Hallando la calma el domingo por la mañana

Mi hijo de tres años tiene el don de enseñarme lecciones teológicas. Esta vez, fue una lección de objetos para enfrentar el caos de la adoración los domingos por la mañana.
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Mi hijo de tres años tiene el don de enseñarme lecciones teológicas. Esta vez, fue una lección de objetos para enfrentar el caos de la adoración los domingos por la mañana.

Su objetivo parecía demasiado simple: juntar a todos sus superhéroes de “Marvel” y “DC” en la cama para que puedan disfrutar de una pijamada. El problema era que no podía llevar todos los juguetes al mismo tiempo. Frustrado por las limitaciones que tienen las manitas de un niño y la capacidad de resolver problemas, mi pequeño hijo estalló en lágrimas y sus fuertes gritos fueron amortiguados por la alfombra.

Caos normal

Quedé maravillado con la rapidez y la ferocidad de esta crisis. Pero en vez de lidiar con mi pequeño superhéroe abatido, vino a mi mente el domingo por la mañana, apenas tres días antes. En un momento bajo la convicción del Espíritu, vi que la postura física de mi hijo de tres años reflejaba mi condición espiritual aquel día.

Mientras salíamos con mi familia para llegar a tiempo a la iglesia, herí sentimientos, relaciones y traspasé la gracia. En mi celo por tener a mis cuatro hijos vestidos, en el coche y listos para la adoración, creé un caos que ya no podía controlar. El recuerdo borró el berrinche de mi hijo en un diluvio de ironía y condenación. Mi corazón se entristeció y me uní a mi hijo en su propio dolor.

Ahora bien, no tienes que ser un niño de tres años, un padre de un hijo de tres años, ni servir en la guardería de la iglesia cuidando a niños de tres años para experimentar un caos similar los domingos por la mañana. Todos conocemos la sensación de entrar a la iglesia en medio de un remolino: emocional, espiritual, relacional, o algo por el estilo. Más probable aún, te has visto cara a cara en esa situación en alguna reunión reciente de tu iglesia; si no es así, ya aparecerá en el pronóstico de tus próximos treinta días.

Aquí hay tres de las muchas lecciones que he aprendido, por medio del Espíritu, de mi hijo de tres años: acerca de cómo contrarrestar el caos mientras nos preparamos para adorar con el pueblo de Dios.

Orar por una perspectiva

La oración es el bisturí de Dios para cortar la realidad distorsionada por nuestro egoísmo. Como Cristo nos enseñó en el Getsemaní, la oración reemplaza nuestras limitadas perspectivas humanas por una perspectiva divinamente revelada (Mt. 26:36-46; Mr. 14:32-42).

Mientras el caos se elevaba por las paredes del huerto de oración de Jesús y pasaba desapercibido a sus somnolientos discípulos, Jesús se aquietó, oró con honestidad y se sometió a Su Padre (Mt. 26:39, 42; Mr. 14:36). La oración llevó a Jesús a salir de la confusión de este mundo y a enfocarse en la voluntad del Padre; la oración puede hacer lo mismo por nosotros.

Es posible que estés intentando convencer a un niño a sentarse en su sillita del auto cuando él ha logrado salirse con la suya haciendo lo contrario, o mitigando esa conversación dolorosa ayer con un miembro de la familia, o simplemente, meditando sobre las tinieblas que has encontrado en tu propio corazón. Cualquiera sea la forma que tenga el caos, nada de eso es demasiado para que Dios no pueda manejarlo, mientras echas tus cargas sobre Él en oración (1 P. 5:7).

Deja a un lado la perfección

A menudo, lo que nos lleva a la tempestad del caos es nuestro ciego afán por lo que los demás piensan de nosotros. Con demasiada frecuencia, he estado más motivado a preparar a mi familia para impresionar a la gente de mi iglesia que en preparar a mi familia para encontrarse con Dios en la adoración colectiva. Esto, por supuesto, socava la razón misma por la cual cada uno de nosotros necesita la iglesia.

Mi corazón farisaico de los domingos por la mañana estaba exaltado en gran manera, ansioso por mostrar que mi familia brillante y perfecta y yo lo teníamos todo bajo control (Mt. 23:27-28). Esta hambre de atención ahogaba el evangelio predicado, justo aquello que yo necesitaba oír.

El hecho de que seamos salvos no significa que ya no necesitemos el evangelio. Mis circunstancias revelan que necesito a Cristo para todo y siempre (Fil. 4:19-20; Mt. 6:33). Siempre debemos estar lo suficientemente cerca de la cruz como para ver las astillas. La obra de Cristo es la esperanza perfecta y constante para la gente que es constantemente imperfecta.

Está bien entrar a la iglesia con tu niño despeinado. Dios no busca gente ni familias perfectas los domingos por la mañana; Él busca gente que lo necesite.

Alábale en el caos

Cuando aún estás hundido en el caos, elige lo que menos tienes ganas de hacer: adorar a Dios. Para contrarrestar el caos, acércate a Dios.

Aprendí esto en la iglesia. Después de tropezar en medio de la turbulencia para tener listos a mis pequeños, me di cuenta de que hallar la estabilidad significa buscar el rostro de Dios. Los momentos abrumadores deberían llevarnos a adorar mucho más —si no es que más— que en los momentos de calma y de quietud.

La adoración nos levanta por encima de la neblina del caos para ver al Príncipe de Paz reinando en nuestras vidas, obrando todas las cosas para traernos a Su reposo (Mt. 11:28; He. 4:1-10). Por encima de esta neblina, descubrimos una mejor teología de Dios y de nosotros mismos; una que construye y fortalece nuestra relación con nuestro Padre celestial.

Esto fue lo que le sucedió a Job. Cuando estaba sumergido en las ruinas del caos, confrontado por un remolino del poder y la majestad de Dios, él cantó:

“Yo sé que tú puedes hacer todas las cosas, y que ningún propósito tuyo puede ser estorbado. ¿Quién es éste que oculta el consejo sin entendimiento?… Por tanto, he declarado lo que no comprendía, cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no sabía. He sabido de ti sólo de oídas, pero ahora mis ojos te ven” (Job 42:2-3, 5).

Y no nos olvidemos de la respuesta de Job al ver a Dios: “Me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:6). La adoración de Job lo sacó de su dolor, de su desilusión y lo llevó a entender lo único que verdaderamente importa. Por primera vez en quién sabe cuánto tiempo, se vio a sí mismo en una relación con el Dios de gracia y poder.

Encontrando la calma

Así, mientras enfrentamos el quebrantamiento en nuestros corazones caóticos y el quebrantamiento en nuestro mundo caótico, volvámonos a Dios.

Volvamos nuestros corazones a Él en oración y descubramos que ninguna carga es demasiado pesada para que Él pueda llevarla sobre Sus hombros. Arrepintámonos de nuestro perfeccionismo y hallemos la paz incomparable que proviene de la gracia abundante de Cristo. Y adoremos a Dios por encima del tumulto y hallemos el entendimiento que desesperadamente necesitamos. Esta es la mejor forma de salir del caos perpetuo y de entrar a un gozo eterno.

Artículo original de Desiring God | Traducido por Natalia Armando

Ryan Lister

Ryan Lister es profesor de teología en el Western Seminary de Portland, Oregón y autor del libro «La presencia de Dios: su lugar en la historia de las Escrituras y la historia de nuestras vidas». También es Director de Doctrina y Discipulado de Humble Beast y co-creador de The Canvas Conference.

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