Hace unos años me lamentaba con un compañero ministro por la falta de interés en la piedad del Día del Señor entre los creyentes reformados, especialmente en lo que se refiere a la asistencia al servicio de adoración vespertina. Compartí mi observación de que muy pocos parecen querer cerrar el Día del Señor con un servicio adoración colectiva; y que muchas, quizás la mayoría, de nuestras iglesias en la unión americana de iglesias presbiterianas (PCA) han desechado por completo el servicio vespertino. Nuestra herencia confesional reformada enfatiza los fundamentos bíblicos y las bendiciones espirituales del Día del Señor (WCF 21.7-8 –confesión de fe de Westminster Cap. 21.7-8; HC Q. 103 –Catecismo de Heindelberg pregunta 103). Sin embargo, parece que hay poco deseo de apartar el Día como santo. De hecho, a menudo lo tratamos como si fuera otro sábado donde tenemos iglesia en la mañana. Además, en la mayoría de nuestras iglesias, menos de la mitad de la congregación asiste a la escuela dominical, y las reuniones de oración son lamentablemente pequeñas. ¿Cómo puede ser esto? ¿Por qué poseemos tal apatía espiritual en nuestros corazones y en nuestras iglesias? La respuesta de mi colega ministro para mi lamento siempre me ha acompañado. «Jon, es un problema de hambre. Tenemos un problema de hambre en la iglesia». Cuanto más he pensado en su evaluación, más estoy de acuerdo con él. Él tiene razón. No tenemos hambre de Dios. No tenemos sed de las aguas vivas de su Palabra. Estamos satisfechos con muy poco de Dios. Nuestros apetitos espirituales son débiles y nuestras prioridades lo demuestran.
El consumo y el antojo
Todos sabemos lo que es desarrollar malos hábitos alimenticios. En un momento u otro, todos hemos comido descontroladamente y hemos sido miembros del club de helado después de las diez. Sabemos que una dieta no saludable produce antojos no saludables. Estos antojos perpetúan el consumo de alimentos que no son ni nutritivos para el cuerpo ni buenos para la mente. En lugar de anhelar lo que nos hará sentir mejor, pensar mejor y lucir mejor, una dieta poco saludable genera antojos incorrectos que harán exactamente lo contrario en todos los aspectos. Alternativamente, una dieta saludable (con ejercicio regular) produce un cuerpo saludable y una mente vigorosa y alimenta un ansia por los tipos de alimentos que promoverán una vida saludable en el futuro. Este es el punto: Anhelamos lo que consumimos, y consumimos lo que anhelamos. Lo mismo es cierto en nuestro caminar con Dios. Anhelamos lo que más consumimos. Deseamos lo que más comemos. Nuestros hábitos y horarios aumentarán, ya sea nuestra hambre de Dios o nuestra hambre de otras cosas. Mientras que evaluar nuestros deseos puede ser bastante complejo, es difícil discutir con la idea de que tendemos a valorar más aquello en lo que ponemos nuestros corazones (Mat. 6:21). Nuestro problema de hambre espiritual no se debe a la falta de apetito. No, todos tenemos un buen apetito. El problema es que nuestro apetito es por las cosas equivocadas. Y cuando nuestro apetito es por las cosas equivocadas, estropea nuestro apetito por las cosas correctas. Apaga nuestra sed de comunión con Dios y su pueblo. En otras palabras, nuestra dieta no saludable de mundanalidad obstaculiza nuestro deseo de comunión con Dios en el Día del Señor. Nuestra ansia por el entretenimiento, los deportes y los medios de comunicación social frenan nuestra ansia por las Escrituras. Piensa en el tiempo desmesurado que se le da a estas cosas incluso lo en los fines de semana. Y tristemente, para un número creciente de creyentes profesantes, el pecado sexual oculto (por ejemplo pornografía) disminuye el deseo de una adoración y compañerismo centrados en Dios. De hecho, destruye la verdadera intimidad con Dios. Recuperando un hambre y sed sagrada para Dios En el Salmo 42:1-2a el salmista escribe: «Como el ciervo anhela las corrientes de agua, así suspira por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente«. En otro lugar, David escribe: «Oh Dios, tú eres mi Dios; te buscaré con afán. Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela cual tierra seca y árida donde no hay agua.» (Sal. 63:1). Nuestro Señor Jesús declara: «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados» (Mat. 5:6). El tema común en estos versículos es el de tener hambre y sed de Dios. La pregunta es ¿Cómo recuperamos y fomentamos un hambre sagrada por Dios? ¿Cómo recuperamos y cultivamos una sed sagrada por Cristo? ¿Cómo renovamos en nuestros corazones un sincero anhelo de Dios? Aquí hay tres maneras simples:
Aliméntate de Cristo
Para resolver nuestro problema de hambre espiritual debemos volver una vez más a las inescrutables riquezas de Cristo en el evangelio gratuito de gracia. Debemos alimentarnos de Jesús, el pan de vida, por la fe (Jn. 6:35). Cristo es el verdadero maná del cielo (Jn. 6:50-51). Él es el agua viva (Jn. 4:10). Su cuerpo y sangre proveen vida, perdón, salvación y alimento para nuestras almas (Jn. 6:56). Como expresión de nuestra unión con Cristo, debemos festejar con él, si bien espiritualmente, a través de la fe (WCF 29.7 –confesión de fe de Westminster Cap. 29.7). Estas verdades son reforzadas en la mesa del Señor (Luc. 22:14-20), un anticipo bendito de la cena de las bodas del Cordero (Apoc. 19:9). En todas estas metáforas inspiradas se nos recuerda que en Cristo recibimos todo «alimento espiritual y crecimiento en él» (WCF 29.1 –confesión de fe de Westminster Cap. 29.1). Por lo tanto, todos nuestros problemas de hambre se resuelven cuando nos damos un festín en Cristo y permanecemos en él por gracia a través de la fe. Alimentarse de Cristo es aferrarse a él por gracia a través de la fe. Dios envió a su único Hijo al mundo para tomar forma humana, cumplir perfectamente las normas justas de la ley, dar su vida inocente como sacrificio sustitutivo por nuestros pecados, y levantarse victorioso de la tumba. Cuanto más permanezcamos activamente en él a través de los medios externos que él ha ordenado para nuestro beneficio espiritual (Día del Señor, adoración, compañerismo, predicación, sacramentos, oración – Hechos 2:42; WSC Q.88 –Catequismo corto de Westminster pregunta 88), más le desearemos. Sí, permanecer en Cristo es querer más de él. Recuerde, anhelamos lo que consumimos con más frecuencia.
Cambia tu dieta
Si queremos aumentar nuestra hambre por el Señor, debemos estar dispuestos a hacer algunos cambios en nuestra «dieta». Debemos estar dispuestos a consumir menos del mundo y su «palabra», y más de Cristo y su Palabra. Debemos estar dispuestos, a menos de que providencialmente se nos impida, a dedicarnos a todas las reuniones públicas de nuestra iglesia local: reuniones de oración, escuela dominical, culto matutino y vespertino, estudios bíblicos semanales, etc. (Hch. 2:42). Debemos estar dispuestos a levantarnos un poco más temprano en la mañana con el propósito de nutrirnos de la Palabra de Dios (1 Ped.2:2; Mar. 1:35). Nuestro Señor combatió la tentación citando a Deuteronomio 8:3 «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mat 4:4). Debemos estar dispuestos a alcanzar a los miembros de la iglesia para tener compañerismo durante la semana. Debemos estar dispuestos a pasar un poco menos de tiempo viendo nuestras pantallas y un poco más de tiempo leyendo las Escrituras, cantando y orando con nuestros hijos en nuestras casas. Cambiar nuestra dieta espiritual de esta manera aumentará nuestra hambre de Dios y nuestro anhelo por su Palabra. Un hambre renovada por el Señor también generará nuevas prioridades en nuestras vidas y horarios.
Comprométete a orar
Querido cristiano, tú eres perfectamente amado por Dios. Él envió a su Hijo a morir por ti, para procurar tu redención con su propia sangre. Él te ha adoptado por su gracia y todos los ejércitos del infierno no podrían quitarte de sus manos amorosas (Rom. 8:14-15; Jn. 10:29). Él te sostendrá. Tu Padre fiel que guarda el pacto se regocija sobre ti con cantos de jubilo (Sof. 3:17). En tu mejor día y en tu peor día, Dios te ama igual, y está más comprometido con tu santidad que tú (Tit. 2:14). ¡Oh, las profundidades ilimitadas del amor de Dios! Por lo tanto, a la luz del infinito amor de Dios por ti y de la gracia que tan generosamente derrama sobre ustedes en Cristo, clamen a Él en oración por una creciente hambre espiritual. Adelante. Hazlo ahora. Acércate con confianza al trono de la gracia y pide a Dios que cambie tus apetitos, que cultive en ti un hambre y una sed de aquel, el cual no tiene rival en el mundo. Para enfocar las oraciones, tu puedes ayunar también. Un estómago que retumba podría reforzar y alentar las oraciones sinceras para aumentar el hambre espiritual. Que el Espíritu Santo nos convenza de nuestra apatía espiritual y nos conceda la gracia de crecer en nuestra hambre y sed de Dios. Él es digno.
“Ya que de Su generosidad recibo Tales pruebas de amor son divinas, Tuviera mil corazones para dar, Señor, todos tuyos deben ser” – Samuel Stennett, 1727-1795