El orgullo y su impacto en la Iglesia local

Las relaciones humanas tal como las estableció nuestro Señor, están estrechamente interconectadas entre sí. De manera que el matrimonio, la familia, la iglesia y la sociedad humana en general, no pueden mantenerse aisladas durante mucho tiempo sin que su misma existencia se ponga en riesgo. Lo que las pone en un riesgo incomparable es la presencia del orgullo en alguno de sus miembros. Hoy me centraré en las relaciones de la iglesia local y meditaremos en algunas dimensiones de la misma. Para ello, la iglesia primitiva nos servirá de guía. Veamos:

  1. En la relación con Dios

El libro de Hechos nos muestra que los discípulos estaban sujetos a las instrucciones de Jesús (Hch 1:2). Ellos tuvieron que esperar “la promesa del Padre” antes de salir de Jerusalén (Hch 1:4-5). Así, la Palabra de Dios y el Espíritu de Dios son vitales para su óptima relación con Dios. Por no hacerlo, cayeron en especulación vana, al preguntar lo impertinente: “Señor, ¿restaurarás en este tiempo el reino a Israel?” (Hch 1:6). Los discípulos siendo judíos se sintieron especiales ante Dios, al punto de considerarse “como los favoritos” en el trato del Señor hacia ellos. Aquí está en esencia el orgullo: pensar que “Dios tiene obligaciones hacia nosotros”. Jesús en Su respuesta, cambia el paradigma respecto a “las obligaciones de los discípulos hacia Dios”. El Señor les advierte que “hay cosas que no les son concedidas por Dios”, que “recibirán el poder de Dios cuando el Espíritu venga sobre ellos” y “serán sus testigos hasta lo último de la tierra” (Hch 1:7-8). Una iglesia es humilde cuando se sujeta a la Palabra de Dios, depende del Espíritu de Dios y cumple la misión de Dios.

  1. En la relación con los líderes

Los líderes en la iglesia son personas llamadas, capacitadas y respaldadas por el mismo Dios. En la iglesia primitiva, tales hombres fueron los menos indicados en términos humanos como Pedro, Jacobo y Juan, según narran los Evangelios. Lo único digno de su liderazgo fue el ser llamados por el Señor. La diferencia entre la traición de Judas y de Pedro estuvo en la elección de Jesús por el segundo y no por el primero (Luc 22:31-32). Los líderes eclesiásticos son formados para ser siervos. Sirven en el ministerio de la oración y la exposición bíblica (Hech 6:2-4). Su trabajo está en decir lo que Jesús ordenó (Mat 28:18-20) y hacerlo confiando en Su poder (Hech 15:28).[1] Ellos aprenden del modelo de Jesús (Mr 10:43-45). El liderazgo cristiano está basado en el servicio a los demás, a semejanza de Jesús. Servirse de otros es el orgulloso modelo del mundo que Jesús condenó, al igual que el apóstol Pedro (1 Ped 5:2-3). Los líderes que basan su autoridad en el servicio a otros, son humildes y benefician a la congregación. Quienes imponen su autoridad para servirse de la congregación, destruyen su grey y a sí mismos (1 Ped 5:5-6). Los orgullosos están en guerra contra Dios y carecerán de Su respaldo. Perecerán al igual que Judas y llevarán a muchos tras de sí hacia su ruina (Jud 17-19).[2]

  1. En la relación con los miembros

Los cristianos primitivos son semejantes a nosotros. Tuvieron las mismas inclinaciones nuestras. Solo leyendo las cartas del Nuevo Testamento sabemos cuáles fueron sus conflictos, no muy distintos a los nuestros. No obstante, se nos dice que “se dedicaban continuamente a la comunión… comían juntos con alegría y sencillez de corazón… eran de un corazón y un alma” (Hech 2:42, 46; 4:32). El servicio y comunión mutua dentro de la iglesia depende de la fe. Dicha fe es en el Señor Jesús, alimentada por la enseñanza de los apóstoles y como fruto del Espíritu de Dios en ellos (Hech 2:38, 42; 4:32).[3] El orgullo yace de la incredulidad en el Hijo de Dios y por ello, no se sirven, ni tiene comunión con los hermanos (Hech 5:9, 8:20-23). Esteban murió como el primer mártir cristiano, a manos de religiosos cuya fe no era en Cristo y que no servían a su prójimo, sino que calumniaban, ultrajaban y despreciaban tanto a Jesús como a los Suyos (Hch 6:13, 7:51-53, 8:1-3). Esteban siendo lleno del Espíritu Santo, pudo servir aún a sus enemigos, perdonándolos y orando por ellos a Dios.[4] Los miembros más útiles en la iglesia están llenos del Espíritu, porque mientras más comunión con Dios, mejor compañerismo cristiano. El pecado del orgullo y sus manifestaciones, hace presencia en quienes “las obras de la carne son evidentes” (Gál 5:19-21). Contrario al pensamiento popular evangélico, ser alguien espiritual en realidad no te aísla de los hermanos, al contrario, te une más y más a el cuerpo de Cristo (1 Cor 12:13).

  1. En la relación con las otras congregaciones

La iglesia primitiva desde el inicio se multiplicó en varias congregaciones cuya sede inicial fue Jerusalén. Las vemos desde el inicio entre los judíos creyentes que en Pentecostés tienen diferente procedencia (Hch 2), los judíos creyentes dentro de los griegos y libertos (Hch 6), los samaritanos creyentes (Hch 8) y los gentiles que creyeron (Hch 10). El orgullo hubiese creado grupos rivales entre sí, lo que detendría el avance del evangelio y la madurez cristiana. Aunque no fue perfecta la relación entre las congregaciones, muestra de esto es la tensión que vemos entre ciertos grupos étnicos con los judíos y viceversa (Hch 10:28, 34-35), todo se resuelve a la luz de la humillación de los supuestos méritos culturales de unos y otros, pues “Dios no hace acepción de personas… sino que en toda nación el que le teme y hace lo justo, le es acepto” (Hch 10:34-35). Los judaizantes son los que no se humillan ante Jesús ni ante los demás; antes bien, humillan a las personas, para “gloriarse en [su] carne” (Gál 6.13). Los judaizantes eran expertos en destruir iglesias, “porque son falsos hermanos introducidos secretamente para espiar la libertad que tenemos en Cristo a fin de someternos a esclavitud” (Gál 2:4-5). El orgullo divide al crear muros, la humildad une al usar puentes.

  1. En la relación con los no cristianos

La gracia de Dios alcanzó a los que hoy somos hijos de Dios, por lo cual, no hay nada por lo que enorgullecernos. La tarea evangelística fluye naturalmente en los cristianos más agradecidos por su salvación, al celebrar la gracia de Dios en Cristo. Los no cristianos necesitan a Aquél que rescató a los cristianos, no a ellos en sí. Somos luminares que reflejamos la luz del “que nos llamó de las tinieblas a su luz admirable” (1 Ped 2:9). “Somos luz, porque pertenecemos al que Es la luz del mundo” (Jn 8:12). El mundo reconocerá a los cristianos por su “amor unos por otros, como Jesús lo practicó” (Jn 13:34-35). El incrédulo debe distinguir “al pueblo humilde que teme al Señor” (Sof 3:12). El orgullo hace que una iglesia deje su confianza en Dios al abandonar Su Palabra, poder y propósito, promueva y permita liderazgo dictatorial al mejor estilo del mundo, mantenga élites, conflictos y reacciones carnales entre sus miembros, cultive el sobre énfasis en las diferencias culturales, sociales, políticas y particularidades doctrinales, llegando a ser vista por los no cristianos, como un conjunto de comunidades diversas carentes de identidad y cohesión trascendental entre sí, caracterizada por sus interminables disputas por intereses egocéntricos y terrenales.


[1] Observemos el trabajo mancomunado con el Espíritu de Dios (Hch 5:32). [2] El Espíritu Santo no respalda aquel liderazgo según el mundo, pues ‘vino a exaltar a Cristo’ (Jn 16:14). [3] Observe el orden: viene el Espíritu, creen la doctrina y tienen comunión unos con otros. [4] Los que son llenos del Espíritu Santo están al servicio de otros, no de sí mismos. Las virtudes cristianas son fruto del Espíritu (Gál 5:22).

John Edgar Sandoval

John Edgar Sandoval es cristiano desde niño, esposo de Cindy Juliana y padre de Christopher (5) y Francis (2). Pastor plantador de la Iglesia Cristiana Reformada de Bucaramanga, Colombia. Ordenado al Santo Ministerio por el Presbiterio Andino de la Iglesia Reformada Evangélica Presbiteriana de Colombia. Miembro de la Junta Directiva del Seminario Reformado Latinoamericano. Profesor de Teología Histórica y Misiones Reformadas en América Latina.

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