¿Cuál es el propósito de la labor del hombre? El trabajo es una realidad central en la vida humana, pero a menudo es visto solo como una fuente de sustento o una manera de definir nuestro valor. La Escritura, sin embargo, presenta una visión más profunda y transformadora del propósito del trabajo.
Para comprender correctamente nuestra labor, necesitamos examinar los fundamentos del trabajo: el pecado y la redención. Este marco nos muestra no solo cómo fue afectado el trabajo por la caída, sino cómo la redención en Cristo nos permite cumplir con el mandato divino de trabajar para la gloria de Dios y el cuidado de nuestra familia en la fe. A partir de esta base, exploraremos dos propósitos fundamentales del trabajo según la Palabra de Dios.
Los fundamentos del trabajo: el pecado y la redención
Empecemos por el principio de la Escritura: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Gn 1:1). El Creador, después de formar el mundo, la comida, los animales y el cosmos, afirma que todo esto “es bueno” (Gn 1:10, 12, 18, 21, 25). Sin embargo, el pináculo de Su obra es la creación del hombre y de la mujer a Su imagen y semejanza:
Dios creó al hombre a imagen Suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Dios los bendijo y les dijo: “Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Ejerzan dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra” (Gn 1:27-28).

Dios colocó al hombre como administrador de todo lo bueno que Él ha creado; Adán lo representa en su conducta y es Su mayordomo en sus labores.
Pero todos sabemos que este orden establecido no dura para siempre. El Creador provee un solo mandamiento al hombre: “Y el Señor Dios ordenó al hombre: ‘De todo árbol del huerto podrás comer, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comas, ciertamente morirás’” (Gn 2:16-17). Lastimosamente, el hombre y la mujer desobedecen este mandamiento: creen en la palabra de la serpiente, lo que daña su relación con Dios.
El pecado trajo consecuencias para Adán y Eva y la humanidad a la que representaban. En cuanto al trabajo, es “con el sudor de su frente” que ahora el hombre podría comer del fruto de la tierra, la cual había sido maldita por su culpa. La mujer ahora sufriría en gran manera durante el parto, y la relación entre el hombre y la mujer se vería afectada por el deseo de control y poder. En resumen, la vida familiar y laboral se volvería difícil en gran manera (Gn 3:16-19).

Pero, a pesar de la desobediencia del hombre, Dios es misericordioso al dejarlos con vida y proveer esperanza de restauración en “la simiente de la mujer”, quien es Cristo (Gn 3:15). Él obedeció perfectamente para recuperar lo que ellos perdieron; como dice Romanos 5:19, hoy podemos ser justos delante de Dios y tener una relación con Él por la justicia de la cruz: “Porque así como por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores, así también por la obediencia de Uno los muchos serán constituidos justos”.
Así que hoy estamos en un mundo donde hay sufrimiento, dolor y dificultad para cumplir el mandato de Dios de multiplicarse, administrar la tierra y trabajarla para Su gloria, pero tenemos la esperanza de estar en una relación con Dios a través de Cristo. Aunque de manera imperfecta, podemos cumplir el mandato de administrar la tierra.
Pero ¿cómo lo hacemos? Quizás lo más importante para desarrollar bien nuestra labor es tener un propósito adecuado. Lo primero que viene a la mente es nuestro sustento y el de nuestra familia; así lo enseña el apóstol Pablo: “Si alguien no provee para los suyos, y especialmente para los de su casa, ha negado la fe y es peor que un incrédulo” (1Ti 5:8). Sin embargo, la Escritura no se queda ahí. Es fundamental que reconozcamos otros dos propósitos en nuestra labor.

La gloria de Dios
¿Para quién trabaja el hombre? Para Dios; todo lo que hace es para Su gloria (Col 3:17). Nuestro empleo no tiene el propósito de hacernos sentir realizados o de exaltar nuestras capacidades, sino que sirve para representar a nuestro Creador y administrar lo que le pertenece. Nuestra identidad, esperanza o seguridad no pueden hallarse en nuestras labores.
Por mucho tiempo, yo puse toda mi esperanza en mi trabajo. Me sentía feliz e importante porque ganaba un buen sueldo que administraba según mi propio criterio, pero no siempre reflexionaba sobre el verdadero Proveedor y la razón de lo que hacía. El salario me daba tranquilidad, satisfacción y una falsa seguridad económica, lo que me llevó a enfocarme en acumular tesoros en la tierra. Sin embargo, cuando el Señor en Su gran misericordia decidió quitar esa esa estabilidad, mi seguridad fue removida y mi identidad fue sacudida.
Te animo a que reflexiones: en este momento de estabilidad laboral, ¿estás corriendo el riesgo de olvidar el propósito de tu trabajo y quién es la fuente de provisión? Y si estás en un momento de necesidad, ¿tu confianza está en tus habilidades o en la que Él provee de forma providencial y bondadosa? Además, ¿cómo hemos administrado lo que hemos recibido? Es fundamental evaluar si nuestro uso del dinero demuestra que somos ciudadanos de un Reino fututo mejor; al fin y al cabo, estamos de paso en este mundo.

El cuidado de la familia en la fe
El pasaje de Hechos 2:44-45 nos muestra el ejemplo de cómo la Iglesia primitiva usaba sus convicciones para administrar los recursos:
Todos los que habían creído estaban juntos y tenían todas las cosas en común; vendían todas sus propiedades y sus bienes y los compartían con todos, según la necesidad de cada uno. Día tras día continuaban unánimes en el templo y partiendo el pan en los hogares, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y hallando favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día al número de ellos los que iban siendo salvos.
Es claro que un cristiano debe obedecer a Dios al cuidar de Su pueblo y de los vulnerables (extranjeros, huérfanos, viudas, pobres). En la práctica, este pasaje describe varias acciones:
- Se dedicaban a las enseñanzas de los apóstoles.
- Practicaban la comunión, el partimiento del pan y la oración.
- Estaban juntos y tenían todas las cosas en común.
- Vendían sus propiedades y bienes.
- Compartían según la necesidad de cada uno.
- Se congregaban.
- Partían el pan en los hogares, comían juntos con alegría y alababan a Dios.

En esta comunidad, los cristianos se cuidaban unos a otros, teniendo como fundamento la Palabra de Dios. No había una simple ayuda social, sino que las Escrituras los impulsaban a tener familiaridad y amor aún en las cosas materiales.
Si preguntas en tu iglesia o comunidad, te sorprenderías de las necesidades económicas que existen: ayuda con reparaciones, falta de electrodomésticos, atención médica o servicios profesionales. Servir a la familia de Cristo con lo que Dios ha puesto en nuestras manos es ser buenos administradores.
Nuestro llamado es cuidar a nuestra familia de la fe y ser cuidados por ella, para la gloria de Dios. El mandato de multiplicarnos, fructificar y administrar la tierra sigue siendo esencial, no solo con nuestro dinero, sino también con nuestro tiempo, habilidades y profesiones. Así, el pueblo de Dios actúa como las manos de Dios entre sí.
Más que una tarea terrenal
El trabajo del cristiano, enraizado en la redención provista por Cristo, debe ser una expresión de la gloria de Dios y un medio para cuidar de Su pueblo. No es una simple tarea terrenal o un medio para alcanzar seguridad y reconocimiento, sino un llamado divino para representar a nuestro Creador en todo lo que hacemos. Al servir con fidelidad, ya sea en nuestras labores cotidianas o en el cuidado de nuestra familia de la fe, reflejamos Su amor y administración perfecta.
Que el propósito de glorificar a Dios y cuidar de la familia en la fe guíe nuestras manos y corazones mientras trabajamos, confiando siempre en Su provisión y gracia.