Una vez leí acerca de un pastor que se comprometió a pasar varios días de cada mes con sus feligreses en sus lugares de trabajo. Acostumbraba a organizar visitas a sus fábricas y oficinas, a sus tiendas y escuelas. Tenía un propósito específico en mente, que creía que le haría un pastor más eficaz: quería entender la vida cotidiana de su gente para poder comunicar en sus sermones y consejos algo que se aplique a sus circunstancias. Reconoció que la vida de un pastor es muy diferente a la de un estudiante, un trabajador, un director ejecutivo o un empleado de una tienda. Reconoció que, a menos que fuera consciente de las diferencias entre las vidas de ellos y la suya, podría fácilmente suponer demasiado y entender muy poco. Este pastor discernió que uno de los retos de ser pastor, y en particular de uno que recibe un sueldo por ejercer el ministerio a tiempo completo, es hacer continuamente una evaluación realista de cómo funciona el mundo “allá afuera”. Es reconocer que mucho de lo que le preocupa a un empleado en el mercado laboral no preocupa a un pastor en su iglesia (y viceversa). Es reconocer que muchos de los factores que pueden mejorar la reputación de un pastor pueden disminuir la de alguien que no lo es (y viceversa). Las mismas cosas que pueden servir de aclamación para un pastor e incluso llenar los bancos de su iglesia pueden ser causa de advertencia para alguien que no es pastor e incluso podrían hacer que lo despidan. (Esto lo tengo muy presente porque, como escritor a tiempo completo que ejerce como pastor a tiempo parcial, también estoy en gran medida fuera del mundo laboral y, por tanto, en una posición similar a la de este pastor). Una de las mujeres que asiste a su iglesia trabaja en una oficina. Le dicen que tiene que hacer un curso en el que se tratarán temas de diversidad, igualdad e inclusión. Al final se espera que escriba un juramento que aborde su responsabilidad por la marginación pasada y el empoderamiento futuro de las “minorías sexuales”. ¿Qué se supone que debe hacer ante este ejercicio obligatorio? ¿Qué consejo ha recibido del ministerio de enseñanza y predicación del pastor que pueda guiarla aquí y ahora? Una de las adolescentes de esa congregación, una joven que fue llevada a la iglesia por un amigo y que acaba de profesar su fe, tiene un trabajo a tiempo parcial en un restaurante. Una mañana, cuando entra por la puerta, su supervisor le pone en la mano una pulsera arcoíris. A su alrededor, el resto del personal de servicio ha colocado esas pulseras en sus muñecas. ¿Qué debe hacer ella? ¿Qué orientación le ha brindado el pastor para enfrentar este momento? Uno de los hombres es el jefe de departamento de una tienda cercana de comestibles. Le entregan una camisa nueva con su nombre y un lugar para escribir sus pronombres debajo. ¿Lo hace? Una de las jóvenes trabaja en una oficina en la que todo el departamento ha sido invitado a una fiesta de bodas de una pareja del mismo sexo. ¿Asiste? Uno de los hombres es entrenador del instituto y le dicen que debe acoger a alumnos biológicamente masculinos en el equipo de chicas y tratarlos como si fueran mujeres. ¿Qué hace? Todas estas situaciones están ocurriendo hoy en día. Suceden en mi iglesia y, sospecho que en la tuya también. Sin embargo, la mayoría de estas situaciones están protegidas por la naturaleza de la vocación de los pastores. Muchas de las presiones del lugar de trabajo moderno están ausentes en la oficina de la iglesia. E incluso, si un pastor se encontrara en una situación similar, su negativa a participar no pondría en peligro su posición ni disminuiría su reputación en su lugar de trabajo. Al contrario, la congregación lo honraría por su postura. La gente que se enterara de lo que hizo podría empezar a acudir a su iglesia gracias a ello. Entonces, ¿qué debe hacer un pastor? Sobre todo, creo que los pastores tienen que ser conscientes de que sus vidas pueden ser muy diferentes de las de muchos de los miembros de su iglesia y conscientes de que su respuesta instintiva a una situación puede reflejar la seguridad de su posición, no el peligro de la de otra persona. También creo que los pastores podrían seguir el ejemplo del colega que he mencionado antes, y hacer lo posible por comprender el entorno actual. Esto puede significar que realicen visitas periódicas a los lugares de trabajo o que simplemente pasen tiempo con la gente para escuchar los desafíos a los que se enfrentan. En cualquier caso, este tipo de información les servirá para capacitarlos. Y entonces, los pastores podrán hablar de estas situaciones con cuidado y precisión, admitiendo la complejidad, en lugar de dar por sentado que la solución es siempre sencilla. El pastor puede asegurarse de que ha tenido en cuenta el costo social para una chica de 16 años que no quiere ponerse esa pulsera en la muñeca o el costo económico para el hombre que puede ser despedido por negarse a utilizar el pronombre “ella” para describir a un hombre. Ninguno de estos factores cambiará necesariamente el consejo, y tampoco debería hacerlo. Lo correcto es correcto y lo incorrecto es incorrecto, independientemente del contexto y del costo. No somos relativistas. Sin embargo, aunque estos factores no cambien el consejo, pueden moldearlo o condicionar la forma en que se da. Un mayor conocimiento del pastor le permitirá pensar más cuidadosamente, orar más seriamente, buscar en las Escrituras más exhaustivamente y ponerse en los zapatos de una manera más real. Evitará que dé por sentado inadvertidamente que su situación es normativa y no excepcional. Hemos llegado a un momento cultural en el que los cristianos a menudo necesitan un consejo y un estímulo extra mientras navegan por nuevas realidades y duras complejidades. Hemos llegado a un momento en el que el simple hecho de vivir de acuerdo con los principios cristianos en el lugar de trabajo y de decir simplemente la verdad biológica puede suponer un costo considerable. A menudo he oído decir que lo más fácil del mundo es gastar el dinero de los demás. Pero es igual de fácil dar consejos a la gente que pueden costarles mucho, pero a ti no te cuestan nada. Sé que puedo ser propenso a esto y sospecho que otros pastores también. Por lo tanto, mi estímulo para mí y para otros es hacer todo lo posible por calcular el costo, calcular el costo de las personas que amamos, las personas a las que estamos llamados a servir, las personas a las que estamos llamados a enseñar y orientar. Este artículo se publicó originalmente en Challies.