El árbol está adornado, decorado y resplandeciente con sus luces. Los regalos están envueltos, atados con listones y colocados cuidadosamente debajo del árbol de Navidad. Las botas están colgadas frente a la chimenea y repletas de baratijas, sorpresas, dulces y chocolates. La mesa está puesta y a la espera de un gran festín. La Navidad ha llegado de nuevo, con todas sus alegrías, con todos sus deleites y con todas sus preciosas tradiciones.
Pero mira de nuevo, mira con más atención; observa y verás que hay menos regalos que en años pasados. Hay una bota menos que antes. En la mesa hay un plato menos. Cuando la familia se reúna para celebrar este año, habrá un miembro que no se reunirá con el resto, una persona que no estará en casa para Navidad, una persona a la que echaremos mucho de menos.
Esta será la realidad para tantas familias en esta temporada, tantas familias que han tenido que despedirse de uno de sus seres queridos. Nunca esas pérdidas se manifiestan con tanta crudeza, nunca son tan profundas, nunca causan tanto dolor como durante las fiestas, como en los momentos de celebración. Porque las fiestas consisten en reunirse con los seres queridos, en pasar tiempo con los que Dios nos ha dado, en celebrar juntos esta época.
Esta será la realidad para mi familia esta Navidad, porque hace solo un par de años, el Señor tuvo a bien llamar a uno de nosotros a Su presencia. Nick estaba aparentemente sano y fuerte, prosperando en la vida y preparándose para el matrimonio y el ministerio pastoral, cuando de repente colapsó, murió y se fue. La Navidad nunca volvió a ser la misma. La Navidad nunca será ni podrá ser la misma, porque nuestra pequeña comunidad se ha hecho añicos, nuestra pequeña familia ha sufrido una pérdida dolorosa, el pequeño círculo de nuestro hogar se ha roto.
A veces mi mente divaga y me pongo a pensar en la noche en que nos enteramos de la noticia que rompió nuestros corazones y nos cambió la vida. A veces me viene a la mente el pensamiento que vino en ese momento en que todo mi mundo se tambaleó: Dios sabe lo que es tener un hijo y Dios sabe lo que es perder un hijo. Y este pensamiento me recuerda hoy que, aunque la Navidad es el día en que el dolor de mi pérdida es particularmente agudo, también es el día en que mi esperanza es particularmente fuerte. Porque sin la Navidad estaría abatido, pero gracias a la Navidad tengo la mayor de las esperanzas.
La maravilla de la fe cristiana, el milagro que celebramos cada Navidad, es que Dios se hizo hombre. El Hijo de Dios que existía desde toda la eternidad, el Dios que había estado presente en la creación del mundo, el Dios que mantiene unidas todas las cosas por el poder de Su Palabra tomó carne y nació como un bebé débil, indefenso y en llanto. Creció rodeado del caos y del pecado de este mundo, proclamó el glorioso mensaje que Dios le había dado y, al final de todo, fue crucificado y murió. El Padre fue testigo de la muerte de Su Hijo amado.
Pero eso no es todo, por supuesto, porque ¡la muerte no pudo retenerlo! La muerte no pudo contener al que vivió una vida sin pecado y murió una muerte expiatoria. Él abandonó el sepulcro y ascendió al cielo, y ahora prepara un lugar para cada uno de nosotros que lo hemos amado y hemos creído en Su nombre y recibido Su perdón.
Para salvarnos, Cristo tuvo que morir por nosotros. Y para morir por nosotros, Cristo tuvo que vivir por nosotros. Y para vivir por nosotros, Cristo tuvo que nacer por nosotros. Es precisamente en Navidad que contamos el comienzo de la historia de Su encarnación, es en Navidad cuando celebramos Su nacimiento, es en Navidad que marcamos el amanecer de la esperanza. Porque, cuando Cristo nació en la mañana de Navidad, nació con Él la esperanza: la esperanza de que nuestros seres queridos no se pierden para siempre, sino que solo se separan de nosotros durante un tiempo; la esperanza de que, aunque nos aflijamos durante un tiempo, la tristeza dará paso un día a una alegría que va más allá de todo lo que hemos conocido e incluso imaginado. Nuestra esperanza y nuestra confianza están arraigadas y cimentadas en este día.
Desearía que Nick pudiera estar en nuestra casa este año para celebrar la Navidad con nosotros. Pero sé que Dios lo ha llamado a un hogar diferente, a un hogar superior, a uno que sé que es un hogar mejor. Y si Nick está experimentando solamente felicidad, como realmente creo, ¿por qué habría yo de pasar el día en tristeza? ¿Por qué habría de llorar mientras él se alegra? Y así, cuando nos reunamos para celebrar la Navidad, nos detendremos al menos un momento para apartar nuestros corazones de este hogar terrenal y fijarlos en el hogar de arriba, el hogar donde hay una celebración mucho mayor, el hogar donde Nick habita con su Salvador. Fijaremos nuestros corazones en el momento en que todas nuestras lágrimas se secarán y en el momento en que el círculo que se ha roto finalmente será restaurado completamente. Y entonces volveremos a celebrar la maravilla de aquel bebé en un pesebre, porque este es el día en que Jesús nació, el día en que nació la esperanza.
Publicado originalmente en Challies.