Aunque no lo sabía cuando comencé, este artículo surgiría de un solo momento, un solo momento de tentación. El sábado me encontraba pensando en la santidad personal, y en la gozosa realidad de que uno puede ser mucho más santo de lo que jamás habría pensado posible serlo. El domingo, comencé a bosquejar algunos pensamientos sobre el hecho de que Dios es capaz de transformarte, a tal grado que desarrollas instintos totalmente nuevos hacia el pecado, a tal punto que, lo que una vez fue motivo de seducción, ahora es algo aterrador. El lunes, tuve la inesperada oportunidad de comprobar si esto era cierto. Dios está total e implacablemente comprometido con nuestra santidad. Él está comprometido con nuestra pureza, con llevar nuestro pecado a la muerte. Está tan comprometido con esto, que creará dentro de nosotros una nueva relación con el pecado, e incluso con nuestros pecados favoritos. Mira, cada uno de nosotros, entra en la vida cristiana con pecados muy atractivos y con patrones de pecados profundamente arraigados. Nos preguntamos si alguna vez podremos liberarnos de estos pecados. Nos preguntamos si alguna vez seremos capaces de resistir estas tentaciones, si podremos ver un cambio profundo y duradero. A medida que crecemos en la vida cristiana, somos desafiados a luchar contra ese pecado. La persona que lucha con la ira, escucha un sermón que enseña y aplica el texto de «Airaos, pero no pequéis; no se ponga el sol sobre vuestro enojo, ni deis oportunidad al diablo.» (Efesios 4: 26-27). Él ve su pecado con nueva claridad, clama a Dios por ayuda, y va determinado contra el diablo para hacer morir este pecado. La persona que es escurridiza o que toma su trabajo livianamente, encuentra estas palabras en sus devociones personales: «El que roba, no robe más, sino más bien que trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, a fin de que tenga qué compartir con el que tiene necesidad.»(4:28). Él es convencido en su corazón, pide perdón a Dios, y busca en Su Palabra lo que dice acerca de una vida de honestidad y honradez. A la persona que le encanta chismear, repentinamente estas palabras vienen a su mente durante un tiempo de confesión: «No salga de vuestra boca ninguna palabra mala, sino sólo la que sea buena para edificación, según la necesidad del momento, para que imparta gracia a los que escuchan.»(4:29). Esta persona entiende que Dios mismo la está desafiando, y se arrepiente y se compromete a hablar solamente lo que edifica y sana. Con el tiempo, esta persona encuentra que la batalla se hace más fácil. Un día, se da cuenta que han pasado semanas desde que no ha estado chismeando, un día se da cuenta que han pasado meses desde que no ha tenido un estallido de ira. Pero se pone aún mejor que eso. Un día se enfrenta a la tentación de chismear y su primer instinto es rechazar la oportunidad; en lugar de eso, dice palabras que dan gracia a los que lo escuchan. Un día se le presenta una oportunidad de oro para enriquecerse a costa de otra persona, y sin pensarlo, se da media vuelta, eligiendo en su lugar hacer bien en su trabajo y dar con generosidad. Ambos comprenden que ésta es una evidencia profunda de la gracia de Dios, les ha dado nuevos instintos hacia el pecado. Donde su viejo instinto era complacerse, su nuevo instinto es abstenerse. Donde su viejo instinto era inclinado hacia el pecado, su nuevo instinto lo es hacia la santidad. Ahora, se deleitan en hacer lo correcto en un área que alguna vez fue la fuente de tanto pecado y de tanta tentación. Todo esto estuvo en mi mente durante el fin de semana. Y luego el lunes fui a buscar algo en Twitter. Fue una búsqueda inocente y bien intencionada que me ayudó a encontrar y responder a información importante. Pero en la parte superior de los resultados de búsqueda, en alta definición e imposible de perderlo, había una imagen pornográfica de una mujer mostrando lo que ofrecía, y que me invitaba a hacer un clic para ver un poco más. Hubo un tiempo en que esa imagen habría sido una tentación dolorosa. Hubo un tiempo en que esa imagen habría sido una excusa para la indulgencia: «Satanás me tentó y apenas si tuve la oportunidad de negarme», podría haber dicho. Pero no esta vez. En la más pequeña fracción de segundo, mi corazón, mis ojos y mi mano habían reaccionado. Mi corazón había dicho «no», mis ojos se habían alejado, y mi mano había cerrado la aplicación. Fue instantáneo. Fue increíble. Fue instintivo. Fue un don de Dios transformando y superando una tentación del diablo. Fue un momento para dar gracias y alabanza a Dios. En esta área, por lo menos, Dios me ha transformado. Me ha dado un nuevo deseo con un nuevo instinto. Y le doy la gloria a Él.
Una publicación original de Challies.com | Traducido con permiso por Ricardo Daglio