nunca dejamos de amarte.
Pero amar no significa quedarnos en silencio.
Significa decirte la verdad sobre el pecado y la gracia, sobre el juicio y la misericordia. Significa mantenernos firmes, para que recuerdes dónde está realmente el hogar.
La puerta está abierta. La mesa está servida. Pero debes venir en los términos de Dios, no en los tuyos.
El arrepentimiento no es fácil. Pero tampoco lo es andar perdido.
Vuelve a casa.

Cinco pasajes que me sostuvieron en el silencio
Aquí hay cinco pasajes que me anclaron en medio del silencio. Los comparto con oración y esperanza de que también te sostendrán a ti:
Romanos 8:1
“Por tanto, ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús”.
Cuando la culpa susurraba más fuerte que la gracia, este versículo me recordaba dónde debía permanecer.
Lucas 15:20
“Levantándose, fue a su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y sintió compasión por él”.
Dios nos ve esperando. Y también ve a aquel por quien esperamos.
Salmo 56:8
“Tú has tomado en cuenta mi vida errante; pon mis lágrimas en Tu frasco. ¿Acaso no están en Tu libro?”.
Cada lágrima que has derramado está registrada. Ninguna se pierde.
Gálatas 6:9
“No nos cansemos de hacer el bien, pues a su tiempo, si no nos cansamos, segaremos”.
La cosecha viene. No te rindas.
Isaías 49:16
“En las palmas de Mis manos, te he grabado”.
Tu hijo no ha sido olvidado. Y tú tampoco.
Permanece fiel. Permanece firme. Permanece en oración.
La historia aún no ha terminado.