En medio del sufrimiento, lo que más necesitamos son hombros que nos consuelen y sostengan. Es una lástima que estos no aparecen tan a menudo como quisiéramos. Muchas personas creen que sufren primordialmente porque: algo malo les ha acontecido, como consecuencia acciones de otros, porque nacieron en un país o familia determinada, quizás porque sus padres hicieron esto o aquello, incluso porque tienen mala suerte. Al final, no logran comprender la razón de su angustia. El sufrimiento puede tener muchas causas: enfermedad, muerte, escasez, angustia, abusos, asesinatos, traición, etc., podríamos seguir mencionando muchas más, hasta llegar a la inevitable conclusión: “hay mucho dolor en este mundo”. Toda la humanidad sufre, sin excepción. Debemos reconocer que tenemos un entendimiento erróneo del sufrimiento, ya sea por lo enseñado por nuestros padres, lo que leemos en las redes sociales, o lo que mundo dicta en general. La Biblia es la verdad de Dios, por eso debemos enfocarnos en lo que enseña acerca del sufrir.
La Biblia y el sufrimiento
La Biblia, desde Génesis 3, muestra que vivimos en un mundo caído y corrompido por el pecado. Esto trajo dolor, sufrimiento, enfermedad, injusticia, vergüenza y culpa a todos los seres humanos, sin distinción. Esto es algo que muchos no quieren escuchar. A raíz del pecado señalado en Génesis 3, Dios dijo que: el hombre sufriría al trabajar la tierra, tendría sudor en su frente (Gen 3:18), la mujer daría a luz con dolor (Gen 3:16), y ambos morirían (Gen 3:19). El dolor y el sufrimiento hacen su entrada al mundo, pues el pacto que Dios tenía con el hombre fue transgredido por este. Desde ese momento, Dios permite el sufrimiento en el mundo como la consecuencia del pecado y lo usa para mostrarnos quien es Él; para que creamos que existe y le busquemos. El sufrimiento vino a causa del hombre, porque él se rebeló contra Dios. El consuelo perfecto que tenía con Dios, lo cambió por dolor al escoger ser su propio dios. Pocas veces escuchamos que las personas reconocen o saben esta verdad; es más frecuente en la gente cuestionar todo lo que sucede y culpar a otros por sus situaciones, las cuales no pueden arreglar por sí mismos. Mientras estemos en esta vida, el dolor será parte de nuestro día a día, no se acabará y estará hasta que el Señor decida regresar a juzgar al mundo.
Cristo, el siervo sufriente
Al comprender el origen del sufrimiento, no vemos a Dios como el malo y sanguinario que disfruta al vernos sufrir. Por supuesto que no lo es. Dios es todo poderoso, creador de los cielos y de la tierra, a quien todo le pertenece, es Su historia. Él es quien decreta el inicio y el fin: el hombre trajo su pecado, pero Dios trajo Su salvación. Dios nos abre el camino de regreso a Él. Esto es por la fe en la obra de sufrimiento que pasó Su Hijo, Jesucristo; por Su vida y muerte en lugar de los pecadores. Esta nueva oportunidad no es para quitar el dolor, sino para aprender a vivir con gozo en el padecimiento, algo que necesitamos mientras habitemos en este mundo, porque el pecado aun mora en nosotros (Ro 7:21-24). Ahora tenemos el consuelo de Uno que, en la cruz sufrió en nuestro lugar. La Biblia enseña que necesitamos ser humillados, pasar por distintas pruebas en esta vida, como dice el Salmos 119:71 “Bueno es para mí ser afligido, para que aprenda Tus estatutos”. La Palabra de Dios dirige nuestra mirada a Cristo para ser moldeados a Su imagen (Ro 8:29), y al final atravesar la prueba con gozo en medio del sufrimiento. Dios ha prometido que quien cree en Su Hijo, estará con Él eternamente. Este mundo no es el final. Por fe, tenemos el consuelo que Dios, como buen Padre sabe lo que es mejor para Sus hijos, y para toda Su creación. Todo servirá para reconocer que Él es Dios soberano, quien controla nuestras vidas para Su gloria. Su Hijo sufrió siendo hombre, no estimó ser igual a Dios, no abrió su boca, se humilló, obedeció hasta la muerte, y muerte de Cruz (Fil 2:8). El Señor Jesucristo padeció siendo Dios y hombre para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Sus sufrimientos son la marca de los nuestros.
Cristo, el único consuelo y esperanza
Pero, no quedó allí: Cristo resucitó al tercer día y ha prometido resucitarnos con Él para vida eterna, (1 Co 6:14). Esta es nuestra esperanza, y en medio del sufrimiento en este mundo, es nuestro consuelo. Cristo se compadece de nosotros, porque fue atribulado como nosotros, Él nos comprende, (Heb 4:15), podemos acercarnos a Él (Heb 4:16). Entonces, ¿cómo respondemos al sufrimiento de una forma que agrade al Señor, en humildad y obediencia como Jesús? Diariamente, nos sometemos a Su Palabra. Mostramos fruto que refleje que hemos creído en Él, en nuestras palabras, acciones y relaciones. Proclamamos Su evangelio. Nos animamos unos a otros, pues es imposible vivir la vida cristiana solos, si lo intentamos este mundo nos comerá vivos. Solo el evangelio, que es el poder de Dios para salvación, es lo único que verdaderamente puede transformar nuestra vida, y fortalecer nuestro corazón en medio de cualquier circunstancia que Él nos permita pasar. Al ver la Cruz podemos decir: ¡Gloria a Dios! En Su resurrección podemos exclamar: ¡Heme aquí, haz conmigo lo que Tú quieras, en Ti estoy seguro! En medio del sufrimiento Cristo es nuestro sostén, nuestra roca fiel, nuestro salvador y reconciliador. En la Cruz tomó nuestro pecado, y en la resurrección nos dió esperanza. Hagamos a Cristo todo para nosotros, no dependamos de nuestras circunstancias, sino solamente de Él. Sin importar el país que habitamos, la cultura que nos rodea, las experiencias del pasado, la familia que tengamos o hayamos tenido, vivamos de manera que agrade al Señor. La exhortación, mis hermanos, es que hay una única esperanza, una verdadera respuesta para nuestro ser en medio de este mundo caído, de vidas vacías, tristes o solas: CRISTO JESÚS. Sólo por medio de lo que Él hizo en la Cruz y por Su resurrección, es que podremos realmente vivir con esperanza y consuelo en este mundo en medio del sufrimiento. Un día no habrá más lágrimas, sino solo gozo. Esperemos ese día con esperanza, porque vendrá.