Mejor es vivir en un rincón del terrado
Que en una casa con mujer rencillosa (Pro 25:24).
Gotera constante en día de lluvia
Y mujer rencillosa, son semejantes (Pro 27:15).
Debo admitirlo: me gusta ser competitiva. Solía jugar básquetbol y hacía carreras de campo y pista. Crecí en un lugar donde el deporte y el ser fanático estaban en mi ADN, así que defender mi equipo y mis jugadores y atletas favoritos se llegaba a sentir como un asunto personal. Cuando veo deportes con mi esposo, a menudo me debe recordar que es un juego.
Me gusta leer noticias e informarme. Muchas veces cuando alguien da un dato que me parece que no es 100 por ciento acertado, me encanta expresar mi punto de vista sobre lo que he leído. Incluso en nuestros primeros años de matrimonio, cuando teníamos un tiempo devocional en pareja, me gustaba corregir y señalar algunos puntos teológicos que para mi entender no eran correctos.
¿Por qué cuento este aspecto de mi vida? Porque hay una línea muy fina entre la competitividad y la rencilla, como nos lo recuerda Santiago:
¿De dónde vienen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No vienen de las pasiones que combaten en sus miembros? Ustedes codician y no tienen, por eso cometen homicidio (Stg 4:1-2).
¿Qué es la rencilla?
La rencilla se ve cuando no obtengo el control que quiero y lo exijo; cuando no obtengo la aprobación que quiero y la exijo; cuando no obtengo afirmación y la exijo; cuando no se hacen las cosas a mi manera y lo exijo. Todo esto se manifiesta en discusiones, riñas o estado de hostilidad. Si las peleas, conflictos, altercados, discordias, disputas, y desacuerdos son asuntos ordinarios en nuestra vida, es porque probablemente somos rencillosas.
La rencilla es resentimiento o rencor entre dos o más personas. Una mujer es rencillosa cuando es iracunda, airada, furiosa, violenta e impulsiva; fácilmente se enoja, es provocada, pierde los estribos, comienza pleitos, provoca peleas y comete muchos errores, suscitando todo tipo de pecados. Muchas veces se manifiesta en temblor corporal por aguantar explosión o lágrimas de manipulación.
En República Dominicana diríamos que es una mujer que “le dan cuerda fácilmente”. Ella actúa según lo dice el dicho popular: “Si me buscas, me encuentras”. Esta mujer se excusa diciendo: “Fue mi esposo quien me provocó, fue él quien empezó primero; no puedo quedarme callada, no puedo controlarme; tengo que responder al ataque u ofensa porque si no me defiendo, ¿quién lo va a hacer por mí?”.
Si al leer todo esto sospechamos que somos rencillosas, ¿qué podemos hacer para cambiar? ¿Qué dicen las Escrituras al respecto?
El evangelio termina nuestra rencilla con Dios
Recordemos cuál era nuestra situación sin Cristo: éramos hijas de ira, estábamos separadas de Dios. Nuestros pecados encendieron Su ira, no solo alejándonos de Él, sino poniéndonos en una posición de juicio. De alguna manera, estábamos en el peor conflicto del universo: nuestro Creador era nuestro más grande enemigo. ¡Era una rencilla cósmica!
Sin embargo, las Escrituras dicen que Jesucristo vino a reconciliarnos con el Padre, ofreciéndose a Sí mismo como propiciación por nuestro pecado, actuando como mediador entre las partes. Pablo dice que “habiendo sido justificados por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Ro 5:1). En la cruz se terminó la más grande rencilla.
El evangelio termina nuestra rencilla con el prójimo
Pero este evangelio de la cruz también tiene implicaciones en nuestras relaciones con los demás seres humanos. Ahora manda en todo lugar a todos los hombres: “Un mandamiento nuevo les doy: ‘que se amen los unos a los otros’; que como Yo los he amado, así también se amen los unos a los otros” (Jn 13:34). La buena nueva del evangelio trasciende la reconciliación vertical con el Padre y nos lleva a la unidad horizontal con los demás hombres y mujeres hechos a Su imagen.
Claro, esto no significa que hemos dejado de pecar. Si en verdad he nacido de nuevo, el Espíritu Santo se entristece cuando peco, especialmente con la gritería, pleitos, celos, maledicencias y palabras ofensivas. No obstante, Él me da convicción de que he actuado mal y que debo confesar mi pecado y apartarme. Cuando me muestro rencillosa, el testimonio como hija de Dios se opaca y el gozo de la salvación en mi vida disminuye (Ef 4:29-30). Así, necesito volver a Él en arrepentimiento, y debo estar lista para humildemente confesar y pedir perdón por mi pecado de rencilla contra quien haya pecado, sea mi esposo, mis hijos, mis amigas, o mis compañeras de trabajo.
Pero no libramos esta lucha con desesperanza. Las creyentes tenemos al Espíritu Santo, que día tras día produce en nosotras un fruto muy distinto a la rencilla: concordia, amistad, armonía, paz, compañerismo, fraternidad, unión, camaradería, hermandad, cordialidad (Ga 5:22).
Un autoexamen
Entonces, vale la pena hacernos un autoexamen. ¿Cómo se ve una mujer rencillosa según las Escrituras?
- Mejor es vivir en un rincón del terrado que en una casa con mujer rencillosa (Pro 21:9).
- Una mujer rencillosa provoca problemas entre empleadores, amigos, familia e iglesia (Sal 55:9).
- Una mujer rencillosa es arrogante, suscita rencilla y no confía en el Señor (Pro 28:25).
- Una mujer rencillosa no cubre las transgresiones, ni faltas, ni pecados de otros (Pro 10:12).
- Una mujer rencillosa está llena de ira, está molesta y descontenta (Pro 21:19).
- Una mujer rencillosa, abunda en pecado (Pro 29:22).
Las mujeres rencillosas tienden a vivir solas y aisladas. Poco a poco sus amigos y familiares comenzarán a alejarse, a rehuirles y a no oponerse a su opinión. Si está casada, su esposo comenzará a evitar temas conflictivos porque ella siempre gana los altercados. Tiende a pensar en su interior: “Soy más sabia que mi esposo, sé llegar a lugares por un camino más rápido, puedo economizar más que él, soy más trabajadora que él, aprovecho mejor el tiempo que él”.
Termino con cuatro ejercicios que nos ayudarán a ver qué tan rencillosas somos:
- Preguntémonos: ¿por qué se alejan mis amistades y amigas? ¿Por qué muchas veces experimento rechazo sin razón aparente? ¿Te atreverías a preguntarle a una amiga o persona cercana si te considera rencillosa? Escúchala, pondera en tu corazón, examina y luego decide qué medidas tomarás para ayudarte a crecer.
- Trata de escuchar y observar las veces que hablas: ¿lo haces con sabiduría, con clemencia? ¿Hay un espíritu apacible, tierno, afable y sereno? ¿He orado al Señor para que me dé ese espíritu que habla con ternura y compasión? (1P 3:4).
- Haz un estudio bíblico personal sobre la prudencia, la sabiduría y la rencilla. Luego haz una lista de maneras prácticas cómo luciría en tus relaciones un espíritu apacible y tierno. Practica maneras de cómo responderás y qué respuestas darás.
- Ora en silencio y pide al Señor te llene de dominio propio.