Acabo de terminar otra peregrinación a través del libro de Proverbios. Una y otra vez, leo las promesas de que quienes viven una vida buena recibirán cosas buenas, mientras que quienes viven una vida malvada recibirán cosas malas. Esta es la forma en que Dios ha diseñado Su mundo. Sin embargo, aunque estas cosas son generalmente ciertas, no lo son universalmente. A veces, los sabios sufren mientras los malvados prosperan. Salomón lo reconoce cuando advierte: “No tengas envidia de los malos…”. Leí esta advertencia y me pregunté: “¿Hay maneras de envidiar a los malvados? ¿Es posible que nosotros, como cristianos, sintamos envidia de los malvados?”. He aquí algunas maneras en que esto es posible.
Es posible envidiar su libertad
Aunque no dudamos en rechazar la idea de que el cristianismo es un código de leyes o un sistema de lo que hay que hacer y lo que no, el hecho es que nuestra fe demanda una manera de vivir. Y aunque sabemos que es la mejor manera de vivir, nos impide hacer muchas de las cosas que nuestro corazón pecador desea. Podemos envidiar la libertad de los malvados que pueden hacer lo que quieran, que en última instancia no tienen que rendir cuentas a ninguna autoridad superior más que a ellos mismos. Podemos lamentar las muchas oportunidades que tenemos que rechazar, las muchas ofertas que tenemos que declinar. Podemos olvidar que “para libertad fue que Cristo nos hizo libres” (Ga 5:1).

Es posible envidiar su entretenimiento
Nos encanta sumergirnos en el entretenimiento, pero no podemos evitar ver que gran parte de la cultura popular es sospechosa o incluso malvada. Vemos los emocionantes tráilers de las películas más taquilleras, pero sabemos que estarán llenas de obscenidades. Oímos a nuestros compañeros de trabajo hablar del último episodio de esa serie de televisión, pero sabemos que es tremendamente inapropiado. Podemos mirar con ojos anhelantes a quienes disfrutan de ese tipo de entretenimiento sin el más mínimo remordimiento de conciencia.
Es posible envidiar su prosperidad
El salmista declaró una vez: “Porque tuve envidia de los arrogantes, al ver la prosperidad de los impíos. Porque no hay dolores en su muerte, y su cuerpo es robusto” (Salmo 73:3-4). A veces, los malvados prosperan económicamente y podemos envidiar todo lo que tienen y poseen. Esto puede ser especialmente cierto cuando escribimos un cheque para donar una parte importante de lo que hemos ganado esa semana. Puede ser cierto cuando rechazamos un puesto lucrativo porque nos impediría asistir a la iglesia o cuando le aseguramos al contador que sí, realmente vamos a pagar cada centavo que le debemos al gobierno. Usamos nuestro dinero tomando en cuenta la generosidad hacia el prójimo y es posible envidiar a los que solo responden ante sí mismos.

Es posible envidiar su comodidad
Como cristianos creemos que vivimos menos para este mundo que para el mundo venidero. Hay muchas posesiones que no tendremos y muchos sueños que no cumpliremos, porque estamos acumulando tesoros en el cielo y no en la tierra. En lugar de comprar vidas fáciles en este mundo, estamos enviando tesoros al siguiente. Sin embargo, a veces, nuestra fe se debilita y podemos anhelar tener las comodidades del ahora. Podemos resentir el simple hecho de que somos administradores, no dueños, de lo que Dios nos ha dado. Podemos envidiar sus vidas cómodas.
Es posible envidiar su depravación
Tal vez, si tuviéramos que resumir, podríamos decir que podemos envidiar la depravación de los incrédulos. Somos personas rescatadas que han experimentado una gran transformación. Sin embargo, seguimos siendo personas pecadoras que han experimentado una transformación incompleta. Todavía llevamos dentro de nosotros el viejo hombre, anhelando tener lo que desea, lo que ama, lo que cree que merece. Debemos decir, para nuestra vergüenza, que incluso es posible envidiar la depravación de los incrédulos, las mismas acciones y obras que asegurarán su tormento eterno.
Salomón nos anima de esta manera: “No te impacientes a causa de los malhechores, ni tengas envidia de los impíos, porque no habrá futuro para el malo. La lámpara de los impíos será apagada” (Pro 24:19-20).
Este artículo se publicó originalmente en Challies.