¿Qué es una pulgada? ¿Qué es un kilogramo? Eso es fácil: una pulgada es la distancia entre dos muescas en una regla y un kilogramo es el peso que hace que la aguja apunte a “1” en una balanza de cocina. Tomamos estas unidades de peso y medida como algo natural, olvidando que no tienen ningún significado ni definición por sí mismas. Para que una pulgada sea una pulgada, debe ajustarse a una medida aceptada; para que un kilogramo sea un kilogramo, debe coincidir con un estándar exacto. Los gobiernos tienen departamentos completos encargados de asegurar que las unidades de medida sean precisas, que se ajusten perfectamente a las definiciones aceptadas.
Cada ser humano vive según algún tipo de estándar. Existe algún criterio externo que cada uno de nosotros usa para medir nuestra moralidad, pesar nuestra ética, juzgar nuestros éxitos o fracasos. Podemos compararnos con nuestros padres, compañeros o grandes héroes del pasado; podemos compararnos con las leyes del país o con las leyes del universo; podemos compararnos con líderes religiosos o textos sagrados. Pero ninguno de nosotros vive completamente desconectado de los estándares externos, de alguna medida de comparación. No somos más independientes que una pulgada o un kilogramo.
Como cristianos, estamos seguros de nuestro estándar de comparación. Nos comparamos con Jesucristo, porque “el que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” (1Jn 2:6). Él es nuestro estándar. Él es nuestra medida. Él es nuestro criterio. Si deseamos vivir vidas morales, éticas, exitosas, significativas, debemos vivir como vivió Jesús. Él es nuestra pulgada. Él es nuestro kilogramo.
Pero, ¿cómo podemos saber si estamos “andando como Él anduvo”? A través del deber cristiano de la introspección.
El propósito de la introspección
La Biblia manda y modela la introspección. En Lamentaciones leemos: “Examinemos nuestros caminos y escudriñémoslos, y volvamos al Señor” (Lm 3:40), mientras que en 2 Corintios encontramos este mandato: “Pónganse a prueba para ver si están en la fe. Examínense a sí mismos. ¿O no se reconocen a ustedes mismos de que Jesucristo está en ustedes, a menos de que en verdad no pasen la prueba?” (2Co 13:5). En los Salmos, a menudo leemos de David mirando hacia adentro y clamando a Dios por ayuda en esta tarea (Sal 139:23). Asaf cuenta sobre el beneficio que vino cuando meditó diligentemente en su corazón y examinó su espíritu (Sal 77:6).
Hay al menos dos grandes propósitos en dicha introspección. El primer propósito es revelar el pecado. El autoexamen tiene como objetivo descubrir cualquier área en la que estemos fallando en vivir de acuerdo con Jesucristo. Revela áreas en las que estamos reteniendo la obediencia, donde sabemos lo correcto que debemos hacer, pero no lo estamos haciendo. También revela áreas en las que estamos disfrutando de la desobediencia, donde estamos atesorando actos pecaminosos y deseos ruines. Finalmente, revela áreas de complacencia en las que el Espíritu Santo ha revelado que una acción o actitud es pecaminosa, pero aún no hemos tomado medidas en contra de ello. Muestra dónde no hemos sido conformados aún a la imagen de nuestro Salvador y nos lleva a responder con tristeza y arrepentimiento.
Pero la introspección tiene un segundo propósito, que es generar ánimo y deleite. Así como examinamos nuestras vidas en busca de evidencia de nuestra depravación restante, también debemos examinar nuestras vidas en busca de evidencia de la gracia de Dios. La introspección cristiana no es solo una oportunidad para ver el pecado y las deficiencias, sino también para ver las bendiciones. El autoexamen está incompleto si no se regocija en los mandamientos que han sido obedecidos y en el pecado que ha sido vencido. Está incompleto si detecta solo el fracaso y no ve la gracia. Porque así como las evidencias de nuestra depravación conducen a la tristeza y el arrepentimiento, las evidencias de la gracia conducen a la alegría y la adoración.
Por lo tanto, hay un lado negativo y positivo en el autoexamen. Hecho correctamente, equilibra el pecado y la gracia, la tristeza y la alegría.
El patrón de la introspección
Este tipo de introspección distintivamente cristiana es una disciplina importante para cada cristiano. Sin embargo, para que sea efectiva, debe tomar una forma particular.
La introspección cristiana se origina y termina en el evangelio. Comienza con las buenas noticias de la obra completada de Cristo que ha sido aplicada a nosotros. Se fundamenta en el conocimiento firme de que Cristo ya ha llevado la ira de Dios por nuestro pecado y que Dios ya nos ha imputado Su perfecta justicia. Esto significa que no estamos examinándonos para ver si hemos sido lo suficientemente buenos o si nos hemos vuelto lo suficientemente justos para merecer el favor de Dios, ¡porque a través de Cristo ya tenemos el favor de Dios! Más bien, nos estamos examinando para ver si estamos honrando a Dios y mostrando evidencia de Su poder y presencia en nuestras vidas; si estamos viviendo “de una manera digna de la vocación con que han sido llamados” (Ef 4:1).
Habiendo sido fundada en el evangelio, la introspección cristiana emplea la Palabra y el Espíritu de Dios. Reconocemos que por nosotros mismos no tenemos lo que necesitamos para una evaluación precisa, por lo que suplicamos a Dios que nos ayude en esta tarea. Nuestro autoexamen es realmente un examen realizado por Dios. Él es quien ilumina con la luz de Su Palabra cada rincón de nuestros corazones y vidas. A través de las Escrituras, examinamos el hombre interior y exterior y clamamos con David:
Escudríñame, oh Dios, y conoce mi corazón;
Pruébame y conoce mis inquietudes.
Y ve si hay en mí camino malo,
Y guíame en el camino eterno (Sal 139:23-24).
Suplicamos: “Examíname, oh Señor, y pruébame; escudriña mi mente y mi corazón” (Sal 26:2). Nos unimos a Él en oración: “Sean gratas las palabras de mi boca y la meditación de mi corazón delante de Ti, Oh Señor, roca mía y Redentor mío” (Sal 19:14).
Así como la introspección comienza con el evangelio, termina con el evangelio. Cuando descubrimos el fracaso, la desobediencia y la apatía, apelamos a la sangre de Cristo, pidiendo y recibiendo perdón a través de Su obra terminada. Apelamos a Sus méritos y confiamos en que se suman a nuestra cuenta. Confiamos, en las palabras de Thomas Watson, que cuando nuestra obediencia queda corta, “Cristo pone Sus méritos en la balanza, y entonces hay peso completo”. Cuando descubrimos el éxito, la obediencia y el celo, damos gracias a Dios por el evangelio, que ha renovado nuestra voluntad y nos ha dado un santo anhelo de ser conformados a Jesucristo.
Hay sabiduría en apartar tiempos y estaciones para una introspección diligente. Es sabio examinarse a uno mismo antes de tomar decisiones importantes y quizás incluso al comienzo de un nuevo año o una nueva temporada en la vida. Se nos manda a examinarnos antes de participar de la Cena del Señor. Pero la mayor parte de nuestra introspección ocurre en las rutinas diarias de la vida. Llega cuando leemos la Palabra de Dios día tras día. Llega especialmente a través de la predicación de la Palabra, cuando el texto es expuesto por el predicador, iluminado por el Espíritu Santo y aplicado por la meditación. La introspección es un deber diario.
El peligro de la introspección
Así como cualquier buen regalo puede ser mal utilizado, también cualquier buen deber o disciplina puede ser distorsionado. Así como el buen regalo del dinero puede ser torcido hacia la avaricia y el buen regalo del sexo puede ser torcido hacia la lujuria, así el buen regalo de la introspección puede ser torcido hacia la hipocresía y la vergüenza aplastante.
Sin embargo, ese mal uso no es difícil de identificar. Los hipócritas religiosos y los engañadores no se entregarán a una introspección diligente según las Escrituras. No pueden soportar permitir que el Espíritu de Dios ilumine sus corazones según la Palabra de Dios. Por esa razón, se miden a sí mismos solo por ciertas partes de la Biblia, por la simple palabra del texto en lugar de su espíritu completo. Se miden solo por la conformidad de sus acciones externas, en lugar de la conformidad de sus corazones internos. De esta manera se defraudan a sí mismos y permanecen ignorantes del verdadero estado de sus almas.
Por otro lado, la introspección se utiliza incorrectamente cuando conduce a una vergüenza aplastante. Esto demuestra una falla en llevar a cabo la introspección hasta su glorioso fin. Es cierto que debemos mirar dentro de nosotros mismos para ver dónde hemos pecado y quedado cortos del estándar de Dios. Es cierto que el dolor piadoso es un buen regalo del Espíritu Santo. Pero la introspección se distorsiona cuando esta convicción y dolor no nos llevan nuevamente a la cruz de Cristo, donde encontramos perdón, sanación y restauración gozosa. En última instancia, si salimos de la introspección con el peso de la vergüenza, entonces hemos fallado en ver la cruz.
El deber de la introspección
Dios demanda y describe un autoexamen diligente, y lo hace para nuestro bien. Es a través de tal introspección que obtenemos la verdadera medida de nuestra conformidad a Jesucristo. Es a través de tal introspección que podemos arrepentirnos de nuestra falta de conformidad y regocijarnos en toda evidencia de la buena gracia de Dios. Es un deber de cada cristiano.
Publicado originalmente en Challies.