Debemos tener mucho cuidado de solo tener la ortodoxia (doctrina) correcta y fallar en la ortopraxis (práctica). En otras palabras, necesitamos asegurarnos de tener el corazón alineado con la mente. Puede que nuestra cabeza entienda muy bien las verdades reveladas en la Escritura acerca de Dios y Su voluntad, pero de nada nos sirve si dicho conocimiento no tiene un efecto en nuestra conducta y, sobre todo, en lo que amamos.
Sin duda, el ejemplo de la iglesia de Éfeso tiene grandes lecciones para nosotros al respecto.
Éfeso: la iglesia madre
Algunos de nosotros somos como aquellos cristianos de la iglesia de Éfeso, que fue fundada por el apóstol Pablo durante su segundo viaje misionero. El impacto del evangelio allí fue poderoso: la ciudad comenzó a dejar las prácticas inmorales y paganas, hasta el punto de que los magos quemaron sus rollos y dejaron sus costumbres (Hch 19). La iglesia de esa ciudad se convirtió en una punta de lanza para la evangelización en toda Asia Menor (actual Turquía), por lo que se le considera la “iglesia madre” de las demás iglesias de la región.
Sin embargo, en Apocalipsis vemos que algo ha sucedido con esta iglesia. En los capítulos 2 y 3 leemos las cartas de nuestro Señor Jesucristo a las 7 iglesias, y la primera va dirigida a ellos. Su mensaje es sencillo: no debían olvidar que Él es el dueño de la Iglesia en todo lugar y conocía bien lo que estaba sucediendo en Éfeso; Él es “Aquel que anda entre los siete candelabros de oro” (Ap 2:1), es decir, quien habita entre las iglesias.

No todo lo que Jesús conoce de esta iglesia es malo. De hecho, comienza reconociendo varias bondades en ellos; dice: “Yo conozco…” (Ap 2:2-3) y señala que:
- Ellos tenían obras, fatiga y perseverancia.
- Ellos no soportan a los malos.
- Ellos probaron a los que se llaman apóstoles.
- Ellos aborrecieron las prácticas de los herejes nicolaítas.
- Ellos eran perseverantes y no habían desmayado ante la persecución.

En otras palabras, la iglesia de Éfeso, según el mismo Cristo, era una iglesia doctrinalmente sana, que se cuidaba de los falsos maestros y que por más de 40 años había permanecido fiel a la Palabra y al Señor. ¡Eso es algo bueno! Todo parecía bien… hasta que leemos “pero” en el versículo 4. Esto es un contraste; ahora viene la corrección, el reproche de parte de nuestro Señor:
Pero tengo esto contra ti: que has dejado tu primer amor (Ap 2:4).
El problema del primer amor
¿De qué se trataba el error de esta iglesia? Habían cambiado, dejado, abandonado su primer amor: el amor a Cristo y el amor a los santos. Lamentablemente, en la iglesia de Éfeso la obra de Dios llegó a ser más importante que el Dios de la obra, y el ministerio para la iglesia más importante que la iglesia misma. Los efesios olvidaron las palabras, las ordenanzas y el mandato de Jesús en Mateo 22:37-40:
Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el grande y primer mandamiento. Y el segundo es semejante a este: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas.

Es importante recordar que esa iglesia fue alabada por el apóstol Pablo en Efesios 1:15-16 por su amor a los santos y en Efesios 6:23-24 por su amor por Dios. En otras palabras, antes se habían caracterizado por su pasión hacia el Señor y hacia los hermanos, pero la habían dejado por el camino. D. A. Carson lo dice de la siguiente manera:
La iglesia de Éfeso todavía proclamaba la verdad, pero ya no amaba apasionadamente a quien es la Verdad. Ellos siguen realizando buenas acciones, pero ya no por amor, fraternidad y compasión. Conservan la verdad y dan testimonio con valentía, pero se olvidaron de que el amor es el gran testigo de la verdad. No se trata tanto de que sus virtudes genuinas habían exprimido el amor, sino que ninguna cantidad de buenas obras, sabiduría y discernimiento sobre asuntos de disciplina eclesiástica, paciencia en las dificultades, odio al pecado, doctrina o disciplina, podrá compensar la falta de amor.
Un examen del corazón
Esto me lleva a hacerme una radiografía espiritual diaria. Quiero saber por qué sirvo al Señor, por qué hago lo que hago. Quiero preguntarme: “¿Amo a Dios sobre todas las cosas?”. El Señor conoce nuestro corazón, igual que conocía a la iglesia de Éfeso. Por eso, en esta ocasión quiero que todos nos hagamos la misma pregunta: “¿Amamos a Dios por encima de todas las cosas? ¿Es Mateo 22:37-40 una verdad en nuestra vida?”.
Los efesios estaban haciendo un buen trabajo, pero su corazón se había alejado de Dios. Por lo tanto, no se trata en primera instancia de lo que hacemos; es más importante considerar el corazón con que llevamos a cabo nuestro trabajo y el motivo por el que hacemos lo que hacemos. El enfriamiento en mi amor hacia Dios es porque mi corazón está enamorado de algo más; le soy infiel a Dios porque le estoy siendo fiel a otra cosa. Por eso es que todo cristiano debe pasar revista a su relación con Dios. Al igual que la iglesia de Éfeso, nos debemos preguntar: ¿hemos perdido el primer amor? ¿Estamos más ocupados en lo que hacemos que en lo que somos?

Como cristiano, como esposo, como padre y como pastor, no quiero ser conocido solamente por tener la doctrina correcta. Estoy consciente de lo importante que es servir y perseverar, no soportar a los malos, señalar a los falsos profetas, aborrecer las prácticas de los herejes y no desmayar ante la persecución. Sin embargo, no debemos ser reconocidos solo por eso. Debemos desear que Cristo, quien conoce nuestros corazones, intenciones y motivos, pueda ver en nosotros que le amamos a Él sobre todas las cosas y que eso se refleje en una conducta amorosa y piadosa con nuestros hermanos, incluso con aquellos que no piensan como nosotros.
Es lamentable que hoy en día muchos solamente tienen la verdad y no el amor. ¡Quiera Dios que cada creyente tenga no solamente la ortodoxia (doctrina) correcta, sino el corazón correcto! ¡No queremos ser cristianos fríos ni indiferentes, sino cristianos que muestren el amor de Cristo a todos los que nos rodean!