La ley del amor

La vida se trata de relaciones. Una parte importante de lo que significa que fuimos creados a imagen de Dios es que somos seres relacionales. Dios mismo es un ser relacional.
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La vida se trata de relaciones. Una parte importante de lo que significa que fuimos creados a imagen de Dios es que somos seres relacionales. Dios mismo es un ser relacional. Él no solamente se relaciona de manera personal con nosotros como Sus criaturas a Su imagen, también, por toda la eternidad, ha disfrutado de una perfecta relación de armonía como Padre, Hijo y Espíritu. Nuestros más grandes gozos y sufrimientos vienen de nuestras relaciones. Para vivir como debemos, es necesario que nuestras relaciones estén funcionando en el orden apropiado. Esto significa que debemos relacionarnos con las cosas correctas de la forma correcta. Dios no nos ha dejado para que entendamos por nuestra cuenta cómo hacer esto. Él ha hablado muy simple y claramente acerca de la esencia y prioridad de todas las relaciones humanas. Jesús lo explicó cuando respondía una pregunta de un abogado. «Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley?» (Mat. 22:36). La pregunta parece lo suficientemente inocente hasta que consideramos su trasfondo y contexto. Los líderes judíos habían tramado contra Jesús y estaban tratando de atraparlo en alguna palabra (v 15). Luego de que Jesús volteara la pregunta cuando le preguntaron sobre los impuestos, expusiera su ignorancia y el poder de Dios acerca de la resurrección, Él analizó la pregunta sobre la ley. Los rabinos tenían largos debates acerca de esta pregunta. Habían dividido la ley mosaica en 613 mandatos (248 positivos y 365 negativos). Sus argumentos se enfocaban en cuáles eran los más grandes y de mayor peso, en oposición a aquellos que eran menores y también de menor peso. Jesús descartó todos esos debates insignificantes al dar una respuesta abarcadora que satisfizo al inquisitor y al mismo tiempo reveló la voluntad abarcadora de Dios para aquellos que portan Su imagen. «Y Él le contestó: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas”» (Mat. 22:37–40). La respuesta de Jesús da en el blanco del punto y el propósito principal de toda la ley. Él resume nuestra completa responsabilidad en términos de relaciones; específicamente, nuestras relaciones con Dios y con las personas. La esencia de todas nuestras relaciones, Él dijo, es el amor. La primera prioridad del amor es Dios mismo. Debemos amar a Dios completa y supremamente. Corazón, alma y mente, cada una están calificadas con un «todo», indicando que estamos obligados a amar a Dios con cada parte de cada facultad que poseemos. ¿Cómo se ve un amor así? Jesús dijo: «Si ustedes me aman, guardarán Mis mandamientos» (Juan 14:15). Así que la obediencia está íntimamente conectada con amar al Señor, pero no son lo mismo. El amor es más que un acto de la voluntad. Lo incluye, pero surge en primer lugar de los afectos. Juan hace esta conexión en 1 Juan 5:3 donde escribe: «Porque este es el amor de Dios: que guardemos Sus mandamientos, y Sus mandamientos no son difíciles». Amar a Dios incluye guardar sus mandamientos, no como una carga, sino como un deleite. Esta actitud de deleitarse en la ley de Dios es mencionada más de una docena de veces en el Salmo 119. Agustín describe el amor que debemos tener hacia Dios como «la moción del alma hacia el gozo de Dios por causa de Sí mismo, y el gozo de uno mismo y de su prójimo por causa de Dios». Amar a Dios es disfrutar de Él por sobre todas las cosas y sobre todas las personas y a partir de ese gozo vivir en feliz obediencia a Su voluntad. Sin embargo, Jesús no se detiene ahí. Él continúa enseñándonos que, luego de que amamos a Dios supremamente, nuestra gran responsabilidad es amar a las personas sinceramente. Contrario a lo que algunos enseñan acerca de esto, Jesús no está mandando que nos amemos a nosotros mismos. Tampoco deben Sus palabras ser tomadas como que implican que no podemos amar a otros hasta que aprendamos a amarnos a nosotros mismos. Jesús asume que ya nos amamos a nosotros mismos. Pablo explica este punto de manera explícita al notar que «nadie aborreció jamás su propio cuerpo» (Ef. 5:29). Este tipo de amor propio natural se manifiesta en las elecciones que hacemos de servir a nuestros propios intereses. No importa cuán destructivas sean nuestras elecciones, son expresiones de amor propio. Una vez entendemos lo inevitable que es el amor propio, el mandamiento de Jesús de que amemos a otros tanto como nos amamos a nosotros se vuelve increíblemente amplio. La salud, la comodidad, la compañía y los beneficios que deseo para mí mismo debo también desearlos para mis prójimos. Esto significa que aunque nunca debo amar a las personas, aun mis relaciones más cercanas, más que a Dios, debo amarlas tanto como me amo a mí mismo. Por supuesto, todo esto muestra cuán completamente dependiente somos de la gracia de Jesucristo. Sin Su amor que nos alcanza a través del Evangelio, no podemos amar a Dios supremamente o a las personas sinceramente. Únicamente a medida que somos amados por Dios de esta manera, seremos libres de amar también. Este artículo se publicó originalmente en inglés en https://founders.org/2022/04/27/the-law-of-love/

Tom Ascol

Tom se ha desempeñado como Pastor de la Iglesia Bautista Grace desde 1986. Antes de mudarse a la Florida sirvió como pastor en iglesias en Texas. Él tiene una licenciatura en sociología de Texas A & M University (1979) y también tiene un MDiv y un PhD de Southwestern Baptist Theological Seminary in Ft. Worth, Texas. Tom es el Director Ejecutivo de los Ministerios Fundadores. Él y Donna tienen diez hijos, incluyendo tres yernos y una nuera. También tienen 7 nietos.

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