A medida que pasamos por tiempos de sufrimiento y tristeza, inevitablemente entramos en contacto con aquellos que buscan confortarnos. Algunos ofrecen verdadera ayuda y esperanza, mientras que otros, desafortunadamente, no lo hacen. En esta breve pero dulce cita, Theodore Cuyler reflexiona sobre lo que más necesitamos en nuestros tiempos de aflicción.
Hay algunos de nosotros que hemos sabido lo que es beber tragos amargos de aflicción, y tener las cuatro esquinas de nuestra casa azotadas por una terrible tristeza. En esos momentos, ¡cuán huecos y sin valor eran muchas de las recetas estereotipadas para el consuelo!
“El tiempo debe hacer su trabajo” era una de ellas. ¡Cómo si el tiempo pudiera traer de vuelta a los muertos, o erradicar cruelmente de la memoria la imagen amada!
“Viajar” es otra de las recomendaciones de un curandero para un espíritu herido. ¡Cómo si Dios alguna vez hubiera hecho un atlántico lo suficientemente amplio para llevarnos fuera del alcance de la miseria desgarradora!
Miserables consoladores son todos ellos. El corazón que sufre no presta atención a la voz de tales encantadores, que nunca hacen encantamientos tan sabiamente.
Jamás he podido obtener un rayo de consuelo genuino hasta que levanté mis ojos a los montes, de donde viene el socorro todopoderoso del Señor. Tan pronto como he comenzado a probar las grandes y preciosas promesas de Dios, mis fuerzas han comenzado a renovarse. Tan pronto como Sus brazos eternos se asieron alrededor de mí, la carga se hizo más ligera. Sí, me llevó a mí y a la carga también. Dios me abrió caminos de utilidad que estaban en la línea de Su servicio, y también de bendiciones para mis compañeros. Y así la ayuda fluyó hacia mí desde los montes, como los arroyos que hacen música desde los precipicios para el que escala los Alpes de Wenzern.
