Escapar del castillo de las dudas: consejos para cristianos desesperados

La prisión de la desesperación que conduce al suicidio es un calabozo que enmudece y aplasta, pero no estás solo. John Bunyan nos recuerda que hay una llave: la Promesa. ¿Estás listo para liberarte del Castillo de la Duda?
Foto: Envato Elements

La vida dentro de la prisión de la desesperación es una miseria difícil de explicar. La oscuridad te enmudece, provoca gemidos demasiado profundos para las palabras. El aislamiento se convierte a la vez en un amigo constante y en una aflicción dominante. Los otros pájaros del mundo vuelan alegremente. Tal vez tú solías cantar entre sus ramas, pero ahora te preguntas: ¿Qué saben estas criaturas de las profundas cavernas del mundo? ¿Cómo pueden entenderlo? Se alimentan de gusanos; tú vives con gusanos, si es que vivir aún puede llamarse así.

John Bunyan describió tal estado como mera respiración. Cuando Bunyan personificó la desesperación en El progreso del peregrino, la representó como un gigante que golpeaba sin piedad a sus prisioneros. Después de la primera ronda de palizas, el Gigante Desesperación visita a sus cautivos (“Cristiano” y “Esperanzado”) y los encuentra “todavía vivos, aunque apenas vivos. Apenas podían hacer otra cosa que respirar, debido a la gran hambre y sed que tenían y a las heridas que habían recibido al golpearlos” (El progreso del peregrino, 198). Inhalar, exhalar… inhalar, exhalar, e incluso esto con dolor.

Y lo que es peor, algunos de los cautivos en la torre oscura saben que ellos mismos tienen la culpa. Cristiano les había aconsejado que tomaran un camino más fácil, paralelo al camino estrecho y difícil. Se perdieron, los sorprendió una tormenta y luego los descubrieron invadiendo la propiedad del Gigante Desesperación. El encarcelamiento de los peregrinos no se debió tanto a la tragedia como a la intrusión; lo suyo no fue simple pena, sino culpa. Dios parece distante; los dos creyentes callan: “Ellos tampoco tenían mucho que decir, pues sabían que eran culpables” (196). Están atrapados en el Castillo de las Dudas. Sus corazones los condenaron; la conciencia agarró una rama para apalearlos; ¿por qué Dios no los dejaría allí?

¿Has estado alguna vez preso aquí? ¿Estás allí ahora?

Ilustración de la historia de John Bunyan, El Progreso del Peregrino. / Foto: Amazon

Escapar del Castillo de la Duda

Tanto si te desviaste del camino hacia un gran pecado como si alguna calamidad te robó la paz, una voz puede venir a ti y sugerirte lo impensable. El Gigante de la Desesperación trae la tentación siniestra:

Así que cuando llegó la mañana, fue a ellos de una manera poco amistosa, como antes. Sabiendo que todavía estaban muy doloridos por los azotes que les había dado el día anterior, les dijo que, puesto que no era probable que salieran nunca de aquel lugar, su única salida sería acabar inmediatamente con ellos mismos, ya fuera con cuchillo, soga o veneno. “Pues ¿por qué”, les dijo, “habéis de elegir vivir, viendo que va acompañado de tanta amargura?”. (197)

Un león caza entre los heridos. Ama al extraviado, al desesperado, al caído en desgracia. Tal vez esta tentación nunca te hizo detenerte antes, cuando la vida era feliz, la esperanza brillaba, Dios estaba cerca. Pero ahora, las luces están apagadas. Ahora, la paga del pecado te abruma. Ahora, con Cristiano, te encuentras considerando el consejo. Si te preguntas lo mismo, ruego a Dios que te ayude con fuerza a través de las cinco lecciones de Bunyan sobre la huida de Cristiano y Esperanzado del Castillo de las Dudas.

Grabado de John Bunyan, autor de El Progreso del Peregrino / Foto: I stock

1. Exponer la tentación

Si luchas con pensamientos suicidas, un primer paso es exponerlos. Cristiano le dice a Esperanzado:

Hermano, ¿qué haremos? La vida que llevamos ahora es miserable. Por mi parte, no sé si es mejor vivir así o morir sin más. Mi alma desea más el estrangulamiento que la vida, y la tumba me es más deseable que este calabozo. ¿Escucharemos el consejo de este gigante? (198)

He tenido conversaciones con cristianos que confesaban haber sentido la tentación de hacerse daño. ¿No es éste uno de los mejores primeros pasos para salir de tal desesperación? Satanás trae una combinación letal de tentación junto con mentiras sobre su tentación. En este caso, les dice a los que tienta que deben ser falsos cristianos para siquiera ser tentados. Les tiende la manzana envenenada y sonríe al ver cómo se retuerce la mano. ¿Los verdaderos cristianos realmente anhelan morir? ¿Pueden realmente ser tentados hacia el suicidio? El enemigo de nuestra alma no es solo “el padre de la mentira”, sino “un asesino desde el principio” (Jn 8:44).

No importa quién seas, no eres el primero en estar “tan agobiado más allá de [tus] fuerzas que [desesperaste] de la vida misma” (2Co 1:8). No eres el primero en preguntarte: “¿Por qué se da luz al que sufre, y vida al amargado de alma; a los que ansían la muerte, pero no llega, y cavan por ella más que por tesoros; que se alegran sobremanera, y se regocijan cuando encuentran el sepulcro?” (Job 3:20-22). Tampoco serías tú el único que alguna vez rogara por la muerte, diciendo: “Basta ya, Señor, toma mi vida porque yo no soy mejor que mis padres” (1R 19:4).

La primera ayuda de Bunyan para nosotros es ésta: exponer la tentación. Sigue a Cristiano y acude a un Esperanzado, un creyente maduro y de confianza o un pastor fiel, y cuéntale cómo te aconseja ahora tu Desesperación.

Si luchas con pensamientos suicidas, un primer paso es exponerlos. / Foto: Lightstock

2. Temer el juicio de Dios

La segunda ayuda viene con la respuesta de Esperanzado.

Ciertamente, nuestra condición actual es espantosa, y la muerte me sería mucho más grata que permanecer para siempre de esta manera. Aun así, consideremos que el Señor del país al que vamos ha dicho: “No matarás”. Si no debemos quitar la vida a otro hombre, mucho más nos está prohibido aceptar el consejo del gigante de matarnos a nosotros mismos. (198)

Amados, elegir destruir la vida que Dios te ha dado no es solo una gran tragedia, sino un pecado atroz. Con los eufemismos que se dan hoy en día para el suicidio, no debemos pasar por alto que “la ley de Dios, el interés propio y el juicio futuro, todos claman contra … el hombre que huye como un fugitivo de la vida, y se presenta sin ser llamado ante el tribunal de Dios” (Commentary on John Bunyan’s The Pilgrim’s Progress [Comentario sobre El Progreso del Peregrino de John Bunyan], 94).

Bunyan continúa en el original enseñando que el suicidio es “matar cuerpo y alma a la vez”, argumentando su postura a partir de 1 Juan 3:15: “Saben que ningún asesino tiene vida eterna permanente en él”. Aunque no creo que toda persona que se suicida vaya al infierno, no lo dudo en muchos casos. Creo que algunos que han recorrido este deplorable camino estarán en el cielo, pero querido hermano o hermana, nunca pongas a prueba al Señor en este asunto. La prepotencia de este pecado, la destrucción que deja tras de sí, el precario final antes de un juicio seguro deberían hacernos temblar y refrenar la mano de la autolesión.

Oh alma desesperada, esta no es la voz de tu Padre celestial, “porque Dios no puede ser tentado por el mal y Él mismo no tienta a nadie” (Stg 1:13). Esta oscuridad que juega en tu mente no es la sabiduría de lo alto, la que es primero pura, luego pacífica, llena de buenos frutos (Stg 3:17). No, la sabiduría demoníaca te tienta a tal acto oscuro, y estos espíritus te llevarían al precipicio si se lo permitieras, como hicieron cuando entraron en la piara de cerdos. Vida abundante es lo que tu Salvador vino a traerte. No cometas una ofensa tan grande como el auto-asesinato contra tu Señor.

La prepotencia que hay detrás del pecado del suicidio, la destrucción que deja tras de sí, el precario final antes de un juicio seguro, deberían hacernos temblar y refrenar la mano de la autolesión. / Foto: Unsplash

3. Recordar rescates pasados

Los predicadores de la prosperidad no te dirán esto, porque los predicadores de la prosperidad no predican todo el consejo de Dios, pero Bunyan muestra en su alegoría cómo la vida puede ir de mal en peor, incluso para los cristianos. El Gigante Desesperación regresa, indignado al ver que los peregrinos siguen vivos, y jura hacerles lamentar el día de su nacimiento. Ante esto, Cristiano se desmaya aterrorizado. Tras recobrar el conocimiento, confiesa de nuevo su inclinación a seguir el consejo de Desesperación. A lo que Esperanzado, ese hermano nacido para el día de la adversidad, le recuerda: “Hermano mío, ¿no recuerdas lo valiente que has sido antes de ahora?” (200). Esperanzado le recuerda todo lo que ha superado y cuántas veces ha actuado como hombre, ayudándole Dios. Este recuerdo se refiere tanto a él como a su Dios con él, un recuerdo similar al del salmista: “Tú has sido mi ayuda, Y a la sombra de Tus alas canto gozoso” (Sal 63:7).

Afrontamos a nuestros Gigantes de hoy y de mañana como David hizo con los suyos: recordando al Dios de las liberaciones pasadas y de las misericordias de cada mañana. “El Señor, que me ha librado de las garras del león y de las garras del oso, me librará de la mano de este filisteo” (1S 17:37). El Señor que liberó en el pasado liberará ahora. Él vive por encima y más allá de nuestros castillos sin luz, listo para asaltar nuestras celdas con gracia y ayuda en tiempos de necesidad, como lo ha hecho antes.

En El progreso del peregrino, John Bunyan demuestra que los cristianos también enfrentan el sufrimiento. / Foto: Britannica

4. Aferrarse a grandes promesas

¿Qué es lo que finalmente libera Cristiano y Esperanzado del Castillo de la Duda? No son las ideas vagas, ni los propósitos renovados, ni los deseos de una estrella lejana, sino creer en promesas vivas.

¡Qué tonto soy al yacer en un calabozo apestoso cuando bien podría caminar en libertad! Tengo una llave en mi bolsillo, llamada Promesa, que estoy seguro abrirá cualquier cerradura del Castillo de la Duda. (202)

La desesperación olvida las “preciosas y grandísimas promesas” de Dios y sus Sí y Amén en Cristo (2P 1:4; 2Co 1:20). Desamparados, sentimos los golpes de la pena, atendemos los tajos de la culpa, pero no buscamos en el bolsillo donde aguarda la promesa. Qué tontos hemos sido al permanecer en un calabozo apestoso cuando Cristo quisiera que anduviéramos en libertad. Recuerda las llaves que han abierto poderosamente muchas puertas en la penitenciaría de la desesperación.

Qué tontos hemos sido al permanecer en un calabozo apestoso cuando Cristo quisiera que anduviéramos en libertad. / Foto: Envato Elements

La puerta de la culpa:

  • “Abandone el impío su camino, y el hombre malvado sus pensamientos, y vuélvase al SEÑOR, Que tendrá de él compasión, al Dios nuestro, que será amplio en perdonar” (Is 55:7).
  • “Por tanto, ahora no hay condenación para los que están en Cristo Jesús” (Ro 8:1).
  • “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos los pecados y para limpiarnos de toda maldad” (1Jn 1:9).
  • “No persistirá en Su ira para siempre, porque se complace en la misericordia” (Miq 7:18).

La puerta del abatimiento:

  • “Vengan a Mí, todos los que están cansados y cargados, y Yo los haré descansar” (Mt 11:28).
  • “Al que viene a Mí, de ningún modo lo echaré fuera” (Jn 6:37).
  • “Pero los que esperan en el SEÑOR renovarán sus fuerzas. Se remontarán con alas como las águilas, correrán y no se cansarán, caminarán y no se fatigarán” (Is 40:31).
  • “Y esta es la promesa que Él mismo nos hizo: la vida eterna” (1Jn 2:25).

La puerta de la tentación:

  • “Fiel es Dios, que no permitirá que ustedes sean tentados más allá de lo que pueden soportar, sino que con la tentación proveerá también la vía de escape, a fin de que puedan resistirla” (1Co 10:13).
  • “El que comenzó en ustedes la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Cristo Jesús” (Fil 1:6).
  • “No temas, porque Yo estoy contigo; no te desalientes, porque Yo soy tu Dios. Te fortaleceré, ciertamente te ayudaré, sí, te sostendré con la diestra de Mi justicia” (Is 41:10).
  • “ Resistan, pues, al diablo y huirá de ustedes” (Stg 4:7).

¡Oh, la liberación de las promesas en que hemos creído! Cómo nos permiten salir más allá de los muros de la prisión hacia días mejores, a menudo incluso antes de que cambie nuestra situación. Robert Maguire capta la belleza de la promesa: “La promesa ve el amanecer desde la medianoche, anticipa la salida del sol desde el ocaso, reconoce en los árboles sin hojas y en las nieves sin alegría del invierno el presagio y la garantía de los frutos y las flores y los placeres estacionales del verano” (Comentario, 96).

Oh alma sumida en el invierno, por la fe en tu grande y compasivo Dios, que no ha escatimado a Su amado Hijo por ti, envía tu corazón hacia adelante, hacia la próxima primavera, creyendo lo que Él dice que pronto vendrá.

5. Arrastrarse hasta el domingo

Una última ayuda que Bunyan nos ofrece viene al fijarnos en la cronología.

Aquí, pues, estuvieron desde el miércoles por la mañana hasta el sábado por la noche, sin un poco de pan, ni una gota de bebida, ni luz ni nadie que les preguntara cómo les iba. Estaban, pues, en una situación calamitosa, lejos de amigos y conocidos. (196)

¿Es casualidad que Bunyan identifique el marco temporal como de miércoles por la mañana a sábado por la noche? No lo es. El domingo es el día del jubileo para los oprimidos, el día para recordar juntos las promesas ciertas de Dios con su pueblo redimido. “¿No es cierto que el día [del Sol], por su santo descanso y las sagradas ministraciones de la Palabra y la oración, rompe muchos grilletes, libera a muchos esclavos, disuelve las dudas de la semana pasada y libera a muchas almas de la esclavitud de la Desesperación?” (Comentario, 96). ¿No puedes añadir tu propio testimonio?

El Gigante Desesperación no tiene autoridad en la casa de Dios. Aquí vive el Señor del amor, el Señor de la compasión, el Señor de la vida, el Señor en cuya presencia hay plenitud de alegría. Él es quien condenó el pecado en la carne, aplastó el cráneo del dragón, y se ha sentado al lado de Su Padre, y quien viene de nuevo por nosotros. La Luz del mundo brilla en las tinieblas, y las tinieblas aún no le han vencido.

Santo desesperado, llega el domingo. Llega a su pueblo, a sus pastores, a sus ordenanzas. Arrástrate, si es necesario. El domingo, querido hermano o hermana, es el día de la resurrección, el día de la vida, el día del Señor. Un día para anticipar la llegada de la última promesa que nos hizo: “Ciertamente vengo pronto” (Ap 22:20).


Publicado originalmente en Desiring God.

Greg Morse

Greg Morse es escritor del personal de desiringGod.org y se graduó de Bethlehem College & Seminary. Él y su esposa, Abigail, viven en St. Paul.

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