Recientemente leí el desenfrenado éxito de ventas de Rachel Hollis Girl, Wash Your Face, y en mi reseña señalé varias inquietudes con la noción de la autora de lo que significa vivir una vida buena. Su convicción es que la vida buena es una vida feliz, y cada mujer es responsable de buscar la felicidad. Lo que estorba el camino son las mentiras, y la primera mentira que expone Hollis es que «algo más me hará feliz». Ella piensa que las mujeres están propensas a creer que su felicidad depende de alguien o de algo más: otra persona u otras circunstancias. No obstante, Hollis está convencida: «Tú, y solo tú, eres la responsable última de aquello que devienes y qué tan feliz eres». En el capítulo inicial del libro ella ofrece una lista de consejos prácticos que la ayudaron a ser una persona feliz y autosatisfecha, una que es confiadamente «el héroe de su propia historia», a quien otros miran y concluyen: «Tu vida parece tan perfecta». Este es uno de esos consejos: Me rodeo de positividad. Me inquieta tan solo escribir eso, porque suena como un afiche que uno vería pegado en la pared de la clase de gimnasia de la primaria; pero sea cursi o no, es evangelio. Uno se convierte en aquello que lo rodea. uno se convierte en lo que consume. Si te encuentras en un bajón o te sientes como si vivieras en un espacio negativo, echa una buena y decidida mirada a quién y qué ves cada día. Hollis insiste en que la clave para una vida exitosa es evitar deliberadamente a las personas y los lugares que generan sentimientos o actitudes negativos. Cuando dice «es evangelio», no creo que quiera decir: «Es la buena noticia de esperanza para la humanidad», sino más bien: «Es un principio crucial para una vida exitosa». Difícilmente ella es la primera persona que hace esta afirmación, porque es un trillado mantra de los movimientos del Nuevo Pensamiento o el Pensamiento Positivo. Joel Osteen lo expresa así: «La vida es demasiado corta para perder tu valioso tiempo con las personas equivocadas. Para alcanzar tu máximo potencial, tienes que rodearte de águilas, de personas que te impulsan hacia adelante, que te hacen mejor, que te ayudan a elevarte». La idea está clara: si queremos volvernos exitosos, tenemos que rodearnos de gente exitosa. Si no tenemos éxito o estamos en un «espacio negativo», debemos evaluar a las personas que nos rodean y desechar o evitar a cualquiera que nos esté reteniendo. Esto tiene un componente de verdad. El apóstol Pablo advierte: «Las malas compañías corrompen las buenas costumbres» (1 Corintios 15:33), mientras que Salomón aconseja: «El que con sabios anda, sabio se vuelve; el que con necios se junta, saldrá mal parado» (Proverbios 13:20). Somos responsables de resguardarnos de ciertas influencias negativas. Pero aun un breve análisis muestra que las advertencias de la Biblia no conciernen a personas que pueden ponernos en un «espacio negativo» o impedirnos elevarnos como águilas, sino personas decididas a conducirnos al pecado. Si no tenemos las convicciones o la madurez para permanecer firmes ante la tentación, tenemos que evitar las situaciones e incluso a las personas que pueden tentarnos a pecar. Pero lo que enseñan Hollis, Osteen y otros va más allá de esto. Ellos enseñan que necesitamos rechazar y evitar a las personas que nos hacen sentir emociones negativas o pensar cosas negativas. ¿Por qué? Porque según los principios del pensamiento positivo, nuestros pensamientos son el poder que cambia y moldea el mundo que nos rodea. Para salir adelante en la vida, necesitamos deshacernos de cualquiera que nos retenga. Estoy convencido de que este principio es detestable y daré tres razones. Primero, es de una mente estrecha. Es el tipo de perogrullada fácil de repetir y actuar cuando uno está firmemente establecido en la clase media alta estadounidense. Presupone que uno puede determinar de quién estará rodeado y desechar a cualquiera que pueda tener un efecto negativo sobre uno. También supone que uno tiene la capacidad y los ingresos para cambiar su entorno —cambiarse de casa, renovar el espacio de la oficina, comprar nuevos muebles— si uno determina que el que tiene no promueve la positividad. No obstante, si un principio es verdadero, lo es en todo tiempo y lugar. Este principio simplemente no es cierto cuando levantamos la mirada desde los acomodados suburbios de California a los barrios más pobres del tercer mundo. Tácitamente indica que solo los privilegiados pueden tener éxito porque solo ellos tienen el poder, la autoridad, o los medios para reemplazar la negatividad por la positividad. Segundo, es egoísta. Asume que uno tiene el derecho y la capacidad de juzgar a otras personas principalmente según si promueven o estorban nuestro éxito. Desecha a la mismísima persona a la que uno puede estar en una óptima posición de ayudar. Rebaja la humanidad de las personas que uno ha determinado que son influencias negativas al permitirse rechazarlas. Asume que uno es una influencia positiva sobre los demás y siempre lo ha sido. Si miras tu propia vida, ¿cuántas personas más piadosas, más positivas, y más exitosas invirtieron en ti aun cuando eras débil e inmaduro y lleno de negatividad? Este principio es horriblemente egocéntrico. Tercero, es contrario a la Biblia. El corazón mismo del evangelio es la encarnación de Jesucristo. Este perfecto Dios se hizo hombre y vino a habitar entre personas desesperanzadas, furiosas y negativas; dejó la perfección del cielo para habitar en el deteriorado espacio negativo llamado tierra. Adaptemos las palabras de Hollis y apliquémoslas a Jesús como si él decidiera hacerlas propias: Jesús sabía que se convertiría en aquello que lo rodearía. Se convertiría en lo que consumiera. Por tanto, cuando se halló en un bajón o sintió que estaba viviendo en un espacio negativo, dio una buena y firme mirada a quién y qué veía cada día. Así que rechazó a todas esas personas e influencias negativas y se rodeó de positividad volviendo directamente al lado de su Padre. O las palabras de Osteen: Jesús sabía que la vida era demasiado corta para perder su valioso tiempo con las personas equivocadas. Para alcanzar su máximo potencial, tuvo que rodearse de águilas, de personas que lo impulsaron hacia adelante, que lo hicieron mejor, que lo ayudaron a elevarse. ¡Tonterías! Jesús se rodeó deliberadamente de personas inferiores a él, más negativas que él, que no hicieron nada para ayudarlo a elevarse como águila, que no le ofrecieron ningún camino a la autorrealización. ¿Por qué? ¡Porque las amaba! ¡Por qué sabía que tenía algo para darles! ¡Porque estaba viviendo su vida para el bien de ellos, no el suyo! Algunos insisten en que si uno se rodea de gente negativa, no logrará vivir la vida buena. No obstante, fue rodeándose de gente negativa que Jesucristo vivió su mejor vida. Resulta que hay algo mucho más costoso que estar con personas negativas: el costo de evitar a las personas negativas y con ello evitar el tipo de vida al que Jesús nos llama. Después de escribir y reescribir un párrafo conclusivo, me di cuenta de que lo mejor que puedo hacer es citar las preciosas palabras de Filipenses 2:5-11 y señalar a Jesús como aquel que ejemplifica la vida verdaderamente exitosa: La actitud de ustedes debe ser como la de Cristo Jesús, quien, siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos. Y, al manifestarse como hombre, se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, ¡y muerte de cruz! Por eso Dios lo exaltó hasta lo sumo y le otorgó el nombre que está sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo y en la tierra y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.