“La cabeza canosa es corona de gloria, y se encuentra en el camino de la justicia” (Pro 16:31).
Este versículo suena irreal viviendo en un mundo donde la juventud es altamente valorada. Prácticamente, todos viven tratando de hacer lo necesario para detener la vejez. Se cree que, a través de dietas, ejercicios, cortes y tintes de pelo, maquillaje, o cirugía plástica, podemos lograr encontrar la fuente de la juventud, cuando la realidad es que el envejecimiento es inexorable.
El problema radica en que el mundo coloca todo el énfasis en lo exterior, en cualquier cosa que se puede hacer para lucir mejor por un tiempo. Sin embargo, la realidad es que eventualmente los cambios ocurrirán de nuevo y el interior sigue avanzando en edad. Si todo nuestro énfasis está en la superficie, no sobra tiempo para desarrollar el interior y, para tener una vejez gloriosa, necesitamos desarrollar el corazón.
En realidad, el interior es lo único que podemos mejorar con la edad, como 2 Corintios 4:16 nos explica: “Aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo, nuestro hombre interior se renueva de día en día”. Un caminar con nuestro Señor puede producir un tapiz bello de todas las experiencias que hemos vivido.

El aprendizaje siempre está edificado sobre aprendizajes anteriores. Una vida caminando con el Señor trae no solamente inteligencia, también sabiduría, es decir, la habilidad de saber cómo utilizar el conocimiento aprendido. Al tener acumulada una historia donde hemos visto lo que El Señor ha hecho, sabremos que no importan las circunstancias. Él nunca nos dejará ni nos desamparará (Heb 13:5).
Opuesto a lo que el mundo piensa, cada persona creada tiene dignidad porque fue creada a la imagen de Dios (Gn 1:27) y no se pierde esta dignidad. No importa si la persona es joven, mayor, discapacitada o enferma. El mundo quiere reducir el ser humano a materia que evolucionó y, entonces, cuando la fuerza física es menos y la capacidad de trabajar está menguando, el valor del ser disminuye.
Por eso, las personas mayores son consideradas pasadas y retrógradas. Sin embargo, Dios los encuentra dignos. Para Él, ellos retienen su valor porque la sabiduría que pueden pasar a los jóvenes es necesaria para el éxito de la próxima generación.

Es por eso por lo que Dios dijo al pueblo Israelita en Levítico 19:32: “Delante de las canas te pondrás en pie; honrarás al anciano, y a tu Dios temerás. Yo soy el Señor”. La fuerza no viene del anciano, sino que es Dios quien los sostiene y libera (Is 46:4). Es el Señor que no solamente promete sostenerlos, sino que se deleita en rescatar a Sus hijos.
Por tanto, no debemos despreciar la vejez. En cambio, ¡aceptémosla como otra oportunidad para glorificar a Dios! Por eso, el anciano oró en Salmo 71:14-17:
Pero yo esperaré continuamente,
Y aún te alabaré más y más.
Todo el día contará mi boca
De Tu justicia y de Tu salvación,
Porque son innumerables.
Vendré con los hechos poderosos de Dios el Señor;
Haré mención de Tu justicia, de la Tuya sola.Oh Dios, Tú me has enseñado desde mi juventud,
Y hasta ahora he anunciado Tus maravillas.
La dignidad de la vejez viene con aceptar el cambio del propósito que Dios ha dado a nuestra vida. Ya uno no está viviendo para edificar Su reino, sino para pasar el legado y dirigir a aquellos que nos siguen. Ellos tienen la fuerza y la energía para edificar y los ancianos, la sabiduría necesaria para saber cómo hacerlo.