La oración de un hombre perseguido

Cuando reviso mi vida, ¿qué es lo único que busco? ¿Ver la majestad de mi Dios todos los días? ¿Mis deseos llegan tan alto?
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La aflicción revela quiénes somos realmente. Nos retuerce, nos desangra, arrastra el alma a la superficie para que dé cuenta de sí misma. Yo soy el mejor con una esposa feliz, hijos obedientes, amigos leales, cuenta bancaria adecuada y (como pastor de) ovejas humildes. Pero cuando el niño grita desconsoladamente (otra vez), cuando la esposa está ansiosa, cuando los amigos y las finanzas se esfuman, cuando las ovejas se niegan a ser pastoreadas, entonces ¿quién soy yo? ¿No es más fácil “confiar en el Señor de todo corazón” cuando realmente no sientes ninguna necesidad de hacerlo?

Eso pensaba el diablo. En respuesta a la exaltación de Job por parte de Dios, Satanás se burla:

Satanás respondió al SEÑOR: “¿Acaso teme Job a Dios de balde?”. ¿No has hecho Tú una valla alrededor de él, de su casa y de todo lo que tiene, por todos lados? Has bendecido el trabajo de sus manos y sus posesiones han aumentado en la tierra. Pero extiende ahora Tu mano y toca todo lo que tiene, y verás si no te maldice en Tu misma cara” (Job 1:9-11).

En otras palabras, la prosperidad sostiene su justicia. Ese espíritu retorcido siempre se muestra incrédulo ante la integridad. Lo que suceda a continuación revelará el espíritu; el apretón sacará el jugo.

La aflicción revela quiénes somos realmente. / Foto: Envato Elements

Depredadores y presas

David fue un hombre exprimido repetidamente a lo largo de su vida, ¿y no estamos agradecidos con eso? Sus salmos brotan como el vino más dulce extraído en la adversidad. Mientras exploramos (involuntariamente) la aflicción y vagamos por noches de incertidumbre, dondequiera que vayamos parece que encontramos la inscripción: Aquí estuvo David. Viaja al valle de la muerte, a la desesperación absoluta, a los conflictos del alma y con Satanás, allí espera para cantar a nuestras penas, nombrar nuestros dolores y señalarnos la luz de la esperanza en Dios. Su música consoló al atormentado Saúl y a muchos Saulés desde entonces.

El Salmo 27 es otro salmo sacado del lagar. Las circunstancias exactas siguen siendo confusas; todo lo que sabemos es que los buitres revolotean sobre él; está siendo cazado.

Cuando los malhechores vinieron sobre mí para devorar mis carnes,

Ellos, mis adversarios y mis enemigos, tropezaron y cayeron.

Si un ejército acampa contra mí,

No temerá mi corazón;

Si contra mí se levanta guerra,

A pesar de ello, yo estaré confiado (Sal 27:2-3).

Sabe que los hombres desean asesinarlo. Si escribe esto huyendo del rey Saúl, sus adversarios son realmente poderosos. Si escribe esto más tarde como rey, sabe que los hombres pasarían por encima de su cadáver para hacerse con su corona. Se imagina a sus adversarios, enormes y como caníbales: “Cuando los malhechores vinieron sobre mí para devorar mis carnes”. Estos hombres son bestias, omnívoros, dispuestos, con los dientes enseñados y al acecho.

¿Qué surge del hombre interior? Una fe desafiante en Dios. “El Señor es mi luz y mi salvación; ¿A quién temeré? El Señor es la fortaleza de mi vida; ¿De quién tendré temor?” (Sal 27:1). He aquí al pastorcillo que se enfrentó al depredador de Gat y regresó con la cabeza del enemigo. Y con el fétido hedor del aliento de la muerte sobre su cuello, escribe a continuación el versículo de su vida. Mientras los perros negros persiguen, ¿qué hombre sale de las profundidades? Un adorador.

El aferrarnos a Dios en medio de la prueba, nos conduce a la adoración. / Foto: Lightstock

Una cosa pido

Siente lo sobrenatural que es esto: mientras los asesinos acechan en el corredor, el deseo que distrae a David, su pasión consumidora, es estar lejos con su Dios. Los sabuesos se reúnen en la base de su árbol, pero él mira hacia las ramas más altas, anhelando estar más cerca del cielo.

Una cosa he pedido al Señor, y esa buscaré:

Que habite yo en la casa del Señor todos los días de mi vida,

Para contemplar la hermosura del Señor

Y para meditar en Su templo (Sal 27:4).

Cuando el miedo mostraba su sonrisa retorcida, él anhelaba contemplar la belleza de su Dios. Aquí no encontramos a un ateo en la trinchera, ni siquiera a un simple monoteísta, sino a un amante de Dios cuya mente, incluso en esta pesadilla, soñaba despierta con ver al Rey en Su belleza. Como escribe Charles Spurgeon: “En las dolorosas circunstancias de David podríamos haber esperado que deseara reposo, seguridad y mil otras cosas buenas, pero no, él ha puesto su corazón en la perla, y deja el resto”.

Mientras su propia vida se tambalea en la balanza, nos enseña en qué consiste la nuestra. Cuando el minero lo criba, la arena cae; queda la única joya. Anhela “disfrutar de la presencia constante de Dios”, comenta Derek Kidner:

Nota la unicidad de propósito (una cosa), la mejor respuesta a los temores que distraen (1-3), y las prioridades dentro de ese propósito: contemplar e indagar; una preocupación por la Persona de Dios y Su voluntad. Es la esencia del culto; de hecho, del discipulado (Psalms 1-72 [Salmos 1-72], 138).

Morar con Dios todos los días de su vida, ver algo, ver a Alguien, “contemplar la hermosura del Señor” y hablar con Él en su palacio, esto lo era todo para él. La vida no era gobernar, matar gigantes, casarse y tener hijos, amasar riquezas, comer, beber o estar alegre, la continuidad de estos no era su única petición. Era la adoración. Mientras los hombres malvados le arrebatan el cordón de plata, él, como María después de él, elige la porción buena que no le pueden quitar: sentarse a los pies de su Señor.

A la mayoría de nosotros nunca nos intentarán matar. Pero podemos aprender la prioridad de la adoración de las oscuras angustias de David. El objeto al final del anhelo de su alma era una gloria que contemplar. Volviendo al juego de tronos de David, la vida pendiendo de un hilo, su imagen en el blanco de los dardos, encontramos a un hombre no solo conforme al corazón de Dios, sino conforme a Dios mismo. En el epígrafe de su propio cartel de “Se busca”, garabatea, David, un hombre que busca el rostro de Dios, estuvo aquí.

Podemos aprender la prioridad de la adoración de las oscuras angustias de David. / Foto: Lightstock

La llamada detrás de nuestra búsqueda

Me convence la singularidad de la petición de David y me maravillan las circunstancias de las que surgió. Cuando se le ofreció una cosa, Salomón pidió sabiduría; David, como Moisés, pidió ver el rostro de Dios. ¿Qué pido yo? Cuando reviso mi vida, ¿qué es lo único que busco? ¿Es ver la majestad de mi Dios todos los días de mi vida? ¿Acaso mis deseos llegan tan alto?

Mi tibio corazón se calienta al descubrir que ese ver que hace eternamente feliz no es solo el deseo del hombre, sino el deseo de Dios para el hombre. La obsesión de David por ver a Dios obedecía a Su mandato. David canta el secreto más adelante en el salmo:

Cuando dijiste: “Busquen Mi rostro”, mi corazón te respondió:

“Tu rostro, Señor, buscaré”.

No escondas Tu rostro de mí (Sal 27:8-9).

Nuestra adoración más elevada nunca sube más alto que una respuesta. Detrás de nuestra única petición está siempre su mandato: “Busquen Mi rostro”. El cristianismo no consiste en que escalemos hasta los dioses e invadamos su cielo, sino en que Dios descienda hasta nosotros y nos dé el Suyo. Lo que significa que no le persuadimos para que nos vea; Él nos persuade para que veamos. Y a qué precio lo hace. ¿Cuándo intercedió Jesús más ardientemente por la única petición de David en nuestro favor? En la víspera de conseguirlo en la cruz: “Padre, quiero que los que me has dado, estén también conmigo donde Yo estoy, para que vean Mi gloria, la gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo”  (Jn 17:24).

Al igual que David, deberíamos anhelar contemplar el rostro de Dios. / Foto: Envato Elements

Jesucristo, el hijo de David y el deseo de David, nos ofrece algo más que un salmo o simpatía en nuestros momentos más oscuros. Se ofrece a Sí mismo. Cuando andamos a tientas en la desesperación, no solo nos señala a Dios, sino que se instala entre nosotros como Dios.

Y de alguna manera, Él también fue perseguido.

Satanás se quejaba de Él: “¿Acaso teme a Dios sin motivo?”. Los ejércitos de hombres lo apresaron de noche, se burlaron de Él, lo azotaron y lo crucificaron. Le asaltaron para devorar Su carne. Fuertes toros de Jerusalén lo rodearon; abrieron contra él sus fauces como leones rapaces (Sal 22:12-13). ¿Y quién era entonces Él, aplastado en el lagar de la ira del Padre? “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23:34). Bajo la medianoche de la ira de Dios, en el valle de la muerte segunda, ve inscrito sobre un árbol El Hijo de Dios, el hijo de David, estuvo aquí.

Y estuvo allí, cristiano, para que pudiéramos estar donde Él está y contemplar Su gloria para siempre.

Le veremos

Oh santo, pronto lo verás. ¿Cómo esperaremos entonces? Haz tuya la oración de David, para que, cuando le veas, tengas confianza ante Él y no te avergüences de Su venida (1 Jn 2:28). Imagina esa venida. Verle no solo te bendecirá, sino que te embellecerá; serás como Él, porque le verás tal “como Él es” (1Jn 3:2). Y le veremos tal como es, no ya como era antes en Su agonía. Deja que el príncipe de los predicadores encienda tu corazón:

Le veremos, no con una caña en la mano, sino empuñando un cetro de oro. No le veremos burlado, escupido e insultado, no hueso de nuestros huesos, en todas nuestras agonías, aflicciones y angustias, sino que le veremos exaltado; ya no Cristo varón de dolores, conocido del dolor, sino Cristo Hombre-Dios, radiante de esplendor, refulgente de luz, vestido de arco iris, ceñido de nubes, envuelto en relámpagos, coronado de estrellas, el sol bajo Sus pies.

Señor Dios nuestro, Resplandor del cielo y Deseo nuestro, una cosa te pedimos y una cosa buscaremos: habitar en Tu reino todos los días de nuestra vida, contemplar Tu belleza, conocerte más en un mundo renovado. Cuando nuestros corazones estén ahora probados y abatidos, que lo que salga sea un canto que pida ver más, que suplique ver, por fin y para siempre, Tu rostro, mudado pero no irreconocible, Tu rostro, cielo de belleza y belleza del cielo.


Publicado originalmente en Desiring God.

Greg Morse

Greg Morse es escritor del personal de desiringGod.org y se graduó de Bethlehem College & Seminary. Él y su esposa, Abigail, viven en St. Paul.

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